Bettina Ballarini: una fuente para beber palabras

Escritora y guionista entre otras cosas. Aprovechamos la publicación de su último libro para conocer a esta maestra de generaciones. 

Bettina Ballarini: una fuente para beber palabras
Bettina Ballarini: una fuente para beber palabras

La última vez que el erudito y recordado intelectual Adolfo Ruiz Díaz la vio, le dijo, a modo de un tierno reproche: "Usted abandonó la literatura por el cine". Él, en ese 1988, estaba a punto de fallecer; ella, Bettina Ballarini, era muy joven y tenía todo por delante. El año anterior se había ido a Buenos Aires por una beca del Fondo Nacional de las Artes y al siguiente se iría a perfeccionar como guionista en España. 

Y cuando volvió, a principios de los '90, fue parte de quienes fundaron la hoy Escuela Regional Cuyo de Cine y Video, de la que fue directora entre 1991 y 1997. Sin embargo, lo que hoy nos convoca a esta charla es la reciente publicación de su libro "Lejos de Lisboa y unas canciones más" (Jagüel, 2019). Nunca dejó la literatura, vemos. Aunque tampoco abandonó la otra orilla audiovisual.

Ruiz Díaz la vería hoy como una especie de multiartista, formadora de cineastas, de profesores de literatura, prolífica escritora y hasta con un proyecto editorial. Además, gran amante de la Cuyanía.  Bettina Ballarini no es unidimensional, y por eso es difícil de conocer. 

El sueño audiovisual

El caso es que no hay primeros amores: todo le llegó al mismo tiempo, en una feliz niñez en Godoy Cruz. Su abuela la llevaba a ella, y a sus hermanos, a ver películas. "Y le gustaba todo, menos el western", recuerda Bettina ahora.

Empezó a frecuentar el viejo Cineclub que funcionaba donde hoy es el Microcine Municipal David Eisenchlas. Ya la palabra la tironeaba entre escribir guiones y dedicarse a la literatura: entonces estudió Letras en la UNCuyo, una carrera en donde hoy enseña.

En 1990 tuvo su primer gran desafío: crear la primera Escuela de Cine de la provincia. De esos días, cuando todo estaba por hacerse, recuerda "la mística que tenía entonces". 

"Estábamos en la Municipalidad de Godoy Cruz al principio. Estábamos en el segundo piso. Era un piso pelado, con los huecos de los aires acondicionados que ya no estaban. Hicimos entonces separadores para las aulas, que construimos con las tablas de los cohetes antigranizo que venían de Rusia". Recuerda ahora esa hazaña y se sorprende de ella misma.

"Había mística, pero también una cuestión hasta familiar, porque en un momento empezaron a nacer los hijos de los alumnos, quienes se pasaban casi todo el día en la escuela", recuerda. Ella, aunque probó con filmar sus cortometrajes, todavía se debe a sí misma rodar su primera película. Aunque su primer libro, de alguna forma, es también la película que no fue.

El arco, la lira y la guitarra

"El amor por los libros lo heredé de mi madre", reconoce. Y aunque en la literatura tuvo su primera formación, y es lo que enseña todos los días, publicó en realidad, tarde: el primero, "Espacios que los pájaros pierden" (Zeta Editores, 2000), fue un poemario amoroso pero sin clichés. "Lo sutil en vez de lo desesperado", lo definió el escritor Hernán Schillagi.

Siguieron muchos otros: "Sin fundación mítica" (Libros de Piedra infinita, 2003), "La cantina del alba" (Jagüel, 2007) y "Bananaspleen" (Jagüel, 2012).

Cada proyecto, siempre, fue algo que excedió la idea convencional de libro: el primero era una suerte de libro-mandala desplegable en torno a una fotografía sacada por ella misma; el primer ejemplar de su segundo libro lo confeccionó artesanalmente, escribiéndolo a mano con plumín y tinta sobre hojas de cuero de chivo. 

"En mi niñez se usaban mucho los libros troquelados y me quedó ese amor por los formatos de alguna manera interactivos", comenta.

- ¿Qué género ha cultivado más?

“No he escrito narrativa fluidamente. He escrito más que nada poesía. En la lírica hay una cuestión con la música, porque me crié en un lugar donde la música siempre estuvo muy presente. Me despertaba escuchando a mi vieja canturrear melodías. Melodías, porque se le olvidaban las letras”, dice.

Fueron años en los que las canciones que su abuela escuchaba en “Senderos de la Patria” se fueron sedimentando en sus oídos. Cuecas, tonadas, “tenía las orejas llenas de eso y todo fue quedando”, asume. Y fue también muy chica cuando empezó a tañer su guitarra Gloria hecha con madera de aguaribay. “Pero no soy guitarrista, no voy más allá de acompañar a alguien”, advierte.

La condensación

"Lejos de Lisboa y unas canciones más", editado este año por Jagüel, une las diferentes caras de Bettina Ballarini. Es un libro donde hay poesía, obviamente, pero también en donde está presente la imagen, con acuarelas exquisitas de María Marta Ochoa. Y lo que le da sentido a ambos lenguajes, es otro lenguaje más: la música, que inspiró título por título.

Es que cada poema es un pequeño trazo inspirado por una pieza musical. Las canciones pueden ser un fado (el que le da título al libro), el coro "Va, pensiero" de Giuseppe Verdi o "Ne me quitte pas", demoledora chanson francesa.

A cada poema se indexa una imagen QR que nos remite a la canción aludida. Y así, una por una, hasta completar un libro de 65 páginas que representa, en esa variación de idiomas, de géneros y geografías, un viaje de ida sin retorno. Puede adquirirse en García Santos, por $ 400. 

Jagüel es, por otra parte, su proyecto más personal. Lleva más de 40 libros publicados en colaboración con la diseñadora Clara Luz Muñiz. "Y si me preguntás cuál de todas las cosas que hago no podría dejar de hacer sería esto: hacer libros", asegura.

En su propia editorial publicó también su narrativa, como "Los ojos del desierto", en donde siguió la tradición antropológica de don Draghi Lucero, quien recopiló mitos y leyendas del secano. Ella actualizó esa tradición a fuerza de contacto y amor por el desierto, que pisó por primera vez cuando tenía diez años.

Le tomó dos años tomar confianza con los lugareños para que le contaran las palabras. "Hay desconfianza porque todo el mundo va y se lleva sus cosas y después no hay devolución a la comunidad", lamenta.

Ella, en cambio, nunca se fue de ahí. Y su editorial es de alguna forma un homenaje a ese lugar: "Un jagüel es un lugar en el desierto donde se colecta el agua. Creo que el libro, por más que la electrónica domine todo, no va a desaparecer en tanto códice", dice.

Una fuente, un río, un lenguaje. La metáfora no es nueva, pero Bettina Ballarini la hace carne y hueso.

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