17 de diciembre de 2017 - 00:00

Cuando uno no sabe dónde va todos los caminos lo llevan al fracaso - Por Julio Bárbaro

Vivimos una decadencia multipartidaria, convencidos siempre de que la culpa fue del otro.

Enfrentamos al kirchnerismo, lo cual pareciera superado, y sin embargo una y otra vez vuelve la sensación de que eso solo no alcanza.

Antes, nos habíamos unido con los Kirchner para expulsar a los Menem. Fue después de que nos acercáramos a los Menem para echar a la Coordinadora. Y antes de antes, nos habíamos acercado a la política para expulsar a la dictadura.

Convincentes en los odios, inseguros en los rumbos. Como si nunca lográramos arribar a un punto de equilibrio, hemos vivido cuarenta años de pura decadencia.

Sin un proyecto colectivo, grupos, sectas, intereses, peronista, liberal, radical, conservador. Ahora es culpa del populismo, luego viene el sueño de achicar el Estado, todo sin rumbo, a los tumbos, discursos pretenciosos, realidad siempre peor. Y temas reiterados, marchas y contramarchas.

Los Kirchner destruyeron el Estado, regalaron jubilaciones sin sostén a los que ni siquiera sabían si las necesitaban. Y nombraron empleados públicos a los seguidores. Pero ahora que se van disolviendo en sus propios odios, ahora el nuevo gobierno necesita explicar su proyecto.

Es cierto que el "gradualismo" es la velocidad, pero todavía no sabemos cuál es el destino.

Como otras veces, el que la pone en el banco gana más que el que la trabaja, producir es menos rentable que depositar. No es un detalle, como siempre que lo hicieron fue una convocatoria a la decadencia. Una masa de dinero que soñaban destinos de "inversores" y que termina siendo vocación de parásitos.

Cuando Cristina se achica, el gobierno está obligado a definir su destino, ya no alcanza con decir que son mejores que los derrotados. Sin embargo, hasta ahora no definen cómo nos piensan sacar de este atolladero.

Todos los gobiernos del retorno a la democracia fueron reiterativos en ser mejores que los derrotados, pero lamentablemente todos nos dejaron una sociedad con más pobres y más deudas. Vivimos una decadencia multipartidaria, convencidos siempre de que la culpa fue del otro. Hasta que la realidad nos obliga a asumir la propia. Eso implica reiterar el fracaso.

Somos una sociedad donde la euforia cambia de bando, mientras la cordura no encuentra dónde asentar sus cabales.

Malcorra nos convocó a otro fracaso, un encuentro de libre comercio donde nada se iba a concretar. Luego de aquella candidatura carente de posibilidades, esa que nos llevó hasta a sonreírle a Venezuela, luego de eso nos dejaron con el tráfico cortado sin saber adónde nos querían llevar. Solo sirvió de ensayo para el encuentro del año próximo, donde los exitosos nos visitan y nos permiten acompañarlos un rato como si fuéramos parte de esa ficción.

Todo eso mientras la sensación de fracaso, el miedo, juegan una pulseada con la esperanza y los puños quedan detenidos, amarrados pero sin siquiera intentar vencer.

Las elecciones son como los préstamos que generan la deuda: resuelven la coyuntura, pero se olvidan apenas pasan.

Los gerentes debieron dejarle un lugar a la política. Para Marcos Peña, Quintana y Lopetegui, empresarios o gerentes, la política es un obstáculo, una molestia a los negocios y las inversiones. Habían logrado expulsar de la escena a Pinedo y Monzó, al Senado y Diputados, pero la realidad los repuso. Ahora tiene poder el parlamento, eso no les gusta, pero no lo pueden negar.

El cristinismo agoniza y lo sustituye una burocracia de gobernadores, simples funcionarios que acuerdan según sus necesidades. Ya no son dirigentes políticos, solo burócratas sin ideas. Es que la necesidad tiene cara de hereje. Además los cargos desclasan, enriquecen, y las cosas se miran desde otro lugar.

El gobierno tiene una sola virtud, ser mejor que el derrotado. Eso no alcanza y se nota, el odio al populismo, al peronismo, el encontrar un culpable no los convierte en actores seguros en el escenario del presente. No tienen mística, solo números, ganancias de los bancos y los ahorristas. Pero siguen las pérdidas de los que intentan producir y una sensación de ya visto y vivido, temores infundados y de los otros.

Cristo expulsó a los mercaderes del templo, ahora los intermediarios se juegan intentando derrocar al Santo Padre. Ateos agresivos, adoradores del becerro de oro, la política les queda grande. La ambición personal jamás se puede convertir en guía del destino colectivo.

Cuando uno no sabe dónde va todos los caminos lo llevan al fracaso. Nosotros no sabemos qué sociedad intentamos generar, y creemos que es tan solo un problema económico. Es cierto que salimos de terapia intensiva, tanto como que falta demasiado para sentirnos plenos de vitalidad.

No soy pesimista, estamos probando las últimas recetas económicas, luego deberemos asumir que se necesitan políticas de Estado y una voluntad de convocar a la unidad nacional. Donde no arribamos por lucidez lo terminaremos haciendo por necesidad. Y no falta mucho para que la realidad nos obligue a hacerlo.

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