28 de diciembre de 2025 - 08:26

Dos familias quedaron en medio de la doble vía a Rivadavia y no aceptan las condiciones de expropiación

La construcción de la nueva autopista entre Rivadavia y la ruta 7 avanza hasta Carril Centro, donde Silvia y Liliana resisten una expropiación que, dicen, no contempla su historia, su salud ni la vida cotidiana de dos familias que siempre vivieron ahí.

La mañana posterior a Navidad amanece tranquila en Carril Centro. El calor ya aprieta temprano y, a unos metros, la tierra removida marca por dónde pasará la nueva autopista que unirá Rivadavia con la Ruta 7. Las máquinas todavía no llegaron hasta el fondo, pero el trazado ya está claro. Ahí, justo ahí, donde el proyecto prevé una rotonda, están las casas de Silvia y Liliana.

—Ella vive de un lado, yo del otro —dice Silvia, señalando con la mano.

—Son dos familias —aclara enseguida.

Silvia Estela Funes vive con su marido, Ramón Orlando Chávez, y con su hijo Leonel Martín, de 17 años. Del otro lado de la pared está Liliana Chávez, con su hijo Franco, la nuera Lucero y Jere, el nieto de cuatro años que aparece y desaparece con un autito en la mano.

—¿Son dos casas?

—Sí, son dos casas —dice Liliana.

—Pero para ellos es una sola —agrega Silvia, sin enojo, como quien ya explicó eso muchas veces.

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El avance de la doble vía, en Junín, requirió expropiaciones y algunas familias no quieren ceder. (Enrique Pfaab - Los Andes)

El avance de la doble vía, en Junín, requirió expropiaciones y algunas familias no quieren ceder. (Enrique Pfaab - Los Andes)

Las dos familias están acostumbradas a vivir así, cerca, compartiendo el mismo terreno. No es raro en esta parte del Este mendocino, donde la familia se estira y las casas se van levantando de a poco, una al lado de la otra.

—¿Cuánto hace que viven acá?

—Yo, catorce años —dice Liliana.

—Yo toda la vida —responde Silvia—. Esta casa era de mi mamá.

Antes de las casas, explican, hubo finca. Viña. Trabajo.

—Había diez hileras para acá y diez para allá —recuerda Liliana—. Tres hectáreas en total.

—Todo viña —asiente Silvia.

Hoy, de esa finca queda poco más que la memoria. Y aun así, dicen, Vialidad Provincial sólo reconoce una vivienda.

—La otra, como está pegada, no la reconocen como casa —explica Liliana—. Pero somos dos familias. Yo eso lo estoy peleando.

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El avance de la doble vía, en Junín, requirió expropiaciones y algunas familias no quieren ceder. (Enrique Pfaab - Los Andes)

El avance de la doble vía, en Junín, requirió expropiaciones y algunas familias no quieren ceder. (Enrique Pfaab - Los Andes)

La autopista se construye por etapas. La primera ya fue inaugurada. La segunda, de apenas 2,7 kilómetros, empezó hace poco y termina justo ahí, en Carril Centro. Es la más corta, pero también la que genera el conflicto. Vialidad Provincial se ha encargado de las expropiaciones. No ha habido conflictos en la gran mayoría de los casos. En este si.

—¿Y qué les ofrecen?

—No sirve lo que ofrecen—dice Liliana, sin dudar.

No levanta la voz ni dramatiza. Simplemente enumera razones.

—Estoy esperando una operación para que me pongan una prótesis. Y tengo problemas del corazón. Medio-medio lo tengo al corazón. De vez en cuando me agarra una descompostura.

—¿Y si se mudan?

—Si me voy a donde nos quieren llevar y me pasa algo, no llego a un hospital. Acá tengo vecinos cerca, el centro de salud cerquita.

Silvia escucha y asiente. Después suma su preocupación.

—La escuela —dice—. La escuela es un problema grande.

Cuenta que su hijo va a la secundaria del barrio, la de la esquina de La Posta. Siempre fue ahí.

—Él ya me dijo: “mamá, vos me llegás a cambiar de escuela y yo no sigo más estudiando”.

—¿Así te dijo?

—Así. Tal cual. Que caiga el ETI, la asistente social, la policía… pero él no sigue más.

—¿Cuántos años tiene?

—Diecisiete recién. Y se ha plantado ahí. No quiere seguir, no quiere seguir y no quiere seguir.

Jere pasa corriendo entre los grandes. Nadie lo frena. La charla sigue.

—¿Qué es lo que les ofrecen concretamente?

—Una casa, sí —dice Liliana—, pero en comodato.

—Treinta años —agrega Silvia—. El terreno no es nuestro.

—Sigue siendo de ellos —remarca Liliana.

Para ambas, ese punto es clave. No se trata sólo de mudarse, dicen, sino de perder algo que siempre fue propio.

—¿Fueron a ver los terrenos?

—Sí —dice Liliana—. La señora de Vialidad nos dijo: “¿quieren ir a verlo?”. Justo era feriado. Fuimos a los dos.

Los describe sin vueltas.

—Uno es en Alto Verde, casi llegando a Santa Rosa.

—El otro en Montecaseros —completa Silvia.

—Son lejísimos —insisten las dos, casi al mismo tiempo.

En el mapa puede no parecer tanto, pero para ellas es otro mundo.

—Acá conocemos a todos —dice Silvia.

—Acá si me pasa algo, toco una puerta —agrega Liliana—.

—Allá no conocemos a nadie.

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El avance de la doble vía, en Junín, requirió expropiaciones y algunas familias no quieren ceder. (Enrique Pfaab - Los Andes)

El avance de la doble vía, en Junín, requirió expropiaciones y algunas familias no quieren ceder. (Enrique Pfaab - Los Andes)

Las máquinas siguen trabajando unos metros más allá. El ruido aparece y se va. La rotonda todavía no existe, pero ya condiciona todo.

—No es que no queramos la obra —aclara Liliana.

—Sabemos que la tienen que hacer —dice Silvia— Pero así no.

No hay gritos ni cortes. Hay explicaciones repetidas, una y otra vez, a funcionarios distintos. Dos familias tratando de hacerse entender.

—Somos dos familias —vuelve a decir Liliana, como al principio.

—Y acá está nuestra vida —cierra Silvia.

En Carril Centro, donde la autopista promete unir ciudades y acortar distancias, el conflicto es mínimo en los planos y enorme en la vida cotidiana. Dos casas —o dos casas, según quién mire—, una rotonda en proyecto y una forma de vivir que, por ahora, se resiste a quedar en el camino.

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