Vanesa Galassi tenía claro, desde el inicio de su carrera, que quería hacer ciencia para mejorar la vida de las personas. Nació en Río Negro, estudió Química en Córdoba, hizo su doctorado, vivió tres años en Brasil durante su posdoctorado, y finalmente decidió volver a Argentina. Desde 2016, es investigadora adjunta del Conicet en Mendoza. “Yo soy muy feliz acá. Siempre quise volver. Quiero apostar, dentro de lo que pueda, a retribuir”, asegura.
Esa convicción se refleja en el trabajo que lidera junto al investigador Mario Del Pópolo, también del Conicet en el Instituto Interdisciplinario de Ciencias Básicas (ICB) de la Universidad Nacional de Cuyo. Recientemente, su investigación fue portada de la revista internacional ACS Chemical Neuroscience, y podría cambiar la forma en que se diagnostican enfermedades neurológicas.
El equipo desarrolló una estrategia computacional para estudiar el comportamiento eléctrico de la molécula conocida como ICG o verde de indocianina, un colorante que ya se usa como agente de contraste en medicina. Su propuesta apunta a entender, desde la física y la química cuántica, cómo responde esa molécula a la actividad eléctrica de las neuronas, con el objetivo de mejorar su sensibilidad y lograr que pueda captar señales a través de la piel, por ejemplo, sin necesidad de procedimientos invasivos.
Iluminar el cerebro y revolucionar el método
“Nosotros no hacemos laboratorio. Lo que hacemos es reproducir en la computadora un experimento que uno haría en el laboratorio: iluminar la molécula y registrar la respuesta de forma teórica. Eso te permite tener un detalle de qué factores y qué partes de la molécula responden a la iluminación en función de la actividad eléctrica de la neurona”, explicó Galassi, en diálogo con Los Andes.
Actualmente, la actividad cerebral se estudia con electroencefalogramas, una técnica útil pero de baja resolución. Según detalló la científica, la posibilidad de contar con colorantes optimizados como el ICG permitiría crear un mapa neuronal en tiempo real. “Con esta tecnología se podría iluminar cada parte del cerebro y ver qué neuronas están actuando. Eso sería de enorme utilidad para detectar enfermedades como Parkinson, Alzheimer o secuelas de ACV”, afirmó.
En la simulación, el equipo con sede en Mendoza creó una membrana modelo con carga eléctrica, como la de una célula nerviosa, y analizó cómo interactúa la molécula en ese entorno al ser iluminada. Luego evaluaron la respuesta óptica bajo condiciones fisiológicas de polarización. Gracias a esto, lograron identificar qué sectores específicos de la molécula generan la respuesta lumínica, lo que abre la posibilidad de realizar ajustes muy precisos para potenciar su desempeño.
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Galassi explica cómo funcionaría la molécula que ayudaría a cambiar el diagnóstico por imágenes. Foto: Prensa Conicet.
“Desarrollamos toda una metodología para generar modificaciones en la molécula. Si bien esos colorantes ya se usan en el tubo de ensayo, nuestra idea es ver cuáles tienen potencial para usarse en personas. Una característica de esta molécula es que puede absorber su respuesta a través de la piel. Para no tener que pasar por un diagnóstico tan invasivo”, dijo Galassi.
El grupo trabaja actualmente en ampliar la investigación hacia nuevas moléculas del espectro infrarrojo con potencial diagnóstico. Y aunque se trata de un proyecto que está en la etapa básica —es decir, aún sin aplicación directa en humanos—, el horizonte está claro: colaborar con equipos experimentales que puedan validar en laboratorio las moléculas mejoradas y avanzar hacia las siguientes fases, que incluyen pruebas en animales y luego convenios con farmacéuticas.
“El diseño computacional es muy usado en farmacéutica. Se hace un modelo teórico de una molécula que mejora cierta respuesta, se prueba en laboratorio y luego se avanza hacia la aplicación real. Eso es lo que buscamos hacer”, sintetizó Galassi.
Como ocurre muchas veces en el mundo académico, el trabajo fue publicado en mayo, pero recién comenzó un par de meses después en los pasillos del Conicet para terminar haciendo público el hallazgo recién hace unos días. “Muchas veces tenemos la inercia de no comunicar lo que hacemos. No estamos acostumbrados a difundir nuestro trabajo, pero en realidad es digno de ser conocido y reconocido. Mi motivación es que se sepa que los científicos pensamos en mejorar la calidad de vida de la sociedad. No nos importa solo lo que está en un tubo de ensayo”, reflexionó la investigadora.
Investigar con lo justo y sin garantías
Entre recortes, demoras y falta de insumos, los proyectos científicos luchan por no quedar a mitad de camino. Mientras el desarrollo computacional avanza en los escritorios de la universidad, la realidad que rodea a los equipos de investigación está lejos de ser ideal. “Nosotros tuvimos dos proyectos financiados por la Agencia Nacional de Ciencia y el fondo fiduciario, el cual fue recientemente intervenido. El último proyecto que teníamos para esto quedó a la mitad. Nos dieron solo la mitad de los fondos”, contó Galassi.
La ejecución del presupuesto se cortó en marzo de 2024. Desde entonces, los investigadores siguen mandando comprobantes, pero no reciben respuestas. “Un proyecto para levantar vuelo necesita unos diez años de duración. Acá los proyectos se interrumpen constantemente según el contexto político o económico. Nosotros llevamos cinco años con este trabajo”, dijo.
Las consecuencias se sienten en todo el ecosistema científico: becarios que emigran, estudiantes que no pueden empezar sus tesis, laboratorios sin reactivos, ni comida para los animales de prueba. “Yo uso mi computadora personal, y con la plata del proyecto compré una para una becaria. Hoy no tenemos ni para cartuchos de impresora. Y para leer papers, hacemos malabares: está cortada la suscripción a los científicos locales para acceder a revistas científicas internacionales”, completó.
La odisea: entre publicar un paper y pagar la luz
El proyecto tiene hoy un pequeño subsidio de la UNCuyo, que alcanza apenas para sostener el día a día. Pero los montos no permiten costear publicaciones, congresos, ni mucho menos experimentación. “Publicar en una revista buena no baja de los 2 mil dólares. Algunos journals cobran hasta 10 mil. Nosotros buscamos los que no cobran, pero eso reduce la visibilidad del trabajo porque las revistas que no cobran para publicar se financian de sus suscriptores y eso reduce la posibilidad de llegada masiva”, explicó Galassi.
Ante el paradigma de que el sector privado debería financiar la ciencia, Galassi es clara: “Hemos hablado, pero el sector privado también está deprimido. No quiere hacer una inversión de cinco años. Lo quiere ya. Es necesaria una inversión estatal para la ciencia y la investigación”.
A pesar de todo, su equipo sigue trabajando. “Somos teóricos. Mientras la universidad nos pague la cuenta de luz, vamos a seguir escribiendo proyectos en los centros de cómputos. Pero el problema es el contexto: hay cambio de reglas súbito”, se lamentó la científica, y concluyó, categórica: “Estamos atando todo con alambre”.