Entre sumar puntos para el Nobel o tumbar a Maduro

No está claro si el objetivo del despliegue de buques de EE.UU. frente a las costas de Venezuela, con cuatro mil efectivos preparados para un desembarco, es preparar un ataque para destruir el régimen, o hacerlo entrar en pánico para causarle grietas internas que lo hagan desmoronarse.

Lo que lleva alguna dosis de calma al Palacio de Miraflores es la obsesión de Donald Trump por el Premio Nobel de la Paz. Esa ansiedad tan visible del jefe de la Casa Blanca ilusiona a Nicolás Maduro con que la creciente presión militar norteamericana no desembocará en una acción directa de Estados Unidos para destruir su régimen.

El presidente norteamericano lleva adelante una maratón de mediaciones pacificadoras en las que premia con aranceles favorables y otro tipo de favores a los líderes que aceptan inmediatamente firmar acuerdos de paz o ceses del fuego, aunque sean pactos sin claros andamiajes, y a renglón seguido anuncien públicamente que propondrán a Trump para el Nobel.

El primer ministro paquistaní Shehbaz Sharif recibió el premio de un atractivo acuerdo arancelario por haber sido dócil con India para detener un fuerte intercambio de ataques aéreos y por haberlo propuesto para la distinción que entrega el Reino de Noruega.

También Ruanda y Congo recibieron caricias comerciales por un acuerdo en el que no cree casi nadie, mientras que Armenia debió firmar un acuerdo que equivale a una capitulación, concediéndoles a los azeríes una ruta que cruza su territorio para unir Azerbaiyán con el territorio de Najicheván, arrebatado a los armenios en 1921.

Con la misma “seriedad”, el magnate neoyorquino busca la foto de Putin y Zelenski dándose la mano ante su sonriente presencia.

Con esa maratón de improvisadas mediaciones exprés, Trump escenifica el rol de pacificador que le sume puntos para el Nobel. Pero lo alejaría de ese ansiado premio una acción militar en Venezuela para derribar la dictadura de Maduro.

Por más impresentable, envilecido y brutal que sea el régimen chavista, bombardear un país sudamericano o lanzar un desembarco de tropas en su territorio, generaría un conflicto del tipo de los que abomina el presidente norteamericano. Más aún si además le resta puntos para el anhelado Nobel.

Aun así, de existir información suficiente y contundente sobre una posible implosión de la dictadura residual que dejó el liderazgo del fallecido Hugo Chávez, el magnate neoyorquino podría tentarse a una aventura militar si tiene la victoria asegurada.

No está claro si el objetivo del despliegue de buques frente a las costas de Venezuela, con cuatro mil efectivos preparados para un desembarco, es preparar un ataque para destruir el régimen, o hacerlo entrar en pánico para causarle grietas internas que lo hagan desmoronarse.

En ese caso, el primer paso habría sido poner precio a la captura de Maduro. Así comenzó el proceso que, en 1989, desembocó en la invasión norteamericana de Panamá para derribar el narco-régimen que encabezaba el general Manuel Antonio Noriega.

En los últimos días, no ha parado de crecer la sensación de que Trump decidió llevar a cabo una operación militar en Venezuela para derribar ese régimen fraudulento y calamitoso.

Para la administración republicana, Maduro es el jefe de una organización narcotraficante que se adueñó del estado venezolano. Según la Casa Banca, el Cartel de los Soles, la poderosa mafia narco que surgió a principios de los noventa en las Fuerzas Armadas de ese país sudamericano, bajo el chavismo creó una red que se ramificó dentro del Estado y está encabezada por los caudillos chavistas.

Los aparatos norteamericanos de inteligencia están tratando de infiltrar el poder militar y también detectar si el régimen comienza a resquebrajarse. La invasión de Panamá en 1989 parece un espejo que, desde el pasado, refleja paso a paso lo que ocurre en la actualidad entre Estados Unidos y y ese país caribeño. La CIA sabía de los contactos del dictador Manuel Noriega con el narcotráfico y se lo permitió porque colaboraba con los aparatos norteamericanos de inteligencia. Hasta que, a mediados de la década del 80, el dictador panameño comenzó a trabajar también para otras agencias y se volvió totalmente desconfiable para los estrategas con oficinas en Langley, Virginia.

Cuando Noriega anuló la elección presidencial que había ganado el candidato opositor Guillermo Endara, un ex colaborador del líder democrático Arnulfo Arias que enfrentaba al régimen militar, el entonces presidente norteamericano, George Herbert Walker Bush, tomó la decisión de invadir Panamá desde adentro, utilizando las tropas de las bases norteamericanas situados en la zona del canal interoceánico.

El golpe a la democracia que cometió Noriega al anular la elección presidencial y sus vínculos con el narcotráfico contra el dictador fueron el casus belli de Bush para lanzar la Operación Causa Justa, invasión que derribó al régimen al precio de miles de muertos.

Ese espejo parece reflejar con nitidez el fraude destruyendo la elección que ganó de manera clara y contundente Edmundo González Urrutia, y también la acusación de narco-dictadura al régimen.

Falta ver si la obsesión por el Nobel hace que Trump saque el dedo del gatillo.

* El autor es politólogo y periodista.

LAS MAS LEIDAS