10 de agosto de 2025 - 09:35

Gig economy: cuando el celular es fuente de trabajo y también de precariedad laboral

Muchos argentinos viven gracias a empleos que surgen de aplicaciones con la promesa de libertad, flexibilidad y autogestión a la par de falta de derechos, incertidumbre y autoexplotación.

En los últimos años, una nueva forma de trabajo creció al ritmo de las plataformas digitales: la gig economy, también conocida como economía de los pequeños encargos o economía colaborativa

Impulsada por tecnologías accesibles y una conectividad móvil casi constante, este modelo permite que millones de personas en todo el mundo -incluyendo miles en Argentina- generen ingresos a través de tareas puntuales. Pero no todo es flexibilidad: detrás del discurso de la autonomía, se esconde una fuerte precarización.

Qué es la gig economy

La palabra gig proviene del mundo de la música y se usaba para referirse a “toques” o trabajos breves. Desde hace un tiempo, el término se expandió a múltiples actividades, desde manejar un auto en apps como Uber hasta diseñar un logo en Upwork.

En este modelo, los trabajadores no tienen un jefe ni horarios fijos. En cambio, aceptan tareas o proyectos a demanda, muchas veces a través de apps que intermedian entre ellos y el cliente. Se cobra por entrega, no hay relación de dependencia y cada uno debe hacerse cargo de sus herramientas, su cobertura de salud y su jubilación.

Repartidor, uno de los trabajos en la Gig Economy
Repartidor, uno de los trabajos en la Gig Economy

Repartidor, uno de los trabajos en la Gig Economy

La gig economy no podría existir sin el desarrollo tecnológico. Plataformas como Rappi, DiDi, Freelancer, Cabify o Airbnb utilizan algoritmos, mapas en tiempo real, reputación digital y sistemas de pago integrados para coordinar tareas entre miles de personas.

Un celular con datos móviles alcanza para convertirse en repartidor, chofer o asistente remoto. Pero también es la herramienta que te mide, controla y hasta te penaliza si no cumplís con las condiciones de la plataforma.

Argentina, entre necesidad e informalidad

En nuestro país, miles de personas usan estas plataformas como fuente de ingreso principal o complementario. Según un informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), más del 60% de quienes trabajan en apps de reparto lo hacen sin cobertura médica ni aportes jubilatorios, y la motivación principal es la falta de empleo formal o ingresos suficientes.

En el caso de quienes trabajan en apps de delivery, pinta el panorama el informe "Nuevas Modalidades Laborales en la Economía Digital: Un estudio empírico del trabajo de reparto en Argentina" elaborado por WorkerTech, un programa de Civic House e impulsado por BID Lab.

Esta investigación se basa en datos inéditos proporcionados por Rappi y PedidosYa, empresas que en conjunto representan 97% del mercado de reparto vía plataformas en Argentina.

Algunos datos relevantes son que en apps los repartidores activos pasaron de menos de 20 mil a mediados de 2022 a alrededor de 30 mil a mediados de 2023 y hasta ahora se mantiene estable.

Aunque se puede trabajar a tiempo completo, el 90% lo hace de forma parcial. Así, en las plataformas en marzo de 2024, el 41,7% se conectaba entre 1 y 10 horas semanales, y el 22,6% entre 11 y 20 horas semanales. Esto significa que el 64,4% de los repartidores utiliza la plataforma 3 o menos horas por día. Además, en el país los repartidores eventuales (hasta 80 órdenes mensuales) aumentaron y representan 67-68% en 2023.

Empleos de la Gig Economy(1)
Empleos de la Gig Economy

Empleos de la Gig Economy

Otro dato llamativo es que aproximadamente el 80% de los repartidores son hombres, mientras que las mujeres representan entre el 16% y el 20%. También a partir de febrero de 2023, entre el 2% y 4% de los repartidores reportaron una identidad de género no binaria.

La participación de jóvenes de 18 a 24 años ha aumentado significativamente, del 24% en mayo de 2022 al 32,5% en noviembre de 2023, mientras que la participación del grupo de 25 a 34 años disminuyó del 45,6% al 39,7% en el mismo período.

