La oposición (innecesariamente mayoritaria) pide lo imposible porque Milei no hizo lo posible. Es que, en general, el presidente ajusta sin reformar, porque le interesa lo primero (ajustar) mucho más que lo segundo (reformar). De allí que los reclamos de los universitarios o de los jubilados o de los médicos o de los demás sectores peticionantes tengan sentido, aunque la solución no pase por aumentar sueldos o jubilaciones a través de leyes surgidas de la oposición legislativa. La solución pasa, en primer lugar, por un presupuesto aprobado para que, ateniéndose a las pautas fijadas por el Congreso, luego el Ejecutivo “ejecute” las decisiones que le corresponden. No es el sentido que sea el Congreso el que “ejecute” sancionando leyes en cuestiones que le corresponden tomar al gobierno.
No obstante, aunque esa crítica al Congreso suene razonable, para Milei, con una visión por demás economicista, el superávit es un fin en sí mismo, cuando el fin debería ser la reforma del Estado mediante la cual se obtenga el superávit destruyendo lo viejo innecesario a la vez que se construye lo nuevo necesario. No quedarse en la primera parte, obviando la segunda o dejándola para un futuro indefinido. Esta transformación, obviamente, debe incluir el achicamiento del gasto en todos los sectores donde sea posible. Pero no indiscriminadamente como se está haciendo en muchos lugares, en particular en los que no le interesan al presidente o directamente piensa que son los recovecos donde se encuentran sus "enemigos", como las universidades o los institutos científicos y culturales. O en el ideologismo más increíble de todos: el de no querer hacer obra “pública” porque llamarla “pública” es -según su excéntrica interpretación- una idea "comunista" puesto que la infraestructura la debe realizar nada más que la actividad privada, nunca el Estado (aunque en los hechos, es a las provincias, no a los privados, a quienes Milei les está "tirando” -literalmente- las obras públicas nacionales para que se hagan cargo ellas).
Como nos recuerda Roberto Azaretto en su nota del viernes en este diario, durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca (1898-1904), el mendocino Emilio Civit fue su ministro de “Obras públicas”, siendo improbable que Roca o Civit hubieran leído, o aplicado, a Carlos Marx, pese a haber cubierto de "obras públicas” todo el país, en una tarea titánica de Civit, de la cual Roca dijo que no parecía el logro de un solo hombre, sino de toda una generación ¿Roca y Civit eran liberales estatistas o "zurdos". Nada parece indicarlo.
Todo esto parte de la concepción libertaria de que achicar el Estado es apenas el comienzo del objetivo mayor: hacerlo desaparecer porque el Estado es el demonio, como Milei lo llama. Una propuesta delirante, en absoluto liberal. Y que no es sólo una idea teórica, porque Milei la aplica cuando puede: además de no hacer obra pública, debido a esa concepción, también intentó “fabricar” una moneda “privada” sin intervención estatal, causa ideológica central del libragate. Y por esa misma concepción considera que la única forma de desalojar al componente “woke” de ciertas instituciones estatales, es “desfinanciarlas”.
En otras palabras, es falso que el ajuste de Milei sea solo por necesidades económicas (la única razón válida del ajuste, para lo cual se necesita ser inflexible porque si no nadie se dejará ajustar y en eso, en el discurso de Milei del viernes hay bastante de razón). Porque, y eso es lo malo, también existe un ajuste por razones ideológicas, a fin de librar la batalla cultural que para Milei es tan (o a veces más) importante que las razones económicas.
Es cierto también que las reformas estructurales se logran a mediano plazo mientras que el ajuste debe ser inmediato cuando venimos de un país estallado, donde se gastaba lo que no se tenía, pero precisamente por el alto costo social que ello está deparando (se haga bien o se haga mal) es que resulta imprescindible bajar el gasto no indiscriminadamente, sino como si se desarmara una bomba a punto de explotar, con la profesionalidad, inteligencia, delicadeza y tacto necesarios a fin de no perjudicar más de lo necesario a los sectores sociales ajustados.
Así, ante cada propuesta por parte de la oposición (ampliada) de imposible cumplimiento, el gobierno debería proponer una posible en vez de ninguna, como hace en todos los casos.
Además, no nos engañemos, el ajuste principal lo sufrió desde el primer momento, mucho más la sociedad que el Estado. Por eso, frente a cada ajuste, se requiere iniciar una reforma para que la reestructuración no sea solamente a fin de achicar el gasto sino también para mejorar el funcionamiento de las cosas ajustadas, no para no hacerlas más o hacerlas mal. Eso, lo reconocemos, el ministro Sturzenegger lo está intentando realizar en lo que es de su responsabilidad, pero lo de él se verá todo a mediano plazo. En el resto, Milei va con la motosierra, a lo carnicero, nunca con el bisturí, como dijimos la semana pasada.
Tampoco estamos defendiendo el gradualismo, porque si las decisiones se toman muy lentas, el sistema corporativo logra infiltrarse para dejar todo como está, pero sí estamos criticando el ajuste a lo bestia o el ajuste por razones ideológicas. Esos ajustes por los cuales los mejores profesionales que trabajan en el Estado se están yendo a la actividad privada, y muchos otros, tanto trabajando en el Estado como en las empresas, se están yendo al extranjero. O ese ajuste que sólo sabe mirar el costo fiscal y nunca el costo social. Que eso también es ideología, ya que no deben ser contradictorios el uno con el otro.
Insistimos, Milei tiene razón en que el que gobierna es él, mientras que si se aprobaran todas las leyes en gran medida salariales (o se suprimieran todos los decretos) que le impuso esta semana la oposición (ampliada) en Diputados, la que gobernaría sería la oposición. Pero tan cierto como esto, es que la oposición (ampliada) se ha formado y se está empezando a colar (para obvio deleite del kirchnerismo) por los errores que el plan de ajuste del presidente viene provocando. Puesto que nunca en ningún otro gobierno la sociedad mayoritariamente toleró sufrir sin protestar el enorme costo que hoy está pagando, y eso es porque sabe de dónde venimos y que achicar el gasto es necesario para vivir mejor, aunque hoy se viva muy mal. Por lo tanto, no es la gente, con su infinita paciencia, la que le da los justificativos a la oposición para que se cuelgue de los reclamos sectoriales, sino aquellas cosas en las que Milei se está excediendo o las está haciendo mal.
Decimos oposición “ampliada” porque durante el primer año se pudo construir (por aporte de todas las partes, no solo ni siquiera en primer lugar por parte del oficialismo nacional) una mayoría legislativa y de apoyos provinciales que le permitía a Milei llevar adelante con racionalidad su programa económico (claro que eso de tener aliados a veces conlleva recibir críticas parciales, lo que, para el presidente, que se cree el único dueño de la verdad, es intolerable).
Se trató de una mayoría que el gobierno no sólo ni principalmente fue perdiendo por consecuencia del ajuste, sino porque en vez de mantener las alianzas legislativas o provinciales que tanto costaron, decidió romper todas las que podía romper tras el objetivo de marchar hacia un partido hegemónico, desde estas elecciones hasta las próximas.
Con lo cual, sinteticemos, hay en Milei: 1) algunos errores económicos por falta de sutileza y prioridades en los ajustes, 2) graves errores ideológicos cuando se propone librar la batalla cultural más allá de lo económico, y 3) aún peores errores cuando son políticos, o sea cuando destruye la mayoría legislativa y federal que tenía a su favor, por el intento de quedarse lo antes posible él solo con todo el poder.
Fue Mauricio Macri el que no solo lo ayudó a ganar a Milei, sino que después se puso al frente de sostenerle la gobernabilidad trabajando para que la oposición no kirchnerista (inclusive una parte del peronismo de provincias) le apoyara todas o casi todas las leyes y decretos.
Y fue Alfredo Cornejo, el que propuso, también en los inicios, formar una liga de gobernadores para reconstruir en un nuevo tiempo y en un nuevo gobierno (vale decir, de un modo distinto y con otros objetivos, pero con espíritu similar) la alianza que se llamó Juntos por el Cambio, ahora sumando -incluso aceptando como sector político principal, a la Libertad Avanza- porque tenía más votos que los demás, aunque fuera minoritario en lo legislativo y no poseyera ni un gobernador.
Vale decir, Macri lo ayudó a lograr la mayoría parlamentaria que necesitaba, y una parte del radicalismo le propuso organizarle las alianzas provinciales necesarias para sostener desde el federalismo la gobernabilidad.
Ninguna de ambas cosas le interesó demasiado a Milei y poco y nada hizo para sostenerlas en el tiempo, sobre todo cuando se acercan las elecciones y cree que él solo puede con todo.
La primera consecuencia es que hoy ha perdido la mayoría en el Congreso y se está produciendo lo que podría llamarse “un empate de imposibilidades”. Vale decir, la oposición no logrará imponer ninguna ley porque se las vetarán todas, y el oficialismo no logrará tampoco imponer ninguna ley porque la oposición (innecesaria y torpemente ampliada por el mismo Milei) le rechazará todas. Con lo cual pasaremos de la escribanía que era el Congreso durante la era kirchnerista donde se le aprobaba todo al gobierno (hasta el pacto con Irán), a un Congreso sin funciones, porque no se podrá aprobar nada ni de un lado ni de los otros.
Y la segunda consecuencia es que la liga de gobernadores se ha formado, pero no para ayudar a Milei como era la idea inicial, sino para enfrentarlo. En gran medida en defensa propia. Es que incluso aquellos que lo ayudaron, como Macri y los gobernadores del radicalismo y del Pro que todavía lo siguen apoyando (pese a los maltratos constantes), ven como la fuerza política partidaria mileista avanza sobre sus territorios buscando acabar con ellos, tanto con aquellos con los que logra acuerdos electorales como con quiénes no lo logra.
Hasta los obliga a disfrazarse con chalecos color violeta a sus aliados macristas como señal humillante de sumisión.
En síntesis, no es que a Milei le hayan faltado apoyos para llevar a cabo los objetivos que se propuso, sino que de a poco los ha ido perdiendo por errores más propios que ajenos. Y ahora se queja.
Por lo tanto, así como ha decidido dejar de insultar, debería también preguntarse por las razones de tantos que estuvieron cercanos y que hoy están cada vez más lejos. Y corregir la parte que le toque corregir para recuperar lo que se pueda de los apoyos perdidos, sin por ello ceder en los grandes principios de su propuesta de transformación económica.
* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]