17 de abril de 2025 - 08:00

A 25 años de la partida del entrañable periodista Fabián Álvarez

Recordamos a un periodista de talla y principios que dejó una huella imborrable en la antigua redacción de Los Andes. Integrante de esa generación de periodistas que comenzó a tomar vuelo con el inicio del retorno democrático, este alvearense mostró desde el vamos una pasión envidiable por la búsqueda de la noticia y el compromiso con la verdad.

Debido a su prematura muerte a los 33 años, a causa de una enfermedad incurable, Fabián Álvarez se alejó muy joven de la vida y de esa pasión que era para él la actividad periodística. Los años que trabajó en el matutino de los Calle dejaron una impronta que no se borrará y definieron un estilo de hacer periodismo: incisivo, con pruebas sobre lo que escribía, sin concesiones, pero con la más cercana aproximación a la verdad que permite el oficio en cuestión.

Tres colegas -Mauricio Llaver, Cecilia Pérez y Renato Di Fabio-, amigos del redactor que evocamos, lo recuerdan en su condición de compañero de trabajo y en su dimensión profesional. Una forma de expresar sentidamente que no lo olvidan.

Periodista Fabián Álvarez -fotos archivo-
Fabián en los inicios profesionales haciendo una pasantía en Radio Nacional.

Fabián en los inicios profesionales haciendo una pasantía en Radio Nacional.

El que lo absorbía todo

Por Mauricio Llaver

Fabián Álvarez murió hace 25 años y todavía registro aquellos días como si hubieran sucedido la semana pasada. Sentí su muerte como algo enormemente injusto e incomprensible, pero el Fabián era tan grande que, con el paso del tiempo, terminan emergiendo con más fuerza las alegrías de su vida que el dolor de su final.

Compartimos la redacción del Diario Los Andes en los años 90, y nunca vi un periodista al que se le pegara la información como a él, que tuviera una antena 24/7 para saber todo lo que pasaba, y que supiera simultáneamente a qué ministro estaban por echar del gobierno, a cuál hombre público lo había agarrado su esposa in fraganti, cuántos goles de tiro libre había hecho Boca Juniors en ese torneo, y el precio de los zapatos en las vidrieras de la calle San Martín. Era asombroso.

Cuando surgía la posibilidad de conseguir una noticia, era como si todas las células de su cuerpo se activaran simultáneamente, y no había horario ni compromiso que lo pudieran detener. Tuve la suerte de que, además de que pasáramos varias horas del día en la redacción, también fuéramos amigos, de que mis hijos lo vieran como una especie de tío divertido, de que me hiciera enojar cuando me “intervenía” los asados en mi casa (tenía la imperdonable costumbre de darme consejos sobre cómo hacerlo), y de que, como si fuéramos un par de niños, compartiéramos un código bastante estúpido para saludarnos mutuamente, al cual alimentábamos con llamadas telefónicas en cualquier momento del día o incluso durante coberturas periodísticas serias, como alguna visita de un presidente de la Nación.

Acordarme del Fabián -cosa que hago con bastante asiduidad- me remite automáticamente a los amigos de aquella época, a aquel grupete entrañable y divertido con el que transitamos aquellos tiempos, tanto los hermosos como los del duro final: la Ceci Pérez, la Vero Gordillo, Laura Antún, Carina Calle, la Normita Abdo, la Male Abihaggle, Claudia Saavedra, el Pelado Chrabolowski, el Renato Di Fabio, Walter Gazzo, Martín Appiolazza, Gerardo Gómez, el Piojo Caloiro, el Pedro Straniero y también el Roli López y el Abel Zapata, con quienes se debe estar juntando seguido por allá arriba. No habría Fabián sin ellos, y no hay ocasión en que nos crucemos en la que él no esté en medio de nosotros.

Estoy seguro de que en estos 25 años nos hubiéramos peleado unas cuantas veces, especialmente en temas de suma importancia, como el fútbol. Presiento que en la disputa Maradona-Messi él hubiera estado más del lado de Maradona, con lo cual hubiéramos tenido unas discusiones inolvidables. No sé cómo lo hubiera aguantado después de aquellas finales que perdimos con la Selección, pero sólo puedo estar seguro de que más tarde, en el viejo buffet del diario, nos hubiéramos tomado un café con leche con una raspadita y nos hubiéramos matado de la risa, de aquello y de todo lo demás.

Cuando su final se había inexorable, un día sentí que la única forma en que podría soportarlo sería escribiendo su necrológica, algo que pude hacer gracias a que Ricardo Montacuto, que era nuestro jefe, me concedió ese deseo. Fue mi catarsis. A veces mi mente repasa párrafos enteros de aquella nota, pero aun así hay algo que me gustaría confesarle: que nunca pude volver a leerla. Y a esta altura, no creo que sea capaz de hacerlo.

