“Arriba pasa el viento” de Fernando Lorenzo

Un repaso por el quehacer y esta novela de uno de los escritores y dramaturgos más osados y queridos de la provincia.

Fernando Lorenzo, gran escritor y dramaturgo mendocino.
Fernando Lorenzo, gran escritor y dramaturgo mendocino.

Fernando Miguel Lorenzo (1924 - 1997) nació en Godoy Cruz (Mendoza, Argentina). Estudió en la Escuela Superior de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Cuyo, de la cual egresó en 1947 con el título de Profesor. En esa época comenzaron a difundirse sus primeros textos literarios, y empezó a escribir dramaturgia. La profesora de teatro rusa Galina Tolmacheva -radicada en Mendoza- lo indujo a ingresar a la Escuela de Arte Escénico de la Universidad Nacional de Cuyo.

Publicó en 1947 su primer libro de poesías, denominado Tránsito, con viñetas del prestigioso artista argentino Carlos Alonso. Estudió arte durante el año 1950 con el grabador Víctor Delhez. Asimismo, asistió al taller de Lorenzo Domínguez. Egresó de la Escuela de Arte Escénico en 1953. Trabajó en el elenco del Teatro de Cuyo con Galina Tolmacheva, con quien, además, tradujo Teatro Completo, del escritor ruso Alexander Pushkin.

Publicó su libro de poesías Segundo Diluvio en 1954, y posteriormente, Poesía, en Ediciones Romance. Asimismo, presentó Diez grabados de Santángelo, con Diez Ilustraciones Poéticas de Femando Lorenzo.

 El gran poeta Fernando Lorenzo junto a su hijo, Ramiro.
El gran poeta Fernando Lorenzo junto a su hijo, Ramiro.

Fue designado en 1956 Director del grupo mendocino “Taller Nuestro Teatro” (T.N.T.), en el que dirigió las obras “Casamiento a la fuerza”, de Molière, y “El jugador”, de Hugo Betti. Ese mismo año, dirigió el elenco de la Universidad Nacional de Cuyo, en la obra “Demanda contra desconocido”, de George Neveux; y, simultáneamente, ocupó la Secretaría de Letras de la Dirección Provincial de Cultura de Mendoza y publicó Cuidemos la Poesía. También en ese año se radicó en Buenos Aires, donde trabajó en Radio Nacional. Durante su estadía en esa ciudad, recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes e integró el grupo de Teatro Moderno de Buenos Aires, dirigido por Francisco Javier. Simultáneamente, dictaba clases de Historia del Arte.

También en 1961 publicó su primera novela, Arriba pasa el Viento, que dos años antes había obtenido el primer premio del Fondo Nacional de las Artes y la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

Escribió, en 1973, conjuntamente con Alberto Rodríguez (h), Los Establos de su Majestad, con una épica que reconoce sus raíces en Bertold Brecht. Esta obra fue estrenada por “Taller Nuestro Teatro” (T.N.T.), de la ciudad de Mendoza. Creó en 1981 el espacio cultural “La Reja”. En 1995 se estrenó en Neuquén, Río Negro y Mendoza, la cantata Hijos del Mar, un homenaje a los inmigrantes, con textos de su autoría y música de su hijo, Ramiro Lorenzo. Ese mismo año, Viceversa Teatro presentó su obra Nahueiquintún.

Ediciones Culturales de Mendoza reeditó en 1994 su novela Arriba pasa el viento, y esa es la edición que utilizo para las citas. Falleció en Mendoza, el 28 de agosto de 1997.

Esta novela se compone a partir del discurso de un narrador intradiegético en primera persona. Este es el único personaje focalizado internamente (salvo cuando se cede la palabra a otros para que den cuenta de sus propias visiones oníricas) y todo lo que lo rodea es modelizado sólo por su percepción. Así, la motivación que fundamenta la percepción de lo fantástico es de origen psicológico, sin que posea fundamento en la realidad externa al sujeto perceptor. Al ubicar lo fantástico en la esfera del sujeto que percibe y no en el objeto, al situarlo en la esfera individual, se le niega su carácter de mundo autónomo y queda reducido al sentido más restringido de visión subjetiva y limitado al orbe del texto. Representa así una modalidad distinta de lo fantástico, cercana al realismo mágico, influida por el surrealismo y en la que no rige el principio de no contradicción.

Como aporte fundamental para el análisis de los procedimientos fantásticos en esta novela tomamos en consideración el estudio realizado por Rosalba Campra (1991), cuando, basándose en el elemento que considera fundamental en la definición de esta modalidad narrativa –la transgresión- señala que existe un tipo de transgresión que no se apoya en elementos temáticos, sino que “juega con los desequilibrios entre lo dicho y el silencio”. Se refiere a aquellos silencios que sugieren vacíos en la trama de la realidad, que a veces aparecen tematizados como “oscuridad” o se manifiestan a través de lagunas del discurso o mediante finales truncos. La falta de nexos dentro del desarrollo de la acción, las alteraciones del principio de causalidad, las variaciones espaciales y temporales, tanto como las figuras retóricas, la elipsis, los puntos suspensivos que sugieren significados… son derivaciones o recursos de esta particular forma de configurar lo fantástico.

Una escuela de la provincia, lleva su nombre
Una escuela de la provincia, lleva su nombre

Y esto es el procedimiento fundamental por el cual el mundo creado por Lorenzo se erige en fantástico sin serlo propiamente en sus elementos constitutivos, sino por la redundancia o acumulación. Veamos algunos ejemplos

En primer lugar, la transgresión del orden natural de las cosas: “Que mueran los niños no es extraño, pero sí que hayan muerto todos” (7-8). También, la oscuridad que atañe tanto a la lógica de lo narrado como a lo tematizado concretamente, como es la descripción que abre la novela: “El Sol suele esconderse en esta región a horas distintas. Entre las siete y las ocho un efluvio como de terciopelo rojo de bordes morados torna a combarse sobre lo lejano, y lo lejano, a su vez, envía filamentos blancos, rayos tiernos y paralelos a nuestras moradas […] hasta que por último estos dos elementos siderales se desintegran como reabsorbidos por un tercero más importante […] y de él nace la noche” (7).

En otros casos, lo irreal se produce porque faltan eslabones en la cadena causal, que produce el efecto fantástico por una “falta de cohesión del relato en el plano de la causalidad” (Campra), lo que crea una sensación de pesadilla: “Lo extraordinario de la noche, lo raro del baile, lo extraño de esa aparición del jinete, nada sombrosa en realidad pues todos la esperábamos de un momento a otro, y la fiesta, en suma, nuestra manera de recibirlo con honores, no alcanzaría a explicar por sí solo la aparición de ciertas características de la fisonomía de la gente allí apiñada, ciertos rasgos últimos en toda estructura del rostro que ayer justamente no existían, arrugas nuevas, por ejemplo, cruzando de izquierda a derecha cientos de frentes, abultamientos del párpado inferior en infinidad de ojos jóvenes y viejos, nuevas calvicies instantáneas, en general: envejecimiento para todos la acumulación de infinidad de violentas transformaciones” (50).

Más que el conflicto narrado en sí vale impacta la belleza extraña de una prosa cuidada y sugerente, para expresar conflictos tan humanos y universales como el dolor, la muerte, la soledad y la incomunicación, en clave irreal.

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