16 de marzo de 2025 - 00:00

La realidad avanza

Mirada de la impactante jornada del miércoles, en las inmediaciones del Congreso, durante la convocatoria de apoyo a la demanda de jubilados.

“Disculpe el señor,

Pero este asunto va de mal en peor”

Joan Manuel Serrat, 1992

Parece notarse otra vez, dos facciones opuestas que disputan algo que resulta ser fundamental para la vida, y para la muerte. Por un lado, una combinación de elementos que guían un proceso, un nuevo clima de época como se dice, que aglutina y transfiere distintas demandas aunadas en punta de flecha, y es que el ajuste se torna insoportable e insostenible para muchísimas personas en general, y para los jubilados en particular; por otra, la cara de un gobierno caricaturesco, por momentos surreal, cebado y jugando a Rambo, intentando apagar con balas de ser necesario, las voces que todavía exigen existir, criminalizando al que se sume, y vulnerando su derecho a protestar, porque según ellos se puede hacer, pero en silencio, a un costado y despacito, sin que se note, ni se escuche, ni los moleste. Los cambios se dan en conflicto, es la dialéctica de la Historia.

Los medios de televisión, sumado a la voz de la ministra, estructuraron discursos con el tópico de la violencia, grupos de izquierda, barras bravas, negros, o simplemente “kircheristas” infiltrados, que es una manera de decir “todos los que me caen mal”, todos los que rayan. Fin. El análisis en esos términos no puede más que enseñar solo el prejuicio y la pereza (o imposibilidad) de ir más allá.

Amador Savater dice que el mundo se ha convertido en el algo cruel y brutal, que todo el mundo está dentro de la esfera de lo que él llama el brutalismo, que ver el dolor, la ausencia, sus faltas, no nos moviliza siquiera un gesto. La indiferencia, el sálvese quién pueda, el algo habrá hecho. Todas las veces en la que el mundo que hemos creado nos deja atónitos, todas las veces en las que un grupo de imágenes nos cuentan el horror, o un grupo de sombras por las madrugadas de Mendoza, o leyendo diarios, o viendo redes. El mundo y sus derechas han logrado que nada nos queme, que nada nos pase en forma ritual, comunitaria, la espiritualidad reemplazada, la inmediatez al servicio, y cada vez más asistimos a un mundo que va a ser (si no ya es) para algunos, y de algunos.

El poder global parece diseminarse en cada detalle minúsculo, en las escuelas, en nuestros celulares, en los algoritmos, como si hubieran lanzado un dardo silencioso y anestésico sobre nuestros corazones. Quienes hoy detentan el poder son estúpidos, pero no hay problema, no se avergüenzan de ello, al contrario, ejercen ese criterio y lo contagian a otros que no son el poder, pero ligaron la época. No tienen que hacer ningún esfuerzo para argumentar. No hay que demorarse, ni leer, ni instruirse. Hay que experimentar, nada más que eso.

Como se ha dicho tantas veces, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. La estrategia dominante es cada vez más amplia, va desde el discurso de que los multimillonarios salvarán al mundo (a los que puedan pagarlo, claro), como menciona Michel Nieva en “Ciencia ficción Capitalista”, hasta el bastonazo que recibe una abuela en el Congreso de Buenos Aires. Desde la fetichización tecnológica de la mano de sus estrellas hasta la represión más básica en el condado. El brutalismo, la crueldad, las cámaras encendidas, y enseguida el olvido. O escribo lo que siento, o pasa. Seguirá siendo humano ir a la plaza, seguirá siendo humano dar cuenta que la plata no le alcanza a millones y millones de personas.

Lo que pasó el miércoles, pero también sus ecos, fue la fatality a un cuerpo nacional medianamente integrado. La nueva colonización es del alma. El nuevo encierro es la ética de mi propia individualidad, la ética de la crueldad como se ha dicho, la idea de una libertad tan chiquita como un billete, y que puede ocurrir porque casi todo se volvió superfluo.

Es tanto más amable, menos cínico, y más humanitario, subir las jubilaciones que armar un sketch de sangre fuera del teatro. Es tanto mejor que el Estado esté presente en las catástrofes nacionales, que montar la idea soft de los buenos ayudando por su cuenta en su “voluntarismo mágico”, como decía Mark Fisher. Por más que armen narrativas de desposesión, de precarización laboral, de gerenciamiento de las políticas, y convenzan a unos cuántos, hay otros cuántos que revitalizamos lo público y su rol y su paz. No sobran. No están de más, aunque no los quieran ver. Existen y exigirán ser vistos para seguir existiendo.

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