Su madre, María Guadalupe Porporato, era estudiante de Trabajo Social. Su padre, Francisco “Pancho” Molinas. Ambos militaban en Montoneros. En septiembre de 1974, cuando Paula tenía seis meses, su madre (22) murió a partir de la explosión de una bomba. Pancho permaneció un tiempo más en la clandestinidad con su hija. Pero las dificultades para cuidarla lo llevaron a dejarla al resguardo de una tía.
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Paula en los brazos de su padre Pancho y junto a su madre Guadalupe.
Gentileza de Mariela Muñoz
Más tarde Francisco formó pareja con Clara Josefina Lorenzo Tillard, su nueva compañera. Se mudaron a Buenos Aires con la niña. “Cuando estaba por cumplir tres años, nos avisan que en la esquina habían matado a mi papá (26) y que se habían llevado su cuerpo”.
Clara escapó y se escondió con Paula en un hotel.
Las amenazas persistieron. Clara, sabiendo que estaba marcada, dejó a la niña con amigos y les dio instrucciones precisas: si no volvía, debían contactar a su madre. Al tiempo fue secuestrada y pasó casi un año en el centro clandestino El Vesubio. Nunca regresó. Se presume que fue asesinada en uno de los vuelo de la muerte.
Quienes recibieron a Paula, finalmente, la entregaron a la madre de Clara. La niña que decía llamarse “Pipa”, porque así le habían enseñado a no decir su nombre por seguridad.
Cuando sus “padres adoptivos” -término que elige Paula para mencionarlos- le propusieron la adopción para tener la guarda formal, ella era todavía una niña. Le dieron la opción de cambiar su apellido. Le dijeron que podía sacarse el “Molina” y llevar solo el del padre adoptivo, Capellán. Pero no quiso. “Yo elegí sumarle el Molina y el Capellán después. ¿Por qué? Porque en mi cabeza de niña yo pensaba que si me buscaban y yo no tenía el Molina, no me iban a encontrar”.
Durante su infancia, recuerda que fue feliz. Aunque ciertas versiones no terminaban de cerrar. “Me decían que mi mamá murió en un accidente de auto, que Clara no podía tenerme por su trabajo... y yo pensaba que vendía libros de noche. No sé por qué, pero me lo imaginaba así. De día debía dormir”, relataba con ternura sobre esa ingenuidad que le causaba gracia.
Paula junto a su padre adoptivo.
Paula y Delmo Pedro Capellan o Memo, como ella llamaba a su padre de crianza.
Gentileza de Mariela Muñoz
A los 14 años, las preguntas fueron más insistentes. “Me iluminé y dije: ¿cuál era realmente el trabajo de Clara? ¿Por qué no había regresado?” Su madre adoptiva le contó la verdad: sus padres eran militantes, Clara estaba desaparecida, y de su madre no sabían el nombre.
A los 19, Paula decidió buscar su historia. Solo sabía que su padre se llamaba Pancho Molinas —con S, como descubrió más tarde—, que tenía una hermana melliza y que había desaparecido en 1977. Sin certezas, viajó a Santa Fe con Carlos, su compañero. “La noche antes del viaje, el hermano de Carlos nos dice: ‘No es Molina sin S, es Molinas con S’. Porque conocía la historia.”
Agarraron la guía telefónica y empezaron a llamar. “Los Molinas con S eran 10. Llamamos al segundo número y nos dicen: ‘No es acá, pero llamen a este otro número’. Y cuando llamamos al tercero, dije: ‘Estoy buscando a una familia Molinas, donde vivió Francisco, con una hermana melliza y muchos hermanos…’ y del otro lado me dijeron: ‘Sí, sí, es acá. Pero Pancho murió en el 77’. —‘Sí, ya sé —dije yo—, soy la hija. Vengo de Córdoba’”.
La familia la recibió con cautela. Su abuelo escuchó su historia. Pero algo no encajaba. Él creía haber criado a Paula. En realidad, habían recibido a otra niña, abandonada en una comisaría y que cuando fueron al encuentro de la hija de Pancho, ella fue la única que respondió al nombre “Pipa”. De este modo fue entregada por error.
“Yo iba con la idea de que nadie me había buscado. Que ya tenían a otra nena”, contó Paula. El desconcierto fue total cuando descubrieron que ambas se llamaban Paula, nacidas el mismo día y el mismo año.
Pronto, decidió seguir tras el rastro familiar, visitó a Haydee, hermana melliza de Pancho. Ni bien la vio, Haydee la abrazó. Tenía una foto de cuando Paula tenía tres años. Nadie dudó: era ella. Durante años, habían sospechado que la otra niña no era la verdadera. Pero el dolor por cinco hijos asesinados en la familia Molinas, había paralizado a su abuelo: “Dudas no alcanzan. Si tienen certezas, vengan. Pero dudas, no”, comenta que eso decía su abuelo cuando se cuestionaba que Paula – Laura- fuera verdaderamente Paula.
