Argumento “Ad populum” se denomina a la falacia que considera, por ejemplo, que algo es cierto porque mucha gente lo cree o es bueno porque mucha gente lo aprueba. Ese pensamiento es el primero que me viene a la mente cuando leo o escucho los comentarios apologéticos sobre El Eternauta, sustentados en la premisa de que la miniserie de Netflix ya llegó al top 1 en más de veinte países.
Espíritu de tribu o síndrome de pequeñez, frustración y rencor, son las imágenes que me vienen a continuación cuando leo o escucho a los apologistas de El Eternauta decir que esta maravilla cinematográfica es aún más maravillosa porque apela a “valores sudamericanos”, porque es nuestra, como el mate, el truco y el dulce de leche. Porque está teñida de celeste y blanco. Porque es argentina.
Nunca leí la historieta original de Oesterheld publicada en 1957, pero sé de qué se trata. Como siempre fui un entusiasta de la ciencia ficción, es probable que siendo adolescente me hubiese gustado leer un relato gráfico sobre bichos alienígenas, pero de grande no se me ocurriría tal cosa.
He disfrutado a Isaac Asimov, Arthur C. Clarke o Ray Bradbury, que hacen ciencia ficción con planteos ingeniosos y dejan mensajes sutiles y profundos, pero me desagrada la ciencia ficción que necesita monstruos o criaturas grotescas para entretener, o supuestamente decir algo, como sucede con El Eternauta.
A esta primera temporada más que verla, tuve que soportarla. Si no hubiera sabido de qué se trataba, el primer capítulo me habría despertado curiosidad, el segundo me habría aburrido, y en el momento en que aparecen los bichos hubiera buscado desesperadamente el control remoto para salir disparado de la pantalla. Pero la seguí viendo nada más que para tener argumentos con los cuales enfrentar a la estupidez generalizada, que cree que la serie es grandiosa porque se basa en una historieta argentina y porque los extraterrestres, en lugar de aterrizar en Nueva York, aterrizan en Buenos Aires.
Lo único que me impactó de todo lo que vi es la escenografía exterior, que es excelente, y resulta ser lejos el mayor logro de la producción. Por lo demás, las actuaciones son flojas. No la de Darín, que es bastante buena; en cambio Carla Peterson, que se debe creer la Emma Thompson de las pampas, no convence a nadie. Los demás, salvo alguna excepción, son todos mediocres. A los diálogos se les pretende dar naturalidad abusando de las palabrotas; a veces lo consiguen, otras veces incurren en vulgaridades innecesarias. Y algunos parecen diálogos de telenovela. Hay escenas, además, en las que se percibe cierta discontinuidad en la secuencia, como si se pasara a situaciones nuevas sin que hubiesen quedado bien aclaradas las anteriores, lo que me parece que debilita el relato. Y eso es todo, o poco se podría agregar. En síntesis, El Eternauta es una película más.
Y en cuanto al supuesto mensaje que transmitiría, hay que volver al relato original de 1957. No sabemos cuál habrá sido la intención de Oesterheld en ese momento, pero es probable que no haya pretendido ir más allá de la originalidad literaria al hacer que unos extraterrestres invadieran la Argentina. Lo que sucede es que después del éxito de la historieta, vinieron las interpretaciones. La primera y la más obvia, era ver en los invasores a los poderosos del mundo controlando a los más débiles. Sin embargo, a fines de los años sesenta, Oesterheld reescribe el texto dándole un sesgo revolucionario de lucha contra la dictadura de entonces (la de Onganía y Lanusse), justo un año antes de incorporarse a las filas de Montoneros.
En este nuevo relato, las cosas cambian. Acá ya no podemos hablar de interpretaciones, sino de la clara intención del autor de transformar una ficción en un panfleto. Y cuando la ceguera imbécil de los militares del Proceso lo hace “desaparecer”, él y su historieta se convierten en el ícono de aquella izquierda violenta. Después, los pibes de La Cámpora –revolucionarios de cartón pintado –resucitan a Oesterheld con el Nestornauta, y el tema vuelve a la palestra.
Ahora son los libertarios los que se sienten identificados con la narración, donde los invasores alienígenas serían el Estado y el Eternauta y los demás sobrevivientes, los ciudadanos que luchan por sus libertades.
Cómo se puede ver entonces, interpretaciones hay para todos los gustos, el único límite es la imaginación. Uno después elige la que mejor cuadra con sus ideas, sus necesidades o sus conveniencias. O no elige ninguna, como hago yo, porque me parece que ni la historieta, ni mucho menos la serie de Netflix se merecen otro análisis que el que acabo de hacer.
*El autor es ingeniero