Salió hecho una furia del penal, lanzó rayos y centellas hacia todos y todas, aseguró que su venganza sería terrible y juró que el martes (por el que pasó) iría a todos los medios para explicar por qué lo suyo no fue una detención sino un secuestro.
Salió hecho una furia del penal, lanzó rayos y centellas hacia todos y todas, aseguró que su venganza sería terrible y juró que el martes (por el que pasó) iría a todos los medios para explicar por qué lo suyo no fue una detención sino un secuestro.
Apenas liberado, Cristóbal López corrió a recuperar lo suyo por temor a que el testaferro que colocó para que cuidara su patrimonio (y que disfrazó de presunto comprador para así venderse a sí mismo) lo “mexicaneara”, como hicieron Fariña y Elaskar con Lázaro Báez, por eso de que quien roba a otro ladrón tiene cieno años de perdón.
El Conde de Montecristo, al salir de su injusta prisión en el castillo de If, fue en busca del fabuloso tesoro cuya ubicación le había indicado el abate que estuvo encarcelado con él y que le enseñó todo sobre la vida.
Cristóbal López, apenas salió de su injusta prisión en la cárcel de Marcos Paz, fue a intentar recuperar su fabuloso tesoro embargado por haberle robado al fisco casi mil millones de dólares. Contó para ello con la colaboración de dos jueces de Cámara que le cambiaron la carátula de su procesamiento para licuar a casi nada su deuda con el Estado y así no tener que devolver nada.
Sin embargo, no todas son similitudes entre la ficción y la realidad, también hay diferencias.
El abate Faria al ver el rencoroso deseo que tenía Edmundo Dantés de vengarse de sus apresadores, le inculcó toda la sabiduría que poseía a ver si podía transformar su afán de venganza en anhelo de justicia, porque su deseo era el de educarlo. No hacerlo Conde sólo con el tesoro material que le obsequió, sino básicamente por la transformación espiritual que produjo en su interior.
En cambio, los jueces Farah y Ballestero no le quitaron su deseo de venganza a Cristóbal López, sino que probablemente se lo estimularon para hacerlo enojar más a fin de que así fuera más generoso con ellos si quería lograr su liberación. Es que las malas lenguas, esas que siempre existen, insinúan que para que López recuperara su tesoro, los jueces le pidieron que lo compartiera con ellos. Es lo que sugirió Mirtha Legrand en sus almuerzos al preguntar inocentemente si a López no lo liberaron por plata y es lo que el ingenio de Julio Bárbaro definió con estas palabras: “En la Argentina de hoy los jueces no son los que hacen justicia, sino los que cobran peaje”. ¡Mal pensados!
Por otro lado, también son diferentes los inicios de ambas novelas, las del Conde de Montecristo y la del empresario amigo de los K.
El de Edmundo Dantés es bien simple y universal: un grupo de resentidos que le envidiaban su juventud, su inteligencia, su próspero futuro y su novia, unieron sus perversidades para hacerlo desaparecer.
El de Cristóbal López es más complejo y bien argentino: una reina todopoderosa estaba enojada porque no todo el mundo en su reino la obedecía como ella quería. Entonces llamó a su recaudador general de impuestos y le ordenó que pusiera los recursos impositivos al servicio de un amigo empresario preferido para que éste comprara la mayor cantidad posible de medios de comunicación a su cuenta y orden, con el fin de reforzar en el pueblo la lealtad hacia su majestad. Con los dineros concedidos por el obediente recaudador, el empresario amigo se acercó a un importante propietario de exitosas radios, diarios y emisoras de tevé y al mejor estilo don Corleone le dijo: vengo a hacerte una oferta que no podrás rechazar.
La oferta consistía en pagarle el doble de lo que valían esos medios, cosa que el propietario aceptó sin dudar. Total, pensó, cuando este bárbaro los quiebre, los voy a poder recuperar por la cuarta parte de lo que me pagaron. Dicho y hecho, al día siguiente el empresario amigo convocó a un grupo de periodistas entre los que incluyó a un locuaz locutor deportivo sediento de venganza contra los enemigos del reino y a un mentiroso profesional, fallador sistemático de pronósticos políticos, para con ellos multiplicar las audiencias. Pero como muy bien previó el anterior dueño de los medios, apenas cambió el gobierno, estos medios quebraron, pese a ser comprados y mantenidos con dineros de todos los argentinos. Y cuando los nuevos recaudadores de impuestos le reclamaron al empresario que pagara sus deudas, éste dijo que se lo había gastado todo. Entonces cayó preso pero allí se encontró con unos jueces amigos que le enseñaron la fórmula para salir de la prisión y además conservar intacto el tesoro adquirido por nombre y orden de la anterior monarca.
Todo consistió en cambiarle la carátula a su acusación. Ya no sería más como el cajero de banco que se lleva a su casa el dinero que recibió de los clientes. Ahora sería como el pobre deudor que se retrasó en el pago del impuesto inmobiliario por no tener plata. Al primero, al cajero infiel, obviamente, le corresponde la prisión por ladrón, mientras que al segundo, al deudor por necesidad, sólo le corresponde una leve amonestación y el otorgamiento de un plan moratorio para que pague en cómodas cuotas lo que debe (moratoria que ya se ocupará de evadir también).
Además, gracias al consejo de los sabios jueces, al cambiar la carátula no sólo queda liberado el empresario, sino que el recaudador de impuestos que lo benefició y la reina que le ordenó beneficiarlo, quedan libres de toda sospecha. Y colorín colorado este cuento se ha terminado.
Al menos eso creyó Cristóbal cuando buscó ser el Conde de Montecristo made in Argentina y al salir de su prisión prometer venganza eterna.
Lo que no previó fue el sordo pero atronador silencio de indignación que recorrió toda la sociedad argentina, que, conociendo la novela de Alejandro Dumas, saltó en furia con esta imitación mala y trucha. Y la reacción institucional de quienes buscaron despegarse por temor a ser ensuciados por esta burda maniobra judicial.
El primero en hacerlo fue uno de los jueces liberadores que debió salir de su madriguera para jurar que no había cobrado dinero alguno, multiplicando por mil la incredulidad popular con esa declaración pública que nadie le pidió y que pareció una confesión de partes relevo de pruebas.
Pero no sólo se aterrorizó el juez amigo, sino que la Corte Suprema ordenó investigar a la Cámara que liberó a López, el fiscal Pollicitta pidió concretar un embargo a Ricardo Echegaray (el recaudador de la reina), el Consejo de la Magistratura decidió investigar a Ballestero (uno de los jueces amigos) por pedido de Carrió. El juez en lo comercial, Diego Papa, pidió la quiebra de Finansur, el banco de Cristóbal López, etc., etc.
Por su parte, Cristóbal se animó a pasear por el territorio principal del reino K, las calles de Puerto Madero, con la esperanza de ser aclamado, pero en cambio lo insultaron todos los vecinos que lo vieron. Entonces, confundido ante tanta animadversión, se tomó un avión y fue a buscar consuelo y pedirle perdón a su antigua noviecita, esa que lo abandonó cuando cayó preso y huyó desolada a protegerse en la casa de sus padres. Hacia allí viajó nuestro Conde de Montecristo en busca del amor perdido. Y parece que ni eso pudo recuperar.