“...Han sido reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología. Entiendo que la biología y las matemáticas aguardan también su avatar... Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue. Si nuestras previsiones no erran, de aquí cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlon. Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlon. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogue una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne.”Tlön, Uqbar, Orbis Tertius- JLB - Ficciones(1944)
Aquí Borges plantea que el mundo se convertirá gradualmente en Tlön, un universo/mundo/planeta/país, ilusorio. En esta época donde la Inteligencia Artificial comienza a revolucionar contenidos, textos, imágenes, música y hasta pensamientos aparentes, este cuento adquiere una sorprendente actualidad.
La fascinación y lo temible conviven en esta visión: ¿y si lo real fuese apenas una ficción que aprendimos a crear y creer colectivamente?
El filósofo italiano Andrea Colamedici rescata este universo borgeano como punto de partida para explorar cómo la cultura, como red de significados compartidos, moldea la vida contemporánea. Uno de sus gestos más provocadores fue presentar el libro Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad (Ediciones Tlon). Obra firmada por Jianwei Xun (filósofo hongkonés ficticio) que fue escrita íntegramente por una IA. Durante semanas, nadie notó la farsa, la crítica elogió su profundidad, se abrió el debate, y cuando finalmente se reveló el experimento, muchos quedaron sorprendidos y molestos. Esa acción dejó en evidencia hasta qué punto estamos expuestos a la sugestión de la forma, del aura autoral, y del discurso aparentemente coherente.
Colamedici propone un juego filosófico y existencial: detenernos, tomar conciencia, crear relatos que nos reencuentren con lo profundo. Su propuesta es resistencia activa y creativa y una invitación para aprender a contar nuestras propias historias. Y ahí es donde la Cultura, entendida como acto vital, cobra sentido.
Narrar para vivir
La cultura no es un “extra” en la vida social, o lo que sucede después del trabajo. Es, en esencia, la forma en que intentamos comprender lo que nos pasa, es el modo en que intentamos transformar la experiencia en sentido. Un libro, una película, una fiesta popular, una conversación profunda, un mural en la calle, una pintura, una escena teatral, son todos modos de recordarnos que estamos vivos y que, obviamente, no estamos solos.
Más que nunca necesitamos esa red de significados, lejos del espectáculo superficial o la rutina decorativa institucional. La Cultura debe volver a ser esa chispa que enciende el fuego de la comprensión. Contar historias, reflexionar, emocionarnos, contemplar, desacelerar. Volver al tiempo Kairos —ese tiempo del instante pleno— y resistir de a poco al Cronos que sólo acumula horas vacías.
Hoy donde todo tiende a disolverse en pantallas, la contemplación se vuelve un acto político. No hay cultura sin pausa y sin espacio para el asombro. Y no hay creatividad sin riesgo, sin preguntas, sin ese abismo estimulante del “no saber”.
La inteligencia artificial y el alma
La irrupción de la IA nos confronta con un nuevo Tlön. Textos creados por máquinas, imágenes generadas sin actores ni pinceles, canciones sin músicos. ¿Qué nos queda si la creación también puede ser automatizada?
Queda lo más difícil: la experiencia y la cultura, en su sentido de respuesta existencial a la condición humana. La IA puede simular lenguaje, pero no puede haber sentido. No conoce la contradicción, ni el vértigo, ni el miedo. No contempla. No se emociona.
Entonces, nuestro rol es aprender a convivir con esa tecnología e intentar vivir con profundidad. Contemplar, emocionarse y pensar críticamente. Hacer Cultura no como réplica, sino como invención para ser vivida.
Un acto de resistencia y creación
En una época dominada por el eventismo, los comités de festejos oficiales y las lógicas del show, defender la Cultura como acto vital es un gesto casi revolucionario. Crear espacios para pensar, lugares para emocionarse, tiempos para detenerse, territorios simbólicos para compartir. Hacer de la cultura una herramienta de desarrollo.
Impulsar la industria creativa es clave para generar empleo, dinamizar economías y fortalecer identidades ya que en su núcleo está la posibilidad de construir valor simbólico. La cultura y la creatividad son parte del tejido productivo contemporáneo, y deben ser pensadas con la misma seriedad que cualquier otro sector estratégico, con una mirada humana, plural y transformadora.
Crear Cultura es también habitar el territorio. Es dar lugar. Es construir pertenencia y memoria. Es imaginar lo que aún no existe y hacerlo posible. Y es también divertirse y reír. Porque en la risa también está la resistencia. Porque la alegría compartida crea comunidad y un modo de afirmación. La Cultura como desarrollo, como reflexión, como celebración y como fiesta: fiesta con sentido, con historia, con vínculos.
El desafío de estar vivos
En estos tiempos vertiginosos, paradójicos y fascinantes, el desafío es trascender la hipnosis, evitar ser reemplazados por lo ajeno. Sí, el mundo podría convertirse en Tlön pero también puede ser otra cosa. Puede ser una obra colectiva, una red de relatos vivos y de experiencias que nos reencuentren.
La creatividad y la cultura son pulsos que vibran entre caos y orden, entre lo que somos y lo que podemos imaginar.
Son formas serenas de decir: estamos acá.
* El autor es presidente de FilmAndes.