Era casi de su misma edad, él de 1936 yo del 35. Cuando fue elegido Papa el 13/03/2013, con mi esposa, hoy fallecida, sentimos alegría, orgullo por ser argentino y por colocar a nuestra maltrecha nación en el centro del mundo, emoción por representar a Pedro y ser Vicario de Cristo. En fin, un racimo de sentimientos que no sentíamos en muchas décadas. Luego vinieron los viajes, setenta creo, ovacionado en el mundo. Otro motivo para el orgullo.
Y siguió su vida en el Vaticano. Entonces debo reconocer que comenzaron mis discrepancias. Las que muchos católicos experimentamos y de las que no voy a hablar porque hoy debo decir algo nuevo y respetar a Franciscus muerto. Lo cierto es que me alejé de él ¡y cuánto lamenté la cercanía perdida! Se fue el orgullo, la emoción, la alegría y una profunda tristeza comenzó a cubrir mi alma. ¡Un Papa que me llevó al paroxismo me derrumbó en la desilusión y la desesperanza! ¡Y era argentino, y era nuestro, y era de mi edad, casi un hermano!
Y murió el lunes después del santo domingo glorioso.
¡Y comenzaron las revelaciones de su vida Papal! Todos las conocemos, por lo menos quienes nos enfocamos en leerlas, verlas y escucharlas. No voy a señalarlas aquí porque sería redundante y los comentaristas de todo tipo se encargan de difundirlas.
Pero también reconozco que comencé a emocionarme, porque descubrí de repente algo que quizá sea lo que más he valorado en mi casi secular existencia. Estoy convencido que la soberbia es el pecado capital madre de todos los pecados. Nos hace sentir los más poderosos del mundo, los que más merecemos privilegios, títulos y honores, ser los más inteligentes y bondadosos, que los demás no sean nada a nuestro lado, que si alguien es premiado cuando nosotros no, la injusticia y el error son lamentables. Que nuestras virtudes son las que el mundo más aprecia y que nuestros éxitos son obra exclusiva de nuestro esfuerzo y nadie nos ha ayudado ni ha tenido participación en ellos. Que tenemos la mejor familia, los mejores hijos, la más bella y codiciada esposa/so, etc, etc, etc.
En política, religión, sociedad y toda actividad humana la soberbia nos degrada y nos condena a la peor categoría. Y entonces, comencé a repensar en Franciscus. “Recen por mí” dijo aquélla tarde noche de Roma, quien llegaba a lo más encumbrado del catolicismo y se sentía un pecador, recordando que la iglesia no es de santos sino de pecadores. Al morir se le encontró un patrimonio de noventa euros, el más pobre de los pobres. Se decía “Obispo de Roma” porque ser “Papa” era mucho para él que no merecía serlo. Desechó el anillo y crucifijo de oro optando por sus antiguos de plata y sus desgastados zapatos negros frente a los muy bonitos rojos propios de los Papas, prefirió la pequeña habitación de Santa Marta a los opulentos aposentos del Palacio Apostólico.
Lo recibió a Mel Gibson cuando después de filmar y dirigir La Pasión de Cristo cambió su vida y sintió el peso de su propia cruz, recibiendo de Franciscus un rosario de madera que lo acompaña para seguir el consejo del Papa: no filmar, pero sí vivir ahora la Resurrección de Cristo, el gran triunfo de la Cruz. Lo llamó a Denzel Washington a su casa para preguntarle por la salud comprometida de su hijo Malcom, lo que también cambió la vida del extraordinario actor negro.
Y así continúan las anécdotas que perfilaron la enorme humildad de Franciscus que hoy valoran millones de humanos en todo el planeta y muchos de ellos dieron su testimonio el sábado 26 de abril de 2025.
Pero con honestidad debo destacar uno de los aspectos que más critiqué de Franciscus. No pude entender en su momento cómo recibía a los más corruptos de corruptos, diría hasta con alegría, en el Vaticano. Cristina Kirchner, Milagro Sala y Juan Grabois, habiendo cada uno burlándose de todos los argentinos por sus enormes tropelías y aportando para la destrucción del país, salían de la Sala de Audiencias Privadas abofeteándonos moralmente y diciéndonos “!vieron, el Papa me recibe y me regala un rosario¡”. Esto era muy fuerte para mí y hasta sentí ira incontenible.
Pero ahora, con Franciscus en la Casa del Señor, traigo de nuevo su humildad y recuerdo, que pensaba: “¿Quién soy yo para juzgar?”. No puedo evitar recordar la iglesia de pecadores y que el Papa nos pedía que rezáramos por él, en la seguridad que se consideraba un pecador.
Entonces viene a mí el mismo Cristo, el más inocente de los inocentes, condenado a morir en cruz por predicar “ámense los unos a los otros como yo los amo”, le dijo al ladrón de su derecha después de arrepentirse: “te prometo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”
¡Recibe este modesto homenaje y descansa en paz hermano Franciscus!
* El autor es doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales