A partir de mayo de 2018 los argentinos dejaremos de utilizar el billete de dos pesos, empujando un poco más hacia el olvido a Don Bartolo, como sus contemporáneos llamaban a Bartolomé Mitre. Desde el punto de vista práctico se trata de una medida con lógica: al ser un billete de muy baja denominación, el papel se deteriora mucho, siendo el remplazo por monedas lo más conveniente.
Pero apartándonos de lo cotidiano y tangente, hacer desaparecer a Mitre, como ya sucedió con Juan Manuel de Rosas, es bastante simbólico.
Responde a un nuevo modo de hacer política, en el que el culto a personalidades tiende a desaparecer. Va más allá de cerrar "la grieta" con ballenas, guanacos y yaguaretés. Parece apostar por abandonar de una vez la sacralización de líderes y el caudillismo. Quizás es por eso que nos molesta tanto, despierta ira o nos incomoda mucho.
Es sabido que todo gobierno que pretenda mantenerse en el poder buscará reflejar las características del pueblo que lo eligió en ese tiempo y espacio. Aunque no podamos verlo, debido a la falta de perspectiva histórica propia del presente, cada líder es coyuntural.
Sin embargo la búsqueda continua de un líder posee raíces profundas. Dorrego, Rosas, Lavalle, Quiroga, Roca, Yrigoyen y Perón -por nombrar a algunos- fueron la manifestación de un pensamiento profundo que en nuestro país se mantuvo a lo largo de siglos.
Ocuparon el espacio que teníamos reservado para ellos. Comenzar a borrarlos de lo cotidiano manifiesta un cambio de paradigma; que se cristalice o no es otra historia.
Ya en los años '40 del siglo pasado, el historiador José Luis Romero demostró que los argentinos tendemos a buscar jefes carismáticos y descansar en ellos toda responsabilidad cívica. Como contraparte tendemos a sentirnos cómodos con gobiernos autoritarios. Por eso -agregamos- cada marcha atrás de Mauricio Macri es considerada una debilidad y no una grandeza.
La llanura y sus efectos
Romero ubicó el origen de la característica autoritaria argentina durante la Colonia, específicamente bajo el Reinado de los Austrias. Sostuvo que las condiciones de la llanura crearon en los que la poblaron una psicología singular. Al estar en constante peligro la falta de reglas de convivencia con las tribus aborígenes, lejos de los centros urbanos y fuera de todo control del Estado, estos "protoargentinos" se vieron forzados a valerse por sí mismos.
Esto abarcó "tanto el colonizador como la peonada criollo-mestiza y aún indígena aquerenciado", quienes adquirieron "un aire bárbaro". Sostuvo que "sólo la fuerza individual aseguraba el uso legítimo del derecho y aún la conservación de la vida", por lo cual "el propietario se hacía despótico" y "nada se imponía a su prepotencia, porque la acción del Estado apenas llegaba hasta él". De este modo los individuos fuertes se impusieron y ante la incapacidad del Estado español, comenzaron a proteger a los más débiles ocupando el lugar vacío.
Al mismo tiempo que buscábamos colocarnos bajo la tutela de un caudillo, desobedecíamos por completo las leyes españolas: sin un Estado fuerte y presente, la sanción era inexistente. Nacimos como pueblo irreverente en todas las esferas de la vida social, que busca en líderes carismáticos lo que no sabe darse a sí mismo. Quizás tener a una ballena en los billetes no sea tan mala idea.