23 de mayo de 2025 - 00:05

En recuerdo del gran escritor Antonio Di Benedetto y sus escritos

Según el escritor Saer, ninguna buena novela latinoamericana es superior a la obra de Di Benedetto, quien además desde su puesto de secretario de Redacción del diario Los Andes brindaba ayuda a todo el que recurría a él, en especial la gente de la cultura que necesitara de una mano o una opinión.

Abelardo Arias, diría con el tiempo y la razón, que, si Antonio Di Benedetto hubiese escritos sus cuentos y novelas en París y no en Mendoza, su ciudad, sería mundialmente famoso.

La mayor parte de las novelas que se han escrito en lengua española –comenta el escritor Saer– en los últimos treinta años del siglo pasado, ninguna buena novela latinoamericana es superior a la obra de Di Benedetto, el gran escritor de este idioma y del siglo, que era grande como hombre por su capacidad y su espíritu de sentido de servicio que desde su puesto de Secretario de Redacción del diario podía brindar a todo el que recurría a él, en especial a la gente de la cultura que necesitara de una mano o una opinión.

Sabiendo de esto, en una oportunidad nos acercamos con el pintor y escultor Segundo Peralta – previamente habíamos pedido por teléfono una entrevista, que no hacía falta, porque don Antonio siempre tenía tiempo, y además él atendía el teléfono-, para solicitarle “nada más” que el diario de manera “un poco destacada” anunciara la exposición que en días más íbamos a inaugurar. Yo aventuraba que ese texto fuera acompañado con fotografías de nuestras pinturas, Peralta, todo lo que tenía de genio lo contraponía a su timidez, me decía que “nos conformáramos que saliera en el diario”. Nos recibió como si fuéramos viejos conocidos y luego de una charla que se interrumpía por la vorágine de un su trabajo, nos preguntó si traíamos fotos, ante la negativa llamó a un fotógrafo para que nos hiciera unas fotos y de unas obras que le arrimaríamos, luego se comunicó con quién haría la nota por lo que nos preguntó si teníamos el catálogo a mano.

Apenas habíamos hecho una cartilla en un buen papel con el nombre de las obras, por lo que se quedó unos instantes pensativo, como dudando, y diciendo algo como que nuestro trabajo requería una buena presentación, nuevamente tomó el teléfono y habló con otro prócer de la cultura hoy también olvidado, que era don Gildo D’Acurzzio que generaba arte en su moderno taller gráfico, hombre de su mismo palo, otro referente donde los artistas de Mendoza recurrían para consultarle y pedir consejos sobre impresión, papeles y tintas. Gracias a la intervención de Di Benedetto y el altruismo de D’Acurzzio tuvimos el “gran” catálogo”.

Esto lo he citado para poner en evidencia quién era y como actuaba con los hacedores de la cultura de Mendoza, todo lo hacía y solucionaba ahí, al momento, no había dilaciones, el “veamos dentro de unos días” no existía. De la misma manera actuaba con quienes tenía el compromiso de exhibir su trabajo fuera de la provincia y recurría a él para pedir contactos.

Fue lamentable que una persona de estos quilates haya sido burdamente avasallada, denigrada por una caterva de fanáticos incultos y violentos. En una charla con don Ángel Bustelo, un viejo luchador de sueños y esperanza de la política mendocina, socialista el hombre, compañeros de luchas y celdas de don Benito Marianetti, fue ‘chupado’ con Di Benedetto y compartieron tiempos de privación de la libertad.

Me contaba admirado Ángel “la candidez e inocencia de este hombrecito brillante que no entendía lo que pasaba, preguntando una y otra vez, por qué sería que lo habían arrestado y cuando lo dejarían en libertad”. Bustelo veterano de vejámenes y ofensas sobrevivió, la dulzura de Di Benedetto ante la barbarie no pudo reponerse.

Hoy lamentablemente no se lo recuerda como debiera en Mendoza. Siendo yo rector del centenario Colegio Nacional Agustín Álvarez, en diciembre de 1997, recuperé su valiosa biblioteca que servía de depósito de trastos viejos, un espacio de prosapia con más de 1.800 textos, muchos de ellos incunables que superan los trescientos años y la bauticé con el nombre de Antonio Di Benedetto, uno de sus ilustres exalumnos. Fue un orgullo y un gran honor para mí, a pesar de que no pocos docentes estaban de acuerdo con esa persona que había tenido “algo que ver” con algo y que por eso lo habían arrestado.

Fue una ceremonia brillante, rodeados de intelectuales, escritores, que a medida que transcurría fue logrando un clima muy emotivo. La periodista y escritora Mercedes Fernández, luego de una generosa reseña sobre don Antonio, leyó un cuento que el gran escritor había creado en su exilio de España.

De los diarios de la provincia uno le dedicó en su suplemento de cultura, tapa y páginas centrales, el viejo Los Andes de donde él había luchado con los fantasmas de la información y por la cultura llegando a secretario de Redacción, publicó el acontecimiento en tres líneas y en “Educacionales”, como si fuera un hecho más en una escuela perdida. Dolía todavía cualquier información de aquel brillante que una vez fue parte de su estructura hasta llegar a ocupar el cargo de subdirector.

* El autor es docente. Exrector del Colegio Nacional Agustín Álvarez.

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