Más de una vez nos hemos referido al “teorema Grosso-Pichetto”, que hace alusión a los países que meten a sus presidentes presos.
Más de una vez nos hemos referido al “teorema Grosso-Pichetto”, que hace alusión a los países que meten a sus presidentes presos.
Carlos Grosso, actual asesor del presidente Macri, supo decir, cuando fue detenido Carlos Menem, que “es de país bananero tener a sus ex presidentes presos”.
Miguel Pichetto, hoy el opositor más estimado por el presidente Macri, sostiene que “en los países serios se protege a sus ex presidentes”. Por lo que seguramente se opondrá al desafuero de dos de sus actuales colegas de banca y protegidos: los expresidentes Carlos Menem y Cristina Fernández, ambos buscados por la justicia.
La realidad es exactamente la inversa de lo que dice el teorema Grosso-Pichetto: los países serios no son los que evitan que sus expresidentes vayan a la cárcel, sino los que no tienen presidentes bananeros.
Porque quizá no sea casualidad que de todas las causas acumuladas, las que más tienen a maltraer a los dos expresidentes atrincherados en el Senado corresponden a dos actitudes claramente bananeras, vale decir, de país sometido a otro país por relaciones de vasallaje económico o ideológico, lo mismo da.
El señor Menem, en pos de las relaciones carnales con los Estados Unidos de Bush, se ofreció al presidente imperial para contrabandear armas a nombre suyo en un conflicto bélico entre dos terceros países.
Algo que Bush quería pero no podía hacer porque los controles de su país se lo impedían. Pero Carlos Saúl le dijo que para él no había problema, que en la Argentina podía hacer cualquier cosa.
Actuó como presidente bananero de una república bananera con la ilusión de que con ello pagaría el peaje al primer mundo, olvidándose de ese viejo dicho de que Roma no paga traidores, ni aunque se pongan a su servicio. Porque quien traiciona a los suyos, traicionará siempre a todos los demás.
La señora Fernández de Kirchner, a pesar de creerse en las antípodas ideológicas del señor Menem, hizo algo parecido. Increíblemente parecido.
Un día, su amigo el presidente Chávez la convenció de que el gran aliado internacional en la cruzada bolivariana contra los EEUU y el mundo imperial era la república teocrática de Irán.
El problema es que entre los principales dirigentes de ese país se encontraban, según la justicia argentina, los más grandes sospechosos de haber provocado el atentado de la AMIA, uno de los crímenes más terribles ocurridos en nuestra nación.
Sin embargo, Chávez y algunos otros más -como quizá el entonces presidente de Ecuador, otro fervoroso proiraní- lograron persuadir a
Cristina de que los culpables del crimen eran otros, que los iraníes no tenían nada que ver. Y creyéndole a tan precarios e interesados argumentadores, la presidenta hizo uno de los virajes más espectaculares en la política internacional argentina, propiciando de manera solapada y vergonzosa, un espurio pacto con Irán al cual arrastró en su complicidad a casi todo el peronismo.
Otro caso evidente de vasallaje, esta vez de doble vasallaje: al socialismo venezolano y a la teocracia iraní. Todo para ponerse en contra del imperio con el cual otro presidente de su mismo partido declaró las relaciones carnales. Ahora se cambiaba de bando, pero las relaciones seguían siendo igual de carnales.
Si estas actitudes no son bananeras, ¿las bananas dónde están?