La democracia deformada por los populismos

El liderazgo que construyen los populistas, antes y después de los comicios, cuenta con rasgos autoritarios, algunos inclinados a la derecha y, otros, a la izquierda, pero todos buscan definir siempre un enemigo con quién confrontar, no solamente en los comicios, sino permanentemente.

El populismo es un conjunto de ideas, un partido político, una suerte de estrategia, de estilo, una lógica y una especie de ideal político, que a partir del siglo XX se ha dado en distintos países del mundo que tienen gobiernos democráticos, representativos y pluralistas. Los líderes y gobernantes populistas llegan al gobierno mediante elecciones y por ello se consideran “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” como decía Abraham Lincoln.

Pero el liderazgo que construyen los populistas, antes y después de los comicios, cuenta con rasgos autoritarios, algunos inclinados a la derecha y, otros, a la izquierda, que pretenden asumir en sus personas la voluntad de todo el pueblo, incluso de quienes no lo votaron, y de ser la voz del mismos. Dicha identificación que asumen no termina allí, sino que se complementa, también, con su identificación con el frente electoral o el partido que lo votó, o con el que se creó desde el Estado después de haber sido electo, si antes no lo tenía. Igual identificación asumen, muchas veces, de otras instituciones sociales o comunitarias, sean ellas: religiosas, regionales, sindicales, empresariales, etcétera. Otra característica que desarrollan estos líderes es definir siempre un enemigo con quién confrontar, no solamente en los comicios, sino permanentemente, y con quienes no quieren dialogar ni acordar.

Una vez instalados los gobiernos populistas pretenden influir, con sus políticas o con la designación de funcionarios, sobre los tribunales de justicia, los ministerios, las autoridades provinciales, municipales o administrativas, y hacer que las leyes y decisiones de los parlamentos se ajusten a las políticas y deseos que impone el líder, y sus acompañantes. Esto, en muchos casos, termina siendo una subordinación, que no se condice con las prácticas democráticas y republicanas.

En algunos casos, estos líderes son outsider, que carecen de experiencia política, pero tienen habilidades que esgrimen, no solo para llegar al poder, sino también al ejercerlo, sin ser muy prolijos, y a veces se manifiesta con palabras y gestos agresivamente.

Los partidos políticos de masa han mutado a ser ahora televisivos o digitales, lo que cambió radicalmente la comunicación entre representados y representantes.

En su actuar político estos líderes deciden y ejercen, muchas veces, competencias y facultades que le corresponden a los parlamentos, o promueven reformas de la Constitución, por ejemplo, para poder ser reelectos, o para dictar normas que le corresponde sancionar a los parlamentos, y que, por razones de necesidad, de urgencia o para resolver emergencias, las dictan, aunque no deban hacerlo.

En un mundo globalizado este fenómeno no solo se da dentro de los países, sino también a nivel internacional, donde, como acaba de ocurrir ahora en Medio Oriente, Donald Trump, presidente de EEUU –quién también ingresó a la política como un outsider apoyado por el partido republicano-, y ha logrado detener un grave conflicto bélico entre Israel y Hamas, sin la intervención de la ONU, ni de otro organismo internacionales.

En Argentina, con la llegada en 2023 del presidente Javier Milei, otro outsider, ha comenzado un gobierno populista de derecha, que no tiene mayoría en el Congreso, y que ha formado su partido: La Libertad Avanza, después de ganar las elecciones, como lo hizo Juan Domingo Perón, otro populista, en su primer gobierno, en la década del 1940.

Milei consiguió reducir drásticamente la inflación, en el primer año y medio de gobierno, sin contar con presupuestos sancionados por el Congreso, dictando muchos Decreto de Necesidad y Urgencia, y con muy pocos diálogos y acuerdos con otros sectores políticos. El reciente apoyo financiero y político de Trump le ha servido para poder sobrellevar, en la primera parte de su mandato, una situación difícil.

Gobiernos populistas argentinos ya fueron ensayados con el peronismo, en tres versiones muy diferentes, con Perón (1946-1955 y 1973-1974), luego con Carlos Menem (1989-1999) y más tarde con Néstor y Cristina de Kirchner (2003-2015).

El fenómeno populista no se da sólo en Argentina y en EEUU, sino que desde el siglo XX se ha difundido en distintos países del mundo.

En Latinoamérica Brasil tuvo cuatro gobiernos populistas de los presidentes Getulio Vargas (1930-1954); Fernando Collor de Mello (1990-1992) y de Jair Bolsonaro (2019-2023). En México con Lázaro Cárdenas (1934-1940). En Ecuador con José María Velasco Ibarra, cinco veces presidente (1934-1972), Abdalá Bucaram (1996-1997) y Rafael Correa, en tres períodos (2007-2017). En Perú Alberto Fujimori, tres veces primer magistrado (1990-2000). En Bolivia con Evo Morales Ayma, tres veces presidente (2010-2019). Hugo Chávez Frías, fue cuatro veces presidente de Venezuela (1999-2013) al que lo sucedió Nicolás Maduro, del partido Socialista Unido, que continúa ahora, a pesar de haber sido reelecto en 2024 en elecciones muy cuestionadas internacionalmente. Por ello, la líder opositora María Corina Machado acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz. Durante estos gobiernos emigraron 7 millones de venezolanos.

En Europa hay populismos de derecha como: el del Frente Nacional de Francia, que hoy lidera Marine Le Pen heredera de su padre Jean-Marie Le Pen; el partido Fidesz de Viktor Orbán en Hungría; y el Partido Hermanos de Italia liderado hoy la presidenta del Consejo de ministros Giorgia Meloni. A la izquierda, están los partidos: Podemos de España, liderado al principio de Pablo Iglesias; y Syriza, liderado por Alexis Tsipras en Grecia.

*El autor es profesor emérito de la Universidad Nacional y Católica de Córdoba y fue diputado Nacional.

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