La oferta de apoyo del presidente Trump es. en primer lugar, una muestra que los economistas con formación y experiencia en el campo privado, académico y público tenían razón y que el presidente que se veía recibiendo el premio Nobel de economía demostró su escasa formación académica además de su torpeza política, compartida por el titular de la cartera económica que es más un trader que un economista y, además, bastante bocón.
Quedó claro que las “fuerzas del cielo” no se ocupan de cuestiones terrenales, sino de lo que realmente importa que es la trascendencia del hombre y sus antiguas preguntas sobre la vida y el más allá. Como lo dijera nada menos que el propio Jesús “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Díos”.
Fue un golpe a la soberbia marcando que el “mejor gobierno de la historia”, hasta ahora es uno de los tantos gobiernos argentinos con sus más y con sus menos pero además que el experimento de gobernar con un grupo de advenedizos improvisados con las excepciones que confirman la regla y un puñado de legisladores y legisladoras, que están más para actuar en los teatros de revista que en el gran escenario de la política nacional, no se puede gobernar. A ver, aunque sus legisladores estuvieran a la altura de los que integraron los grandes congresos de la república, si no se tiene el número de bancas necesario para lograr la sanción de las leyes, la tarea del gobierno es armar una coalición detrás de un programa que logre las mayorías necesarias para gobernar.
Incluso con partidos políticos bien organizados y prestigiados hay una regla inexorable, se gana una elección con un equipo y se gobierna con otro porque los que sirven para ganar elecciones no tienen necesariamente las aptitudes que requiere un gobierno eficaz.
Se evitó un colapso, pero no hay nada para festejar porque ya sufrimos otro susto hace unos meses cuando hubo que recurrir a un préstamo del FMI y también tuvimos los fondos del blanqueo. Parece una costumbre acordar un programa con el FMI y luego no cumplirlo por el capricho de bajar la inflación con la vieja, gastada y fracasada receta del atraso cambiario.
Es cierto que la herencia dejada por el ministro Massa con el incremento de deuda y las importaciones sin pagar erosionaron las divisas ingresadas por las exportaciones, pero también la obsesión por intervenir a la baja el tipo de cambio subsidió el turismo y las importaciones.
El gobierno con sus agravios procaces hacia los que advertían los problemas como la obsesión por el hegemonismo, ese mal que ha perturbado la vida política en el siglo pasado y que no logramos concluir, dilapidó la posibilidad de generar una mayoría comprometida con un programa reformista tan necesario para atacar y remover los obstáculos que traban el progreso y han provocado un ciclo de 15 años de estancamiento.
Lo sucedido con la suspensión por tres días de las retenciones a las exportaciones de cereales y oleaginosas muestra que solo interesa al gobierno salvar un bache financiero en vez de terminar de una vez con esta rémora que es un saqueo al interior productivo y frena las posibilidades de incrementar la producción y obtener dólares genuinos por aumento de las exportaciones.
Los 79 mil millones de dólares en mercaderías y los 17 mil millones de dólares de ingresos por venta de servicios nos ubican en el lugar cincuenta como exportadores mientras que en 1983 estábamos treinta y ocho. En lo que va del siglo aumentamos las exportaciones un 210% mientras Perú logró 851%, Brasil 488% y Chile 372%.
Con relación al posible reclamo de los Estados Unidos para que no bajen las retenciones, el gobierno debe recordarles que en ese país los agricultores además de no soportar retenciones son subsidiados por el gobierno federal.
En pocos años consolidando las inversiones en la cordillera de los Andes y en la explotación del petróleo y el gas podemos terminar con el ciclo de carencia de divisas que, desde hace 80 años salvo pequeños períodos, ha actuado como el cuello de botella de la economía nacional. Pero eso nos lleva a otro desafío que es evitar ser Venezuela. Ese país antes del desastre chavista tampoco era un modelo, porque la producción y los dólares llegaban, pero no se traducía en desarrollo.
El desarrollo es el fruto de instituciones sólidas, respeto a los contratos, población con acceso a educación de calidad, infraestructura que integre y equilibre el territorio, condiciones de apoyo a los sectores más postergados para igualar lo más posible la búsqueda de oportunidades que no solo pasan por los niveles de ingreso sino la eliminación de la pobreza estructural que significa carecer de los servicios sanitarios básicos y escuelas que enseñen y no simple guarderías donde se va a comer.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.