En un enero tórrido, en el que la economía se ha mantenido estable en su tendencia al acomodamiento, pocas cosas han sacudido a los argentinos. Por un lado, la triste realidad de la inseguridad, que ha golpeado fuerte en el conurbano bonaerense y que, al afectar mayormente a efectivos policiales de CABA, ha generado un conflicto interjurisdiccional inesperado. Por otro, la polémica pero lógica propuesta del gobierno salteño de cercar un fragmento de la porosa frontera con Bolivia, para tratar de frenar el contrabando y el tráfico de drogas y personas, extrañamente discutida por algunos sectores políticos. También, los movimientos de la política sobre el telón de fondo de unas sesiones extraordinarias que, en generosa consideración a las vacaciones de los parlamentarios, arrancan en este mes de febrero.
Sin duda, los dos protagonistas que han generado la mayor cantidad de reacciones, adversas y favorables según donde se esté parado, son Javier Milei y Donald Trump. No es caprichoso nombrarlos en la misma frase. Hoy, más que nunca, la política de Milei se ve atada, voluntariamente, a la política del recién asumido Trump. Y las declaraciones y gestos polémicos de uno y otro tienen mucho más que ver de lo que parece a simple vista.
La asunción de Trump para su segundo mandato en los Estados Unidos ha generado un sacudón importante. Ya desde el primer día comenzó a hacer anuncios y tomar decisiones sobre cuestiones económicas, políticas, migratorias, entre otras. En pocos días ha abierto dos frentes de batalla de singular importancia. Uno, que preanuncia una compleja relación con sus vecinos y el mundo, al deportar inmigrantes ilegales -muchos de ellos por considerarlos delincuentes- y anunciar aumentos de aranceles a los productos de Canadá, México, China y, pronto, la Unión Europea. Todo condimentado con polémicas declaraciones acerca de la recuperación del Canal de Panamá y la anhelada anexión de ¡Groenlandia! El otro frente es el de la batalla cultural contra la ideología progresista –woke, ambientalista, globalista- a la que considera culpable de todos los males.
Aquí entra en escena Milei. Primero, porque ha hecho muestras de una relación estrecha con Trump y un alineamiento indiscutible con la nueva administración norteamericana. Lo que es retribuido, por ejemplo, siendo invitado a la asunción presidencial. Además, nuestro presidente, en su reciente discurso en el foro de Davos, se expresó larga y contundentemente contra la agenda progresista, particularmente contra la ideología woke, anunciando medidas para desmontar sus efectos en la Argentina, como la eliminación de la figura penal del femicidio -punto en el que ahora parece preferir dar marcha atrás- y algunas medidas contra lo que considera privilegios de que gozan ciertas minorías sexuales.
No vamos a entrar en el detalle del discurso, ni discutir algunas ideas con las que en términos generales coincidimos, como buena parte de la sociedad que apoyó a La Libertad Avanza en 2023. Sí nos interesa hacer algunas consideraciones básicas sobre estas declaraciones del presidente y sus consecuencias.
1) Cabe preguntarse hasta qué punto adhiere Milei a una agenda que parece más propia de su Vicepresidenta, Victoria Villarruel. Difícil afirmar si su alienación contra la ideología woke, el globalismo y el ambientalismo es totalmente sincera. A priori, sobre todo en el caso de la ideología de género, parece una contradicción que alguien que se proclama libertario y sostiene como un principio cardinal la defensa del derecho al proyecto de vida individual no esté dispuesto a la extensión de derechos a las minorías. El liberalismo -y el libertarismo en consecuencia- han siempre defendido la autonomía del individuo en sus elecciones vitales. Sin embargo, Milei ha expresado públicamente su repudio a esta agenda, dejando que se expresen libremente en su nombre algunos intelectuales cercanos, como Agustín Laje y Nicolás Márquez, reconocidos por plantear un combate a muerte contra lo que consideran la expresión más pura de la izquierda cultural. Es decir, ¿sus declaraciones serían pura pirotecnia verbal que oculta sus verdaderas ideas sobre el tema? También hay otra opción: que el presidente verdaderamente crea en esta agenda. En ese caso, cabe recordar que es difícil encontrar personas ideológicamente puras, y lo más habitual es que en cada uno convivan algunas ideas y concepciones que hasta pueden ser contradictorias.
2) Una segunda observación tiene más que ver con la psicología de Milei. Entre los varios rasgos distintivos, hay dos que quiero destacar: el gusto por la provocación, y la megalomanía. Lo primero es evidente: si algo le gusta a Milei es provocar, permanentemente, casi siempre sin ningún tipo de consideración por las posibles consecuencias. Además de ideologizado, es monomaníaco: insiste e insiste, repite y repite las mismas cosas hasta el hartazgo. Y si después sus actos desmienten sus palabras, suele callar o acusar a su interlocutor por no haberlo entendido. Esto nos lleva a pensar que el presidente sostiene las ideas del “antiwokismo” como una forma de provocación, sabiendo exactamente a quiénes va a irritar, aunque esto pueda tener consecuencias no deseadas.
