6 de marzo de 2025 - 00:00

¿Nos acercamos a una construcción dictatorial?

Salvo excepciones, el sistema político argentino se encuentra fragmentado, carente de proyectos, principios y valores.

Nuestra sociedad, lo hemos escrito reiteradamente, vive el campo de la política como un enfrentamiento de fanáticos, un Ríver-Boca permanente, amando u odiando a caudillos mesiánicos que se presentan como los salvadores del país para conducirlo hacia un supuesto paraíso. Para ello deben actuar, siempre, al margen de nuestra débil institucionalidad republicana.

La cultura política caudillista, la ignorancia histórica y la falta casi absoluta de conciencia cívica, sumada a la inveterada anomia social, sintetizan el caldo de cultivo en el que se desarrollan estos personajes que encarnan, cada vez más, proyectos populistas con rasgos autoritarios o, como en el presente, encaminados a una construcción dictatorial, buscando la suma del poder público sin obstáculos ni límites a la vista.

El sistema político argentino está enfermo de gravedad (¡vaya novedad!), fragmentado, carente de proyectos, principios y valores, salvo pequeñas excepciones. La figura más gráfica para representarlo es la de un supermercado al aire libre (aunque con sótanos nauseabundos) donde todo se compra, se alquila o se vende.

Podemos dividirlo en tres grandes categorías. La primera se agrupa en la góndola institucional, donde hay más de 700 (¡sí 700!) partidos políticos reconocidos legalmente. El 99% son sellos para ser alquilados al mejor postor en momentos electorales por sumas desconocidas y, frecuentemente, por una módica participación del propietario en las listas que presenta el inquilino de turno. El sello puede llevar así, propuestas varias centristas o de extremos del arco ideológico, algo que no tiene mayor importancia porque la mayoría de los políticos “profesionales” son fieles seguidores del marxismo, el de Groucho Marx, y específicamente de una frase que se le atribuye: “Tengo estos principios, pero si no le gustan tengo otros”. Otra categoría, individual, está en las góndolas de los muñecos políticos. Tienen diferente tamaño y representaciones: hay perros feroces y falderos; gatos mimosos, ratas y hasta lauchas; y no faltan los mandriles. Tampoco figuras atléticas expertas en grandes saltos. Tienen en común que no toleran el frío del llano y siempre buscan el calor del poder, del que parten el osobuco para perros y gatos, algo de queso para las ratas, bananas para los mandriles y garrochas para los atletas. Por último, en la periferia del predio, ningún comprador, sea ciudadano/súbdito o poderoso señor, presta atención a las excepciones: paradas sobre un cajón de fruta, denuncian corrupciones varias, violaciones a la Constitución Nacional y las leyes y otras bellezas que vemos a diario.

Un lugar emblemático de funcionamiento del supermercado está en lo que antiguamente se llamaba “Honorable Congreso”, institución encargada, en nombre del pueblo y de los estados provinciales, de hacer las leyes que regulan el funcionamiento del Estado y de la sociedad, convertida sin embargo en ámbito de intercambio comercial entre los muñecos sentados en las bancas (con excepciones), sus mandantes en las sombras y el poder de turno.

Así, desde los saltarines que abandonan sus orígenes para servir a otros burlándose de la decisión de sus votantes, o las diversas mascotas que intercambian votos por “favores” variopintos, todo se mezcla en negocios espurios.El gobierno de Milei se aparta cada día más de la Constitución con procedimientos cercanos a lo dictatorial, con el agregado de escándalos varios, algunos de evidente corrupción (con muchos antecedentes que avalan la presunción), o el seguidismo pusilánime y canino a las líneas que traza el señor Trump, tan lejos de los valores de las democracias occidentales y tan cerca de los dictadores bárbaros que asuelan el mundo actual y de los totalitarismos del siglo XX, que parecen revivir al compás de la prepotencia, la amenaza y la extorsión, como la que sufre la valiente Ucrania, a punto de ser expoliada como el África del siglo XIX por los antiguos imperialismos.

El silencio cómplice de quienes hasta hace un año decían defender la República, la libertad de expresión, de prensa y la justicia independiente, hace cada vez más estruendosa la falsedad de buena parte del espectro político, el PRO en primer lugar, parte del radicalismo (con amplia experiencia en transformismo) y grupos menores. El necesario pragmatismo para lograr consensos, cuando se vuelve dominante, conlleva la desaparición de la ética, la moral y la dignidad (política y personal).

El peronismo/kirchnerismo, en su descomposición interminable es incapaz de abandonar un relato vacío de contenidos realistas y está inmerso en peleas facciosas, con parte de su dirigencia saltando hacia el nuevo polo de poder, tan opuesto a su primigenia doctrina como cercano en sus procedimientos antidemocráticos. No vale la pena nombrar a estos personajes menores, algunos acabadamente patéticos. Su insignificancia, no obstante, le hace un gran daño al país y al Estado de derecho.

No hay espacio, pero faltaría concluir que nuestra maculada “justicia federal”, la otra pata de la mesa institucional, lamentablemente acompaña -incluida la Corte Suprema- sin ponerle límites, al poder dictatorial en construcción.

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