20 de septiembre de 2025 - 00:17

Curupayty: el día en que el barro se tiñó de sangre argentina

En el marco de la guerra de la Triple Alianza, Paraguay logró su mayor triunfo en Curupayty, dejando al ejército argentino prácticamente fuera de combate.

El 22 de septiembre de 1866 se libró una de las batallas más sangrientas y decisivas de la Guerra de la Triple Alianza: la Batalla de Curupayty, ocurrida en el fuerte homónimo, a pocos kilómetros de Humaitá en Paraguay. Fue un enfrentamiento que marcó un antes y un después en la contienda, que dejó una huella imborrable en la memoria argentina y del que esta semana se cumple un nuevo aniversario.

El inicio de la catástrofe

La ofensiva comenzó con un bombardeo naval de la Marina Imperial del Brasil, que lanzó más de 5.000 proyectiles contra las trincheras paraguayas. La flota estaba compuesta por acorazados, bombarderos y cañoneras bajo el mando del almirante Joaquim Marques Lisboa, marqués de Tamandaré. A simple vista, el fuego parecía demoledor, pero en realidad las fortificaciones permanecieron casi intactas.

Bartolomé Mitre, confiado en que la artillería enemiga había sido neutralizada, ordenó entonces el avance terrestre aliado. Los argentinos y uruguayos marcharon al mando de Wenceslao Paunero y Emilio Mitre; los brasileños bajo el barón de Porto Alegre. Avanzaban en formaciones densas y lentas, atravesando un terreno cenagoso, plagado de zanjas y obstáculos.

Fue allí cuando el general paraguayo José Eduvigis Díaz dio la orden: la artillería paraguaya, intacta, barrió con las tropas aliadas. Los pocos que lograron acercarse a las trincheras fueron fusilados sin piedad. El resultado fue una masacre: miles de soldados caían en cuestión de horas, mientras la infantería paraguaya resistía firme tras sus fortificaciones.

La visión de Garmendia: el dolor en primera persona

En medio de ese desastre, las páginas del militar José Ignacio Garmendia se vuelven testimonio. Su prosa, cargada de dolor y heroísmo, deja una imagen imborrable de aquella jornada.

“Vi a Sarmiento muerto —narra el general Garmendia en sus recuerdos sobre la guerra, refiriendo al hijo del prócer—, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, lleno de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte. (…) apreté su mano helada, y siguió su marcha ese convoy fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía (…)”.

También describe la figura de Arredondo, “con su poncho blanco (…) imperturbable, frío, sin emociones”, y a Roca, “solitario con una bandera despedazada (…) alguno venía sobre la grupa: era Solier bañado de sangre. El amigo había salvado al amigo”.

Más adelante, retrata la magnitud del horror: “Era interminable aquella procesión de harapos sangrientos, entre los que iba Darragueira sin cabeza; de moribundos, de héroes inquebrantables, de armones destrozados, de piezas sin artilleros, de caballos sin atajes (…)”.

Incluso el propio Mitre aparece en su relato, símbolo de una derrota nacional:

“Cuando yo lo miré aquella faz tan noble y aquella hermosa frente hundida por un proyectil lejano, ese hombre de granito hubiera deseado que todas las balas le entrasen en el pecho (…) comprendí por primera vez en mi vida lo que era un gran desastre nacional”.

Cifras y consecuencias

La magnitud de la derrota fue estremecedora. Las bajas aliadas superaron las 4.000 oficialmente, aunque algunas fuentes elevaron esa cifra hasta los 10.000 entre muertos, heridos y prisioneros. Argentina fue el país más golpeado: su ejército quedó prácticamente fuera de combate.

En contraste, las fuerzas paraguayas registraron apenas 92 bajas. La victoria de Curupayty fue la mayor del Paraguay en la guerra, detuvo durante diez meses el avance aliado y debilitó severamente la figura de Mitre como generalísimo.

El día después en Paraguay

El drama no concluyó en la retirada. Al día siguiente, el propio Francisco Solano López ordenó a sus tropas recorrer el campo de batalla, recoger todo lo útil y degollar a los heridos argentinos. Un acto de brutalidad que marcó a fuego la memoria de los sobrevivientes y que los argentinos no debemos olvidar.

Memoria y homenaje

Curupayty fue más que una batalla: fue un desastre nacional, un golpe a la moral y una advertencia sobre la inutilidad de lanzar a miles de hombres contra posiciones inexpugnables. También fue el inicio del declive del protagonismo argentino en la guerra, que a partir de entonces quedaría en manos del Imperio del Brasil.

Hoy, al evocar las palabras de Garmendia, rendimos homenaje a esos soldados anónimos, valientes e inquebrantables que quedaron en el barro del Paraguay. Sus nombres tal vez se pierdan en la memoria, pero su sacrificio merece ser recordado más allá de toda derrota.

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