El atroz desencanto de la democracia

La democracia recuperada en 1983, después de 42 años de vigencia ininterrumpida, no ha dado respuesta en aspectos sustanciales. Las mejoras se ven por el lado de los derechos políticos y sociales y la libertad de expresión, principalmente. La economía ha sido el talón de Aquiles de la democracia argentina.

Los resultados de las seis elecciones realizadas en lo que va del año han encendido las alarmas. No por quién ganó o quién perdió sino por otro dato que se ubica en niveles históricos desde el retorno de la democracia: el ausentismo electoral promedió 42,7%. Es decir que más de cuatro de cada diez personas en condiciones de votar no concurrieron a las urnas.

Las interpretaciones del fenómeno son variadas, pero, en general , los especialistas coinciden en señalar tres factores: que las elecciones legislativas tienen menor atractivo que las que definen cargos ejecutivos, que el malestar con la política sigue siendo muy alto y que la difícil situación económica alienta el descreimiento.

De allí que la estrategia de los oficialismos provinciales e incluso municipales sea crear una suerte de “burbujas electorales” para salvar la ropa propia despegándose del arrastre (o el lastre) que podrían significarle figuras o circunstancias de alcance nacional.

Es lo que pasó en Salta, Jujuy, Chaco, Misiones y San Luis, donde las listas de los gobernadores obtuvieron los mayores porcentajes. La única excepción fue la ciudad de Buenos Aires donde el oficialismo macrista fue derrotado por el oficialismo nacional.

¿Puede este escenario repetirse en Mendoza? La respuesta encierra la misma incertidumbre que parece empeñado en mantener el gobernador, Alfredo Cornejo, respecto de si convocará a elecciones unificadas con la nacional del 26 de octubre o las mantendrá desdobladas, como marca la ley electoral de la provincia.

Sin embargo, algo puede vislumbrarse. La mayoría de las consultoras que rastrillan el territorio en busca de relevar el clima electoral de los mendocinos coincide en que entre 50 y 55% de las personas que consultan les responde que no saben a quién van a votar, que no les interesa la elección o que directamente no les importa la política.

“No somos una isla. En este sentido Mendoza no tiene elementos que la diferencien del resto del país”. explica Nicolás González Perejamo, director de la consultora Demokratia. Así, esta versión del abstencionismo parece esparcirse por toda la geografía nacional, pero se trata de una tendencia de alcance mundial.

De acuerdo con el Índice de Democracia que elabora The Economist Intelligence Unit para medir la calidad democrática de los países, en 2023 el puntaje promedio dio 5,29. Así, sólo 6,6% de la población mundial vive en lo que puede considerarse una “democracia plena”. Estos datos muestran un estancamiento del sistema y, específicamente para Latinoamérica y el Caribe, un retroceso por octavo año consecutivo. La Argentina aparece con un puntaje de 6,51 en este ranking y está calificada como una “democracia defectuosa”.

Por esto, la preocupación por el futuro de la democracia es una temática de debate global. ¿La democracia produce acostumbramiento? o, aún mejor, podríamos hacernos la inquietante pregunta de si nos aburrimos de la democracia.

La duda suele presentarse cada tanto, pero hay momentos, coyunturas políticas, en las que aparece con más fuerza. Al menos para quienes hemos vivido parte de nuestra vida bajo gobiernos autoritarios o dictaduras, como sería más propio decir en nuestro caso.

En esa línea, deberemos admitir que este sistema recuperado en 1983, después de 42 años de vigencia ininterrumpida, no ha dado respuesta en aspectos sustanciales. Los datos de desempleo, pobreza e inseguridad, por caso, son peores que los de los primeros años de las décadas del ’70 e incluso del ‘80. Las mejoras se ven por el lado de los derechos políticos y sociales y la libertad de expresión, principalmente.

La economía ha sido el talón de Aquiles de la democracia argentina pero ahora el sistema enfrenta demandas sectoriales, muchas veces contradictorias, que la tensionan al extremo. Sobre todo, en un escenario de irreconciliable polarización en el cual el consenso ya suena a una nueva utopía.

“Lo que hay es una gran crisis de representación, una microsegmentación de intereses que termina llevando al gobierno a minorías. El abstencionismo es un fenómeno que en Europa tiene unos veinte años. En el caso argentino, el hastío llevó a una porción muy importante de la sociedad a salirse del sistema votando a Milei y, ahora, vuelve a salirse del sistema no yendo a votar” advierte González Perejamo.

Parecido a la duda que desvela al escritor español Fernando Aramburu quien añade un matiz inquietante haciendo foco en los jóvenes europeos pero que excede a lo generacional. Una realidad que, tantas veces, anticipa y actúa como espejo de la nuestra: “Nacieron y vivieron siempre en democracia y entonces no saben lo que es la dictadura. La juventud tiene una tendencia natural a la aventura, al cambio y a dejar su propia huella. Pero, ¿el cambio hoy sería suprimir la democracia? Eso nos llevaría al totalitarismo”.

Vale la pena tenerlo en cuenta.

*El autor es periodista. [email protected]

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