La historia de una familia que tuvo cuatro tambos, pero el último cerró en 2021

También tenían la fábrica de lácteos La Alborada. Ahora quedan sólo tres establecimientos elaboradores de leche en la provincia, pertenecientes a dos empresas

Imagen ilustrativa / Foto: Orlando Pelichotti / Los Andes
Imagen ilustrativa / Foto: Orlando Pelichotti / Los Andes

Así como la ganadería ha logrado sostenerse e incluso ir creciendo en la provincia, a la producción local de leche se le ha complicado resistir ante la competencia de las grandes marcas nacionales. Un tambo histórico, de los cuatro que habían logrado sobrevivir en Mendoza, cerró en mayo de 2021. Era el que había creado Valentino Capellano y que, en los últimos años, dirigió su hijo, Carmelo; quienes también eran dueños de la fábrica de lácteos La Alborada.

La historia de Valentino (84) es parecida a la de tantos inmigrantes europeos que llegaron a nuestro país y, a fuerza de determinación y constancia, lograron ir creciendo. Él es italiano y, en tierras mendocinas, comenzó a trabajar como ordeñador hasta que, en los ‘60, abrió su primer tambo, en la calle Renato della Santa, de Godoy Cruz.

Valentino Capellano en uno de los tambos que tuvo en más de 50 años dedicado a la actividad
Valentino Capellano en uno de los tambos que tuvo en más de 50 años dedicado a la actividad

Sin embargo, el negocio no funcionó como esperaba y tuvo que vender, por lo que regresó con su esposa y sus tres hijos a Italia. Pero su mujer, quien, si bien también era italiana, tenía a su familia acá, no se adaptó, por lo que regresaron. Y volvió a intentar con el negocio de la leche, esta vez en calle Anzorena, de Godoy Cruz, que luego trasladó a la calle Salta.

Carmelo Capellano (60), su hijo, contó que, cuando prohibieron que hubiera vacas en las poblaciones urbanas, en 1967, su padre compró un terreno en Bermejo y llevó su tambo a ese lugar, en donde estuvieron hasta que lo vendieron para construir la fábrica La Alborada, donde elaboraban yogur, dulce de leche, crema y queso (cremoso, duro y barra).

Pero los vaivenes económicos del país volvieron a afectarlos una vez más y, en 1973, no conseguían materia prima, ni vasos y cerraron, para volver a abrir en 1976. “Mi papa es un luchador, porque el que sale del negocio del tambo, que es muy esclavizante, no vuelve. Pero él volvió cuatro veces”, planteó Carmelo con una mezcla de orgullo y de pena por no haber podido sostener el negocio familiar.

En cuanto a los motivos que los llevaron al último cierre, en mayo del año pasado, cuenta que subieron mucho los costos de alimentación de las vacas, como también las tarifas de luz y gas; al tiempo que se cayeron las ventas, porque trabajaban con una cadena de supermercados local, que trajo un yogur en un envase más chico y más económico. Además, habían sumado una producción de uva y también hubo varias temporadas de muy bajo precio.

Carmelo, de pequeño, con Valentino Capellano. Gentileza
Carmelo, de pequeño, con Valentino Capellano. Gentileza

“Nos fue mellando por todos lados. Era terminar de quebrar o tratar de arreglar con la gente para quedar sin deudas y poder salvar los bienes que teníamos”, explicó. Así, vendieron las vacas y alquilaron la finca en San Martín, donde estaba el tambo, cultivaban alfalfa y tenían los viñedos.

Carmelo Capellano suma que durante un buen tiempo la luz y el gas estaban casi regalados, pero durante el gobierno de Mauricio Macri treparon de modo abrupto y pasaron de pagar $3 mil al mes de electricidad a $40 mil, y de $5 mil de gas a $70 mil, con una producción que se mantuvo estable. Pero tampoco hay créditos blandos para la industria y que los mendocinos somos muy “marquistas”. Y se incluye, porque reconoce que a él sólo le gusta una bebida cola de Estados Unidos y no quiere saber nada de otras opciones.

Con nostalgia, Carmelo recuerda la historia de sacrificio de su padre, ya que empezó envasando prácticamente a mano hasta que pudo ir comprando maquinarias. Y reconoce que, a casi un año de haber cerrado, extraña mucho la actividad, pese a que es complicada, porque le gusta la parte genética y el hecho de que, así como una comida nunca sale igual, la leche varía según la alimentación de la vaca y los productos siempre tienen pequeñas diferencias.

Con el cierre de La Alborada, en el Gran Mendoza sólo quedan tres tambos, dos de Leonardo Güercio, en El Bermejo y El Algarrobal, y otro de la familia Santilli, en Lavalle. Y una sola fábrica de lácteos, Yogurlac, que les compra la leche.

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