El Fabián es uno de los amigos que más he querido en la vida, y uno con los que más deseo recordar los buenos tiempos que tuvimos la suerte de compartir. Lo extraño tanto que, con tal de verlo, hasta soy capaz de dejarle que meta la mano en el asado. Estos 25 años han pasado como un rayo, y ahora que falta menos para reencontrarnos, voy ensayando aquel código infantil de nuestro saludo, mientras preparo la lista de chimentos que le tengo que actualizar.

Periodista Fabián Álvarez -fotos archivo-
La sonrisa que lo definía y que tanto extrañan sus amigos.

La sonrisa que lo definía y que tanto extrañan sus amigos.

En el momento y el lugar exactos

Por Cecilia Pérez

Para quienes no lo conocieron, el Fabi fue el periodista de la pregunta incisiva e incómoda, en el momento y en el lugar exacto de una conferencia de prensa. No importaba si después recibía un reto por incomodar a funcionarios: él era así, ruidoso, riguroso, cuidadoso y, sobre todo, tremendamente buena persona.

Narró con precisión de cirujano la historia política de Mendoza de los '90 y navegó por todos los vericuetos oscuros para conseguir la primicia, el dato que hacía la diferencia y la palabra que ratificaba sus investigaciones. Incluso, el 2 de abril pasado se cumplieron 25 años de su última nota escrita y publicada en el diario Los Andes, apenas dos semanas antes de partir.

Hasta último momento dedicó gran parte de su vida al periodismo, y ya en la recta final —aunque despacio y con mucho esfuerzo— a sus 33 años describió la trastienda de la caída del Banco Mendoza, sus consecuencias y, sobre todo, la desesperación de los mendocinos que veían cómo se esfumaban los sueños de antaño, mientras la historia le ponía punto final.

La magia se hacía en equipo, pero él era quien siempre lideraba una investigación, un asado con sus correspondientes costillas y el aguante a su Boca Junior querido.

Así como era de puntilloso con la información y fuerte en cada palabra que escribía, lo era como amigo, como hermano. Fue tan preciso y ordenado que, a pocas semanas de su partida, me llegaron ofrecimientos de trabajo gestionados por él, y me dejó parte de su ajuar.

Dentro de los recuerdos que me acompañan en la vida, desde hace 25 años llevo conmigo una foto de papel con su mejor sonrisa, la misma que abrazo con la ilusión de saber qué me diría él en algunos momentos difíciles y en otros alegres. Es ahí cuando le agradezco los años compartidos y las enseñanzas que me regaló en tan poco tiempo de vida.

El Fabi fue enorme, generoso, tremendo investigador y lector. Si necesitabas saber cuál era el presupuesto del año, te lo decía hasta con décimas y centésimas. Incluso, en tiempos donde no existía don Google, él hasta te lo comparaba con los anteriores sin tener un papel en mano.

No tuve la oportunidad de despedirme en persona y darle el último abrazo, pero agradezco que me hayan dado esta posibilidad de escribir sobre quien fue mi mejor amigo en esta vida. Si bien tuve muchos maestros en el periodismo —a quienes estaré eternamente agradecida por la paciencia y el amor—, él era el único que sabía cómo ayudarme a enfrentar la página en blanco, cuando las ideas inquietaban y las palabras brotaban sin control.

Gracias eternas, querido Fabián.

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En la redacción de Los Andes junto a Roly López, otro recordado colega y amigo.

En la redacción de Los Andes junto a Roly López, otro recordado colega y amigo.

Un puente generoso

Por Renato Di Fabio

Éramos los más jóvenes en una experimentada redacción de Los Andes. Él llevaba apenas unos años más que nosotros, pero para los recién arribados era un referente que siempre te compartía un contacto o te pasaba un dato.

El “Pelado” era el puente entre los “viejos” y los “imberbes”, en un diario que se escribía entre Olivettis y las primeras PC.

Siempre informado, siempre alerta. Leía los cables de noticias y escuchaba radio con un solo auricular, casi todo el tiempo. Corregía sus notas, se metía en las del vecino y le quedaba tiempo para desenchufar una computadora o esconder el grabador del colega.

Un gran periodista al que no sólo extrañamos profesionalmente. Fue buen consejero, gran amigo de todos y un asador siempre dispuesto. Llevaba una parrilla en el baúl de su Fiat Uno y un atado de leña porque “la carne se compra en cualquier lado”.

Para los “imberbes” de Los Andes fue un duro golpe su partida. No sólo nos dejó el referente, sino que aprendimos de golpe que la vida a veces es absurda e injusta.

Periodista Fabián Álvarez -fotos archivo-
Con los fotógrafos Roland Stallar y Gerardo Gómez.

Con los fotógrafos Roland Stallar y Gerardo Gómez.

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