Milei, el pasado nacional y los historiadores

Los historiadores académicos siguen palmo a palmo la manera en que la voz presidencial y sus acólitos apelan al pasado “luminoso” del país para radicar su programa de gobierno, con el propósito de corregir sus desviaciones, denunciar sus falsedades y subrayar los usos y abusos de la historia nacional.

Días atrás la discusión sobre la historia nacional volvió a estar presente en los programas de televisión y en las redes sociales en tanto incluyó al mismo presidente Milei quien refutó con su habitual lenguaje agraviante los argumentos vertidos por una joven historiadora profesional y columnista de La Nación sobre si la Argentina era potencia mundial en 1910. El episodio precipitó de inmediato réplicas y refutaciones. Algunos se pronunciaron contra la violencia, maltrato y descalificación presidencial; otros sumaron evidencias a favor y en contra sobre el desempeño económico argentino en vísperas del estallido de la Primera Guerra Mundial. En cambio, el lúcido ensayista Santiago Gerchunoff interpretó la voz presidencial como ejemplo del programa restaurador del gobierno y remató en su cuenta X con la siguiente expresión: “los argentinos estamos enfermos de pasado”.

Naturalmente, el desafortunado suceso interpeló por igual a intelectuales e historiadores en tanto alude a los debates sobre los usos políticos del pasado. En particular, al uso instrumental del gobierno de Milei de la historia nacional, convertida en un capítulo de la batalla cultural que pretende librar contra el “socialismo” o “comunismo”, que enuncia sin rigor mediante y que radica en su principal contrincante, el kirchnerismo, entendido como expresión del desorden fiscal, recetas populistas frustradas y responsable último de la decadencia del país. Un discurso que hunde sus raíces en el pasado reciente, en particular con la crisis del campo de 2008 que operó como parteaguas del ciclo de politización y polarización ideológica conformando dos bloques antagónicos e irreconciliables. En ese embate, el discurso de La Libertad Avanza no solo se formaliza contra el kirchnerismo, sino que arremete contra los procesos de democratización política, social y cultural del siglo XX y lo que va del XXI. Un discurso de naturaleza “fusionista”, como señalan algunos especialistas, que emergió como resultado de mutaciones ideológicas de las derechas liberales y nacionalistas reaccionarias hasta entonces marginales del juego electoral, y se popularizó a niveles insospechados, instalándose como rasgo de autoidentificación política sin titubeos ni complejos.

La batalla cultural liderada por el outsider que irrumpió en el escenario político, sin territorio ni estructuras precedentes pero surtido de las nuevas herramientas de comunicación digital que le permitieron cosechar el voto popular, no sólo tiene en la mira discursiva y simbólica a su adversaria preferida, Cristina Fernández de Kirchner, replicando más de una vez recursos utilizados durante sus dos mandatos presidenciales con mensajes violentos y estéticas alternativas o disonantes. El nudo del argumento reside, esta vez, en la reactualización de la visión decadentista de la historia nacional, pero bajo un registro distópico o disruptivo, en tanto atribuye a la cultura democrática, los derechos humanos y la justicia social la razón última de las tragedias argentinas. En su remplazo, erige la tradición liberal del siglo XIX como zócalo de inspiración o recuerdo para refundar los pilares de la prosperidad perdida de la nación. Un argumento controversial desde el punto de vista historiográfico pero que, sin embargo, le resultó eficaz para erigirse en conductor y único intérprete del nuevo clima de ideas y sensibilidades colectivas, refractarias de los partidos y políticos profesionales, el bloqueo del universo simbólico del peronismo como garante del bienestar de las mayorías populares, la mutación del vínculo entre el Estado y la sociedad ante el deterioro de bienes públicos esenciales, décadas de políticas económicas fracasadas, el deterioro de la moneda nacional y la galopante inflación, el creciente peso del individualismo en los procesos de subjetivación social, y la pandemia como punto de inflexión del desencuentro entre el Estado y la doliente sociedad encerrada por la cuarentena eterna. Fue esta, según el sociólogo Pablo Seman, la que daría origen a un movimiento de desafección, hostilidad e incomodidad respecto del Estado y de los partidos políticos. Un diagnóstico radicado en la noción que “el Estado no te cuida”, y que vigorizó el robusto plan de reformas del sector público nacional con la anuencia del congreso y amplias porciones de la opinión pública.

Desde entonces, los historiadores académicos siguieron palmo a palmo la manera en que la voz presidencial y sus acólitos apelan al pasado “luminoso” del país para radicar su programa de gobierno, con el propósito de corregir sus desviaciones, denunciar sus falsedades y subrayar los usos y abusos de la historia nacional. Lo hacen mediante declaraciones colectivas, columnas de opinión, entrevistas, redes sociales o eventos enmarcados en lo que se ha dado en llamar “historia pública”. Un paquete de intervenciones que involucra a especialistas del lejano siglo XIX y del pasado reciente, munidos todos de competencias disciplinares incuestionables, que reactualizan el compromiso con la “verdad” o conocimiento histórico y el papel del intelectual dispuesto a poner su saber al servicio de la conversación pública.

Un fenómeno que no tiene ninguna novedad en tanto evoca debates y refutaciones correspondientes al “momento kirchnerista”, en relación con la política de memoria estatal que, bien vale recordar, incluyó la narrativa neo-revisionista de la liturgia oficial de las celebraciones del Bicentenario de la Revolución de Mayo, la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano, la instauración del día de la “soberanía nacional”, la “apropiación” de la agenda de los derechos humanos y la cancelación de personajes cruciales que agruparon a Colón, Sarmiento y Roca. Pero aun aceptando los grados o variaciones de los usos públicos del pasado nacional por unos y otros, y el eventual impacto en la cultura política e histórica nacional, salta a la vista el peso que mantienen las narrativas del pasado como arena de disputa política e ideológica y, junto con ello, la doble tensión que cruza a los cultores de Clío: la que exige o supone el distanciamiento o emancipación del pasado con respecto al presente, y la que deriva de la pluralidad de discursos históricos que rivalizan o marchan en paralelo al saber académico o experto.

Uno y otro enfrentan a los historiadores a tres desafíos principales: por un lado, debería conciliar los resultados de sus investigaciones académicas con formas de comunicación de contenidos históricos susceptibles a captar audiencias ávidas por conocer los lazos que nutren el pasado nacional con el presente vivido; por otro, litigar con los usos públicos del pasado del que son expertos para reponer en la medida de lo posible el sentido dado por los actores del pasado que no es el nuestro. Finalmente, sería auspicioso que el historiador contemporáneo tomara deliberada distancia de alguna que otra pedagogía cívica u otro tipo de militancias con el propósito de pensar y narrar el pasado a partir del desciframiento de los testimonios voluntarios e involuntarios que quedan de él.

* Bragoni, Beatriz, «El panteón de Milei y los historiadores», dans Agüero Ana Clarisa et Sazbón Daniel (dir.), "", Passés Futurs, 17, 2025, consulté le 24/06/2025; URL: https://www.politika.io/fr/article/el-panteon-milei-y-los-historiadores.

* La autora es historiadora.

LAS MAS LEIDAS