Suele decirse que “todo tiempo pasado fue mejor”, pero al recorrer las páginas del Archivo de Diario Los Andes, esta afirmación se tambalea. La Mendoza de fines del siglo XIX y principios del XX, lejos de ser un remanso de paz, aparece retratada como una ciudad marcada por el alcoholismo crónico, la violencia callejera y la falta de control institucional.
Una tarde sangrienta en La Puntilla
El 25 de enero de 1889, el diario Los Andes publicó una crónica que reflejaba el dramatismo de aquellos días. En La Puntilla —por entonces parte del departamento de Belgrano, hoy Godoy Cruz—, más de cuarenta hombres bebían sin freno en la Proveeduría del Ferrocarril Andino. Lo que comenzó como una jornada de embriaguez y bullicio pronto se transformó en una escena dantesca:
“Se armó una de San Quintín, a piedra y cuchillo”, relata el diario.
En medio de la gresca, Dionicio Mena golpeó brutalmente con un peñasco a Andrés Sandoval, un trabajador ferroviario. El golpe fue fatal: Sandoval falleció al día siguiente. Lo más alarmante fue que, según el propio medio, ni siquiera se sabía si la policía había tomado conocimiento del crimen.
Disparos en la Alameda y una fuga a caballo
Dos años más tarde, en 1891, el caos volvió a instalarse, esta vez en la Alameda mendocina, uno de los principales paseos públicos. Un músico de la banda del batallón policial, de apellido Guevara, protagonizó una escena insólita: completamente ebrio, disparó contra un soldado en plena vía pública.
La reacción del agredido fue tan llamativa como el ataque: huyó montado a caballo para dar aviso en la comisaría. Mientras tanto, Guevara siguió su recorrido armado por varias calles, hasta ser interceptado por cinco agentes liderados por el comisario Correa. A pesar de que disparó dos veces más al momento de su detención, milagrosamente nadie resultó herido, incluso cuando una multitud de curiosos seguía los acontecimientos.
El caso de Dominga González: dormir la borrachera en plena calle
A comienzos del siglo XX, una crónica policial expuso otra cara de la tragedia asociada al alcohol. Dominga González fue encontrada gravemente herida en una calle de Godoy Cruz. El informe policial sugirió que, en evidente estado de ebriedad, se había dormido en medio del camino. Todo indica que un carruaje pasó sobre ella, causándole lesiones de consideración. Sin testigos ni certezas, el expediente fue cerrado por falta de pruebas. Una vida marcada por la marginalidad y el abandono institucional.
Cuando el descontrol vestía uniforme
La policía tampoco escapaba a los efectos del alcohol. En agosto de 1888, Los Andes publicó una nota irónica titulada “Un vigilante modelo”, que retrata el comportamiento de un agente completamente borracho en plena vía pública:
“Antenoche a las siete poco más o menos, el vigilante que se hallaba de servicio en la calle San Martín, á inmediaciones de puente de Cal y canto, se encontraba dominado por una soberbia mona, cometiendo atropellos con cuanto transeúnte atravesaba por allí”.
El episodio escaló cuando el mismo agente intentó llevar por la fuerza a un pacífico vecino con su esposa a la comisaría sin causa alguna. La crónica se lamenta de no haber podido identificar al vigilante para denunciarlo formalmente.
La ebriedad en Mendoza como epidemia social
Estas historias, por grotescas o trágicas que parezcan, no constituían hechos aislados ni excepcionales. Por el contrario, eran el síntoma evidente de una problemática profundamente arraigada en la vida cotidiana de la Mendoza de aquel entonces. El consumo excesivo de alcohol no solo estaba naturalizado, sino que formaba parte integral del tejido social.
Las tabernas y pulperías, lejos de ser simples puntos de encuentro, cumplían un rol ambivalente. Por un lado, ofrecían un espacio de socialización, especialmente para los sectores más humildes. Por el otro, se convertían fácilmente en escenarios de violencia, donde las disputas —muchas veces nacidas del alcohol y el resentimiento— terminaban a cuchillo, piedra o culatazo limpio. La ingesta desmedida convertía a hombres y mujeres en víctimas o victimarios de una dinámica que parecía no tener fin.
Tan evidente era la magnitud del problema que, en 1885, las autoridades provinciales intentaron dar una respuesta institucional. Ese año, se presentó un proyecto de ley para prohibir el consumo de alcohol en Mendoza. El intento fue recibido con burlas y resistencia tanto en el ámbito político como social. La iniciativa no prosperó y se desvaneció sin dejar rastro, como vino diluido en agua.