La investigación destaca además que no existen mayores diferencias en los ingresos totales entre mujeres y varones ni entre grupos etarios para una misma cantidad de órdenes.

Lo que sí hace la diferencia es el vehículo ya que los repartidores en motocicleta tienden a ganar más que los que utilizan bicicletas, ya que las ganancias por órdenes representan el 66,8% de su ingreso total frente al 58,2% para los que usan bicicleta.

De ese total, el ingreso para un repartidor promedio es 61,3% de ganancias por órdenes y 19,3% de propinas.

¿Futuro del trabajo o trampa digital?

La gig economy representa una tendencia que llegó para quedarse. Según la consultora McKinsey, para 2030 más del 30% del trabajo global podría estar mediado por plataformas digitales. Sin embargo, a la par crecen los reclamos por una regulación que garantice derechos mínimos.

Países como España o el Reino Unido ya avanzaron en legislación que obliga a las empresas a reconocer a los trabajadores de plataformas como empleados. En Argentina, los debates aún están en etapa inicial y muchas apps se amparan en la figura del “colaborador independiente” para evitar obligaciones.

Fiverr, plataforma de trabajo online que es parte de la gig economy
Fiverr, plataforma de trabajo online que es parte de la gig economy

Fiverr, plataforma de trabajo online que es parte de la gig economy

“En la gig economy no hay horarios fijos ni estabilidad, pero sí un control algorítmico muy fuerte. Se promueve la idea de libertad, pero en la práctica hay exigencias de productividad invisibles que afectan la salud física y mental de los trabajadores”, afirma la investigadora del Conicet, Julieta Haidar, integrante del Centro de Innovación de los Trabajadores.

Sin embargo, hay coincidencia en afirmar en la necesidad de adaptar las regulaciones laborales para contemplar estas nuevas modalidades. Para eso es crucial que las políticas públicas consideren la variabilidad en la dedicación horaria de los repartidores, asegurando la protección de sus derechos mientras se mantiene la flexibilidad del sector.

Aunque la tecnología abrió puertas a oportunidades globales, también reforzó una estructura laboral precarizada. al ofrecer una forma de generar ingresos a un amplio sector de la población sin importar género, educación o experiencia, dada la baja barrera de acceso.

OPINIÓN

¿Querés ser tu propio jefe?

En 1995 se emitió uno de los mejores capítulos de Los Simpson: “Quién mató al Sr. Burns”. Al inicio del episodio descubren petróleo en la escuela y el director toma nota de los reclamos de los trabajadores para solucionar problemas con el dinero que obtendrán del oro negro. Allí Doris, la cocinera, lanza una frase, casi al pasar, que resume muy bien la situación del trabajo actual y la solución insólita a su problemática. Cuando se le pregunta qué necesita, ella responde: “El personal se queja de ratas en la cocina. Quiero nuevo personal”.

Muchas grandes empresas plantean una solución similar a la de Doris para los trabajos de la Gig Economy: si los trabajadores se quejan de las condiciones laborales, piden más dinero por las tareas o se enferman, la propuesta es… reemplazar a los trabajadores.

En Estados Unidos esto ya comenzó con robots que hacen delivery, plataformas de IA que diseñan o hacen traducciones o autos de aplicación de viajes que conducen solos. Son eficientes, no hacen reclamos y es más fácil controlarlos.

El problema es que estas soluciones, impactantes por su aspecto tecnológico, no resuelven el conflicto de fondo: la precariedad laboral.

Mientras se debaten leyes y regulaciones, la tecnología convirtió al celular en una oficina portátil y al algoritmo en un nuevo jefe invisible, dando la falsa sensación de que el trabajador es independiente y puede manejar a gusto sus tiempos y sus ingresos.

Así, la gig economy combina lo mejor y lo peor del trabajo moderno: flexibilidad, acceso global y bajos costos, pero también incertidumbre, aislamiento y falta de derechos.

Mientras las plataformas crecen y se diversifican, persiste una duda: ¿cómo aseguramos que el trabajo del futuro también sea digno?

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