Cuando nos sentimos incómodos ante una situación reiterada acerca de nuestra persona, y no podemos poner el límite (aún habiendo hablado con quien ejerce esa acción y no acata el freno), allí hay acoso, ya que el otro no está respetando lo que le estamos pidiendo, y que nos hace sentir tan mal.
Una cosa es un coqueteo o juego de seducción (que de alguna manera es algo que se puede dar voluntariamente entre dos) y otra cuando se pone de manifiesto la molestia, y el límite a través de un ‘no’ claro, que a veces por vergüenza o miedo no se verbaliza; pues hay temor a quedar mal o a perder el trabajo. Entonces allí es donde las mujeres terminamos por ser ambiguas, algo que el acosador aprovecha para poder seguir avanzando.
Tenemos, como género, que empoderarnos; decir: “no”, y si no hay respuesta hacer la denuncia sin miedo. Nuestro gran problema es que las mujeres tenemos temor y ese es el mayor error que le da ventaja al hostigador. Si bien puede darse también de una mujer hacia un hombre, la mayoría de los porcentajes marcan que es de los hombres hacia las mujeres.
Por supuesto que va a existir el miedo a perder el trabajo, pero si permitimos el acoso, la situación va a seguir avanzando hacia límites insospechados. Dirigirnos a superiores, ir a los sindicatos, hacer la denuncia, buscar un buen abogado experto en este tema, y animarnos al apoyo psicológico son acciones concretas para hacer, que nos van a permitir cambiar la situación de vulnerabilidad en la que estamos.