En octubre de 1975 y cuando tenía apenas 58 años, se cortó de manera imprevista la existencia del poeta entrerriano, aquerenciado mendocino, Alfonso Sola González.
El sábado 20, será recordada la figura y obra del escritor y poeta Alfonso Sola González, al cumplirse medio siglo de su partida. Reunión cultural en la estación Paso de los Andes, de Chacras de Coria.
En octubre de 1975 y cuando tenía apenas 58 años, se cortó de manera imprevista la existencia del poeta entrerriano, aquerenciado mendocino, Alfonso Sola González.
Los hijos del escritor y amigos han organizado un acto para recordar al poeta en los cincuenta años de su desaparición. Se desarrollará el sábado 20 de este mes, a las 21.30, en la recuperada y antigua estación de trenes Paso de los Andes, del exFerrocarril Trasandino.
La reunión consistirá en la lectura de poemas por parte del escritor Leopoldo “Teuco” Castilla y música a cargo de Juan Falú, Florencia Bernales, Beatriz Plana y Leopoldo “Polo” Martí, entrerriano como el profesor evocado.
El escritor y poeta había nacido en Paraná (Entre Ríos en 1917. Egresó como profesor de Castellano y Literatura en el Instituto de Profesorado Secundario de esa ciudad.
En 1947, se casó con la escritora, poeta y docente universitaria Graciela Maturo, santafecina, quien falleció el año pasado a los 96 años, un día después de haber recibido el Premio al Mérito de la Fundación Konex por su labor en la categoría ensayo literario.
La pareja tuvo seis hijos, el mayor Tristán (fallecido en 2024); le siguen: Cristóbal, María Fernanda, María del Rosario (Charo), Julieta y Mercedes, la menor. Siguieron el camino de las letras Cristóbal (Coco) y María del Rosario.
En el segundo tramo de la década del ’40, el matrimonio se instaló en Mendoza, tras la invitación a Alfonso del profesor Irineo Fernando Cruz (luego rector de la Universidad Nacional de Cuyo), a formar parte un equipo de profesores con sus discípulos de Paraná, Buenos Aires y de Mendoza, como Vicente Cichitti, para enseñar en las aulas de la universidad nacional local.
El lugar del homenaje, la estación Paso de los Andes, fue elegido por los descendientes en razón de que el lírico y su cónyuge se establecieron con vivienda de fin de semana en el cerro San Luis, en el oeste de Chacras de Coria, arriba de las instalaciones ferroviarias, hoy centro cultural.
“Alfonso —dice María del Rosario— recorría la calle Mitre bajo los mismos árboles que aún hoy están, y hacía el paseo todos los fines de semana, vestido con su traje gris, a veces con sombrero y siempre con los diarios del día bajo el brazo que compraba en la plaza del pueblo”.
La producción literaria de Sola González ha sido muy prolífica y de calidad. Perteneció a la llamada Generación del ’40, junto a otros destacados autores como Enrique Molina, Olga Orozco, María Elena Walsh, Juan Rodolfo Wilcock y varios más. Para Leopoldo Marechal, su amigo y maestro, Alfonso era el mayor lírico de su grupo.
Entre sus obras figuran La casa muerta (1940), Elegías de San Miguel (1944), Cantos para el atardecer de una diosa (1954), Tres poemas (1958), Cantos a la noche (1962), El soñador y otros poemas (póstumo, 1980) y Obra poética (Biblioteca Nacional Mariano Moreno, 2015).
También es valiosa la obra como crítico literario, destacándose un ensayo sobre Leopoldo Lugones (póstumo, edición FFyL) y Una perspectiva sobre la Literatura argentina, dado a conocer por Ediciones Culturales de Mendoza.
El crítico literario Marcelo Leites, también entrerriano, sostiene que con Alfonso Sola “hay una graciosa apropiación póstuma de los poetas. Para los mendocinos, ASG es de Mendoza”, tanto que la UNCuyo ha publicado sus poemas dentro de la colección Letras mendocinas; pero para nosotros es y seguirá siendo entrerriano”.
Al cumplirse el centenario de su nacimiento, en 2017, se presentó en la Casa de Mendoza en Buenos Aires, el libro de su autoría “El ruiseñor y la alondra cantan en horas distintas”, publicado por la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Eduner).
Otra evocación emotiva se vivió en octubre de 2024, al inaugurarse en el perímetro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo, el Camino de la Poesía Alfonso Sola González, con la iniciativa de Gustavo Zonana, decano de la facultad y la recordada escritora, docente y editora Bettina Ballarini, fallecida a los 64 años, a principios de este año.
Para completar el repaso de la vida del poeta, apelamos a dos autorizadas opiniones. Una pertenece al poeta Guillermo Gómez. “Parece increíble —sostuvo— que haya pasado medio siglo desde que ASG accedió al misterio de la muerte. El hombre que penetró en el misterio de lo poético, asumiendo los riesgos de la profundidad, en octubre de 1975 decidió abrir la última puerta y se quitó la vida. Su poesía toca las fibras más profundas de la incertidumbre humana con un lenguaje que tiene por momentos el sonido cristalino, a veces susurrante, a veces el bramido del agua del litoral donde nació, con la constante percepción de lo impermanente, lo fugaz. Su legado es una estela de sombras y de luces que desde la más dolorosa lucidez hace vibrar el alma. En un mundo que ha banalizado la vida, que huye de toda expresión del espíritu y en una liquidez insípida disuelve la sacralidad del amor y de la muerte la voz del poeta es un llamado a recuperar la profundidad humana, el misterio y el sentido trascendente de la existencia”.
Por su parte, el doctor en Letras (UNCuyo), Gustavo Zonana, considerado el profesional que más ha estudiado al hombre evocado, dijo de él: “Su figura merece aún un rescate que ponga en valor su significación como poeta y como crítico. Fue un hombre en estado de poesía. Su obra suele asociarse al movimiento neorromántico argentino del ’40. Este vínculo explica el desarrollo de un universo imaginario orientado a la aprehensión de la belleza, en un buceo interior y nocturno desde La casa muerta (1940) hasta algunos poemas de Cantos a la noche (1963). Resulta sin embargo insuficiente para explicar su desarrollo expresivo posterior, a partir de 1960 en constante diálogo y tensión con líneas emergentes de la poesía argentina como el surrealismo y el pandurismo. Como señala Adolfo Ruiz Díaz, en ambos momentos el impulso lírico se encauza en las leyes precisas del poema, que deja de ser confesión o documento para elevarse a la dignidad de la obra que vale por sí misma y desde sí misma. Toda la trayectoria está signada por el reconocimiento de la indigencia del poeta, un reconocimiento que manifiesta la torsión ética de su destino. En un mundo donde reina la impostura, donde la usura de las palabras las despoja de su poder de significar, el poeta tiene la misión de morar en la precaria casa del lenguaje y protegerla. Tiene la obligación de ser veraz en su pobreza”.