Ambas niñas fueron víctimas del horror de esos años. Laura, criada como Paula. Paula, perdida en otra identidad. Posterior a la llegada de Paula a la casa de sus abuelos paternos, se acercaron a Abuelas de Plaza de Mayo. El ADN confirmó que esa Paula con la que los Molinas convivieron 16 años era Laura Fernanda Acosta, hija de Lidio Acosta, expreso político, y de María Dolores Vargas que desapareció en 1977. A partir de este momento, pudo reencontrarse con su padre.
Paula Molinas y Laura Acosta
Paula y Laura juntas, unidas en la historia y en la memoria.
Gentileza Carlos García.
"Es una historia que yo veo con final feliz" sentenciaba Paula, quien iniciaba su restitución.
En 2014, Paula dejó su muestra de sangre en el Equipo Argentino de Antropología Forense. Permitiendo que a partir de este ADN en 2015 se identificaran los restos de Francisco “Pancho” Molinas, asesinado y enterrado como NN en una fosa común en el cementerio de Avellaneda. Este hecho marcario la confirmación de que ella es quien es, terminaría de confirmar su historia y su identidad.
Familia Molinas
Plaza de Santa Fe, día de la restitución de los restos de Francisco "Pancho" Molinas a sus familiares. Paula juntos a sus primos.
Gentileza de Mariela Muñoz
“Yo era una nena. Tenía tres años. No hay nada que justifique que lo mataran en una esquina, que se llevaran su cuerpo, que Clara haya estado un año en un centro clandestino y haya desaparecido”.
Paula reconocía en palabras de amor a su familia adoptiva. “Ellos me salvaron la vida. Cometieron errores, sí, pero siempre me dijeron la verdad. Me acompañaron cuando decidí buscar”. Y encontró también en su familia biológica un hogar: “Es como si el río volviera a su cauce”.
Con el tiempo, entendió el valor de su propia identidad. “Yo soy la mezcla de mi mamá y mi papá. Pero no solamente eso. Mi hija más grande es igual a mi papá. Mi abuela tuvo tres pares de mellizos. Y yo también tuve mellizas. Hay cosas que te marcan, que te conectan”.
El relato que se reproduce en quienes la conocieron
Carlos García fue su compañero de vida desde 1993. Se conocieron en la Universidad Nacional de Córdoba. Él estudiaba Historia, ella Letras. Juntos emprendieron la búsqueda y celebraron los encuentros. Recuerda el primer contacto de Paula con su abuelo “Fue muy emocionante. Después tuvo una relación impresionante con su abuelo y la familia biológica. Se integró naturalmente, como si siempre hubiera estado ahí, siendo parte”, cuenta Carlos.
Paula Molinas y Carlos García.
Paula y Carlos, compañeros de vida, transitan en bicicleta en marco de la pueblada a favor del Agua Pura.
Gentileza de Mariela Muñoz
Mariela Muñoz la conoció en 2008, como colega docente. Se hicieron amigas y compartieron la militancia por los derechos humanos. “Era una sobreviviente del amor. Siempre cuidó a quienes la cuidaron. Nunca quiso iniciar un juicio contra su familia adoptiva. Decía que no eran apropiadores. Eso le generaba contradicción y dolor”.
Como docente en el Valle de Uco, hacía de su historia una herramienta pedagógica. “Desde el primer día planteaba: ¿cómo nos conocemos?, ¿cómo nos definimos? Trabajaba el ‘quién soy’ desde su experiencia. En cada acto del Día de la Memoria, si la escuela lo permitía, compartía su testimonio”.
En 2014 le diagnosticaron un melanoma de coroides, enfermedad que afrontó con vitalidad, pero aceleró su desenlace. En 2021 recibió su DNI con el nombre que confirmaba su historia: Paula Andrea Molina Porporato. Tuvo que repetir el trámite por un error. “Considero que no se dejaba ir hasta que eso estuviera cerrado.”, dice Mariela.
Ese mismo año comenzó la grabación del documental Rompecabezas de Paula, producido por el grupo interdisciplinario Las Tintas. Ella misma confirmó que deseaba que el proyecto siguiera adelante, aún después de su partida. “Hoy para mí es una materia pendiente”, dice Mariela. “Poder terminar ese documental, contar su historia, como ella quería.”
Paula murió el 17 de marzo de 2022, justo el día en que había festejado su cumpleaños durante años. Cuando cumplió 19 años y descubrió su verdadero nacimiento, supo que había nacido el 12 de marzo. Pero en su documento figuraba el 17. Desde entonces, celebraba ambos. “No podría decirte que elegía uno sobre el otro —dice Carlos—. Y falleció un 17… fue muy fuerte.”
Paula vivió entre dos fechas, entre dos nombres, entre dos familias, pero siempre en una verdad: su identidad. Supo construirla, no desde la negación, sino desde la memoria. Su vida, como su legado, fue un acto de amor político.