1861: el terremoto en las letras mendocinas

La autora analiza la presencia de esta tragedia en libros locales, a partir de la publicación de la novela 1861, año del terremoto, de María del Carmen Viñuela.

El título mismo de esta obra, publicada por María del Carmen Viñuela, es suficientemente claro respecto del contenido. La autora, nacida en Mendoza en 1961, Licenciada en Comunicación Social, Magister por la Universidad Nacional de Cuyo y por la Universidad de Salamanca, trabajó como periodista en varios medios gráficos de la provincia de Mendoza y ha publicado en 1991 el libro de poemas Crónicas de la incoherencia, en 2014, Alpiste para gatos y, en 2025 ,1861; Año del terremoto, volumen que contiene también ilustraciones de la artista plástica mendocina Sol Conalbi.

Como bien señala en el “Prologo” Marina Guntsche, que ha estudiado la potencia significativa (“epifanía sísmica”) de este tipo de fenómenos telúricos en su tesis doctoral redactada en Estados Unidos, este texto de Viñuela se suma a una serie no demasiado extensa pero sí relevante, en tanto su primer eslabón lo constituye una novela, lamentablemente hoy inhallable y titulada -precisamente- La noche del terremoto (ya me referido a ella en otras ocasiones).

La dedicatoria de María del Carmen hace explícita esa filiación: “A Máximo Cubillos, autor de la novela perdida La noche del terremoto (1872), considerada la primera novela mendocina. A todas las memorias que se evaporan”. Quiero detenerme asimismo en la alusión a la fragilidad de la memoria que justifica tanto esta como cualquier otra incursión por esa modalidad literaria conocida comúnmente como “novela histórica”.

Formulación oximorónica en tanto exhibe en su interior una flagrante oposición (el orden fáctico al que responde el discurso de la historia, el dominio de la ficción por el que campea la novela), refleja sin embargo una realidad que hace a la esencia misma de la historia como ciencia poética. En efecto, la reconstrucción del pasado, aun sin dejar de responder a documentos fidedignos y testimonios del pasado igualmente fiables, elabora su relato con instrumentos que son, en sí, literarios, como la palabra y los resortes propios de la narración, más la posibilidad de dar coherencia al relato con una reconstrucción imaginativa de los hechos.

Es así que la novela de Viñuela exhibe una lograda evocación del ambiente ciudadano mendocino anterior al terremoto, revelando detalles menos conocidos del diseño urbano, como esos dos puentes “que tienen bancos de madera en los que a la gente le gustarse para escuchar el fluir del agua y disfrutar el aroma de los rosales que los circundan” (2025, p. 46). Del mismo modo alterna en las páginas de la novela los personajes ficticios y los históricos, en particular aquellos cuya participación en los días posteriores al terremoto fue especialmente significativa, como Juan de Dios Videla o un joven teniente Manuel Olascoaga.

La trama se va construyendo así mediante el entrecruzamiento de distintos destinos individuales que describen las experiencias comunes a todos los seres humanos en una situación límite. Si bien lo dramático de la experiencia vivida deja poco lugar para sentimientos como el amor o la esperanza, siempre hay ejemplos de abnegación y solidaridad en medio de las más innobles pasiones, como el afán de saqueo que agregó otra gota de dolor a la situación de los mendocinos afectados por la catástrofe telúrica.

Considero también un acierto la inclusión de un personaje histórico no mendocino: el naturalista, geógrafo y geólogo francés Auguste Bravard, fallecido también en el terremoto y que fue -indirectamente- la causa de que viajara a Mendoza Julio Balloffet, en misión personal para buscar los restos de su amigo. Luego, Balloffet participó activamente en la reconstrucción de la ciudad y en la planificación urbana, cuando Mendoza se trasladó hacia el oeste a los terrenos de la hacienda de San Nicolás del Carrascal, su actual ubicación.

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