Cualquier manual de comunicación enseña que toda interacción humana se facilita si ese acto cumple algunas premisas. Emisor, receptor, canal, contexto, código se presentan como los primeros palotes para abordar lo ineludible porque todo el tiempo comunicamos y nos comunican. Es más, dicen esos mismos textos, que el silencio también comunica.
Lo dicho técnicamente, se puede traducir en cuestiones habituales de relaciones personales, familiares, laborales, ocasionales, etc. En cierta etapa de la vida una experiencia cotidiana como participar en el “chat de papis y mamis del colegio”, se transforma en tremendo desafío. Ni más ni menos conocer y relacionarse con quienes frecuentan nuestros hijos. Fuerte.
Intuitivamente, lo que necesitamos percibir es certeza, sensación de veracidad, que nadie se esté aprovechando de nosotros, sentir confianza. Nos genera entusiasmo para avanzar y construir un proceso virtuoso.
Vale también para intercambios utilitarios como contratar un servicio, solicitar un turno médico, llenar un formulario de inscripción, gestionar un préstamo bancario. Tal vez ahí valoramos más que “no nos divaguen”. Me permito recomendar que se evite o disminuya la discrecionalidad, la vaguedad, la ambigüedad, las indefiniciones, las dilaciones y los cambios de respuestas ante las mismas consultas. Desalentar a la intermediación y las pérdidas de tiempo.
Si se debe elegir una sola palabra para sintetizar lo dicho, a esta altura está muy claro. La sabiduría popular marca el camino, “clarito como el agua”. Sí, aspiramos a la claridad.
La pregunta de rigor se impone: ¿la autoridad habla claro? En general no, casi nunca. El lenguaje legal, jurídico o gubernamental suele tener zonas oscuras. Abusa de términos técnicos, elabora eufemismos, alienta jerga solo para entendidos, dice que los expedientes son autos y las hojas fojas. Te etiqueta como “justiciable” y tendrías derecho a suponer, entonces, que te pueden ajusticiar.
No hace falta tentarse con teorías conspirativas. Al comienzo de la organización como Estado se asumió que esa manera de comunicarse iba a transmitir autoridad, seguridad, objetividad, precisión o estabilidad. No ocurrió. El público lo percibe lejano, impersonal, indiferente, intimidante, prejuicioso (parece que el punto de partida como contribuyente es que hiciste algo mal). Entiendo que, en parte, es la razón por la cual nos cuesta tanto relacionarnos con los distintos estamentos públicos. Porque no nos genera confianza cuando nos habla. Y autoridad que no genera confianza adolece de legitimidad.
El Movimiento por el Lenguaje Claro interpela al Poder.
La iniciativa se fundamenta en el derecho a entender, principio que reconoce que toda persona debe poder comprender los mensajes, actos, disposiciones y normas que emanan del poder público. En ese aspecto, es una herramienta de inclusión que favorece la modernización del lenguaje jurídico, la eficacia comunicativa, el derecho a la información, y la accesibilidad y transparencia institucional.
El lenguaje claro tiene cinco pilares fundamentales: a) tomar en cuenta el destinatario, b) formularse un claro propósito, c) la estructura del texto, d) su diseño y e) redactar conforme a las reglas del buen uso del lenguaje.
Consiste en aplicar técnicas de redacción que eliminen barreras innecesarias sin merma del contenido ni alteración del sentido del texto, pero que faciliten la comprensión y garanticen a los destinatarios, ciudadanos, agentes estatales, estudiantes, consumidores, que puedan ejercer sus derechos, y conocer sus obligaciones, de manera informada.
Las Cumbres Iberoamericanas de Justicia, desde que despuntó este siglo, fueron avanzando en la prédica. Tal es así que en la de 2016, en Asunción del Paraguay ya se relacionó a la claridad como elemento fundamental de la calidad de una sentencia judicial y que se debía incrementar la capacitación porque una redacción clara implica ganancia neta de calidad y tiempos de trabajo.
En 2017 nació la Red de Lenguaje Claro Argentina, que sucedió a la de Chile y antecedió a la de Colombia en un lapso menor a dos años. Fueron expresiones locales con agenda común. Cada país, a su manera, puso en valor y potenció capacidades instaladas en profesionales y organizaciones que hasta ese momento estaban dispersas. En nuestro país hoy hay cátedras universitarias, centros especializados, profesionales actualizados, publicaciones de referencia y guías con lineamientos en poderes judiciales, legislaturas y oficinas de los poderes ejecutivos.
Pero no se debe dejar de perseverar en ampliar horizontes y seducir voluntades. Se debe convencer, jamás imponer. Comenzar como una reflexión del individuo, que actúa en una organización de servicio público, sobre sus usos y costumbres. Cuestionarse y cuestionar.
La Real Academia de la Lengua Española (RAE) se hizo cargo y creó en junio de 2022 la Red Panhispánica de Lenguaje Claro y Accesible, hoy formada por más de 500 entidades y profesionales en la Región Iberoamericana. Publicó la Guía Panhispánica de Lenguaje Claro y su director, don Santiago Muñoz Machado es el primer abanderado. Caso muy particular el de este funcionario porque no es lingüista, es abogado experto en derecho administrativo. Tal vez esa amalgama sea una razón fundante de su acertada prédica por promover la claridad y accesibilidad en los asuntos del Estado.
Tal es el compromiso de la RAE que el X CILE (Congreso Internacional de la Lengua Española), la máxima cita del idioma que organiza cada tres años, junto al Instituto Cervantes, definió al Lenguaje Claro y Accesible como uno de los tres ejes principales. Será en Arequipa, Perú, del 14 al 17 de octubre.
Se trata de cambiar paradigmas individuales y organizacionales. Hay que perseverar porque consolida la convivencia democrática y eficientiza la acción estatal. Cuando las personas comprenden lo que se les comunica, pueden ejercer sus derechos y cumplir sus obligaciones de manera informada y autónoma. Implica volver a las fuentes, priorizar la dimensión de la persona humana.
Ya lo dijo José Ortega y Gasset: “La claridad es la cortesía del filósofo”.
* El autor es ingeniero Civil, Universidad Nacional de Cuyo. Magister en Políticas Públicas, Universidad Austral. Presidente de la Asociación Argentina de Lenguaje Claro.