Su megalomanía también es más que patente. No se cansa de repetir que es el mejor presidente de la historia argentina, llamado a renovar un pasado brillante después de casi un siglo de desatinos. Por eso sus discursos en foros internacionales no son humildes ni discretos, asumiéndose como ejemplo de aquello que debe hacerse. Le gusta describirse como un general al frente de las tropas que van a derrotar de manera definitiva al “zurdaje”, donde quiera que éste se refugie. Igual que Trump, a quien en esto se parece o, probablemente imita. Lo que importa es que seguramente piensa que no puede quedarse atrás en esta lucha en la que, según sostiene, está en juego la cultura occidental. Su liderazgo, real o imaginado, no es sólo local, sino global.
3) Creo que en el mismo discurso, en buena parte “mutilado” y malinterpretado intencionadamente, se puede encontrar una clave. El presidente dio a entender que su ataque no era a las víctimas de femicidio o a los integrantes de minorías sino en la medida en que estas categorizaciones iban en contra el principio de la igualdad ante la ley. Es decir, lo que a Milei le causa molestia y rechazo son los privilegios que conllevan ciertas situaciones frente a la ley. Más todavía si ello se expresa en subsidios o cualquier otra condición que implique privilegios económicos y gastos innecesarios para el Estado. Podemos discutir si esto es tan así, pero me parece que las criticas del presidente apuntan por ese lado. Además son consecuentes con decisiones de gobierno ya tomadas, como la eliminación del Inadi o el Ministerio de la mujer. En el fondo, Milei plantea que el Estado no debe avanzar sobre asuntos que son propios de los individuos, del proyecto individual de vida de cada persona, y menos todavía financiarlos. Lo otro, lo de la agenda global de la izquierda cultural, más allá de su veracidad, puede que sea pura retórica.
Llegados hasta aquí, cabe otra observación. ¿Le sirve a Milei meterse en estos berenjenales? ¿Es positivo para su proyecto político vivir inventando enemigos a cada paso? Si hacemos un poco de memoria, veremos que la sombra de la protesta social que se cernía sobre su administración en los primeros meses se fue disolviendo. Ya no hay helicóptero a la vista. En este primer año, afirmado sobre el capital político generado por la victoria electoral, el presidente pudo hacer realidad su propuesta de ajuste total con un mínimo de reacciones adversas. Tal vez fue resignación lo que llevó a gran parte de la sociedad a aceptar un terrible ajuste a cambio del cumplimiento de la promesa de la prosperidad futura. Pero lo hizo, y hasta ahora, ese pacto electoral se mantiene firme. Sin embargo, el presidente parece haber sufrido más el golpe de algunas protestas que no tienen tanto que ver con el ajuste. Las marchas en defensa de la universidad pública congregaron a una variedad de actores que no necesariamente se identifican con la oposición política. Y ahora las declaraciones de Davos generaron una marcha multitudinaria que, más allá de su utilización por parte de la oposición y los movimientos de izquierda, también convocó a un representativo corte transversal de la sociedad.
Habrá que ver si, en un año en el que el presidente se juega gran parte de la viabilidad futura de su proyecto político, le conviene alienarse a una parte importante de la sociedad. Seguro que no todos los que marcharon en ambas ocasiones van a votar a la oposición en las legislativas. La protesta por temas como estos no necesariamente se transforma en voto negativo. Pero el gobierno corre el riesgo de perder el apoyo de sectores sociales a los que puede necesitar no sólo en las urnas, sino también para seguir apuntalando la gestión. No me quedan dudas de que Milei está convencido que quienes lo eligieron en 2023 van a seguir apoyándolo. Pero eso es algo que no está seguro, que no puede afirmarse con certeza científica, ni siquiera con encuestas en la mano. En todo caso, el único antídoto para neutralizar los efectos negativos de los conflictos que el mismo presidente genera, es poder mantener los éxitos de su política económica.
Esto es clave frente al panorama político actual. Es difícil pensar que una oposición desconcertada y dividida pueda aprovechar electoralmente en su favor la amplia movilización contra los dichos de Milei en Davos. Pero tampoco es seguro que le termine de allanar al oficialismo la tan anhelada alianza con el PRO y sectores menores que garanticen el éxito en las elecciones legislativas. Mauricio Macri ya dio el visto bueno, pero todavía no hay nada definido y surgen diariamente obstáculos que superar. Cuestión clave cuando en las sesiones extraordinarias se están tratando proyectos de relevancia electoral como el de ficha limpia y la suspensión de las PASO. Ni hablar de los pliegos para la Suprema Corte, que requieren de acuerdos más transversales, incluso con el kirchnerismo. Tampoco ayudan las curiosas e inexplicables expulsiones del riñón libertario, como las de Rodolfo Barra y Ramiro Marra.
Todos presumíamos, cuando Javier Milei asumió la presidencia, que algo había cambiado en la política argentina, sobre todo por el triunfo de alguien que sólo prometía penurias. Lo que no podíamos prever es que sería el mismo presidente quien con su estilo e ideas jugaría con el fuego de profundizar la grieta, generando una sensación de incertidumbre que muchos deseaban evitar.
* El autor es profesor de Historia de las Ideas Políticas.