La elección de un nuevo Papa no es solamente un acto religioso. Ahora, en épocas de redes sociales, se volvió un acontecimiento geopolítico, social y cultural que pone al mundo en pausa y al Vaticano en alerta máxima.
El Vaticano desplegó un enorme operativo de seguridad de cara al 7 de mayo, fecha para el inicio de la elección del nuevo Papa.
La elección de un nuevo Papa no es solamente un acto religioso. Ahora, en épocas de redes sociales, se volvió un acontecimiento geopolítico, social y cultural que pone al mundo en pausa y al Vaticano en alerta máxima.
Si bien el cónclave conserva su liturgia centenaria, lo que ocurre puertas adentro de la Capilla Sixtina ya no se rige únicamente por el incienso y el murmullo de las oraciones. Ahora, también lo custodian algoritmos, fibra óptica, escudos de inhibición electrónica y cámaras de seguridad que funcionan como centinelas digitales.
El secreto del cónclave es, desde hace siglos, uno de los pactos de confidencialidad más respetados del planeta. Pero el mundo cambió. Hoy un celular con buena cámara, una red social y una conexión fugaz pueden romper con siglos de tradición. Y el Vaticano lo sabe.
En consecuencia, esta edición para elegir al sucesor de Francisco será la más tecnológicamente blindada de la historia. Nada puede filtrarse.
La Santa Sede desplegó un arsenal de herramientas propias de una central de inteligencia. En primer lugar, los inhibidores de señal: esos dispositivos que bloquean toda posibilidad de conexión inalámbrica. Ni Wi-Fi, ni Bluetooth, ni 4G, ni 5G. Nada. El cónclave se convierte en un desierto digital donde ningún dato puede entrar ni salir. Una zona de silencio sagrado y tecnológico.
A eso se suman los vidrios opacos en todas las ventanas que rodean el área. No se trata solo de preservar la intimidad del momento: es una respuesta directa al crecimiento del espionaje con drones, satélites y cámaras de largo alcance. Nadie, absolutamente nadie, puede ver lo que ocurre desde fuera. Ni siquiera por accidente.
Y por dentro, más de 650 cámaras de seguridad vigilan cada rincón. Pero no son simples ojos electrónicos: muchas de ellas están conectadas a sistemas de inteligencia artificial capaces de reconocer patrones, detectar movimientos anómalos o alertar si aparece un objeto fuera de lugar.
¿Una valija olvidada? ¿Un comportamiento extraño? ¿Una presencia no autorizada? El algoritmo lo marca. La película "Cónclave" ya mostró qué pasa si hay una amenaza externa.
La incorporación de IA al corazón del Vaticano puede parecer un oxímoron: un lugar que venera la tradición milenaria usando tecnología de punta para preservar el misterio. Pero, en realidad, es un reflejo de la era en la que vivimos. La Iglesia, aunque sostenida por dogmas antiguos, no puede ignorar los desafíos contemporáneos.
El riesgo ya no es solo que un periodista consiga una primicia. Ahora también existe el riesgo de que un deepfake viralice el nombre de un papa inexistente o que un hacker filtre -o invente- información capaz de desatar confusión global. En ese contexto, cada medida de protección no es exagerada: es necesaria.
Todo este despliegue tiene un único objetivo: proteger el ritual. Que el humo blanco sea la primera señal oficial del nuevo papa. Que ningún nombre se filtre antes de tiempo. Que los cardenales puedan deliberar sin presiones externas ni ruidos del mundo digital. Que el misterio se mantenga hasta el final, como corresponde. La respuesta al interrogante se conocerá desde el 7 de mayo.