Día 1, noche
Relato. Este es uno de los cuentos que integran El múltiple Tubalcaín, libro de Fabricio Capelli, premiado por el FNA. De él ha dicho Luciano Lamberti: "Estos cuentos son fantásticos y realistas a la vez, y de ahí proviene su eficacia".
Día 1, noche
Mientras se desvisten, con movimientos lentos y precisos los dedos desprenden botones de nácar, las uñas rozan telas ásperas, las manos sostienen prendas separadas del cuerpo, piensan en los gérmenes malignos, en la tos que corta como una navaja el silencio de la noche, retumbando en las paredes. Mientras cuelgan sus vestidos funerarios en placares con olor a humedad, mientras se visten con delantales grises los dedos manipulan botones con ojales, las manos alisan prendas contra el cuerpo, no se hablan. Sus movimientos son lentos, precisos y mecánicos. Saben cómo moverse, saben qué rutina seguir. Una de las hermanas deja un rosario sobre la mesa de la cocina. Otra ingresa en una de las habitaciones de la casa y cierra la puerta con llave. Otra tiene flores en la mano que, de repente, con un gesto brusco, tira a la basura.
Día 2, noche
La hermana está acostada, sola, en la cama ubicada en el centro de la habitación. Trata de no escuchar el lamento que reproduce la cinta. El volumen es bajo, pero perfectamente audible en el silencio de la habitación. Es el lamento de un niño. Un niño que se queja, que llora mientras reza. Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Sabe que la voz del niño, triste, llorona, busca debilitarla, bajarle las defensas, predisponerla a la enfermedad. Sabe que tiene que resistir, hasta el otro día, hasta que otra la reemplace. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Escucha que sus hermanas deambulan por la casa. Escucha una puerta lejana que se golpea. Escucha el tic-tac incesante del reloj sobre la mesa de luz. Escucha ahora que cuchichean detrás de la puerta de la habitación. Trata de adivinar esas palabras dichas en secreto, ácidas como una gastritis, audibles solo a retazos. De repente, silencio. El lamento de la cinta, lento y repetitivo, vuelve a captar su atención. No nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal. Una de las hermanas abre la puerta. En una mano trae un plato con comida y en la otra un vaso de agua. Cuando sale de la habitación, la hermana que está acostada deja que la comida se enfríe. Aguanta el hambre: sabe que no hay que confiarse.
Día 3, mañana, noche
Padre ausente que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Temprano en la mañana, la hermana se levanta y detiene la reproducción de la cinta. El niño, en su prolongado lamento, ha ido corrompiendo el rezo, no ha encontrado alivio. Ella tampoco: ha dormido mal, con sueños poblados de dolores y enfermedades: pero ha logrado resistir. Un sol raquítico se cuela por la ventana. Escucha el ruido de la llave que abre la puerta. Las otras entran a la habitación y entre todas cambian las sábanas. Tratan de no tocarse. Los dedos se retraen, las manos mutilan sus recorridos, los cuerpos mantienen celosos sus distancias. Otra de las hermanas se desviste y se acuesta. Ahora le toca a ella, es su turno. Otra toma el reloj y empieza a dar vueltas las agujas. El sol se acelera de este a oeste, como desbocado. Cuando la hermana deja el reloj sobre la mesita de luz, ya es de noche. La cinta ahora reproduce un chillido entrecortado, extraño, de un animal que agoniza. La hermana que ha activado la cinta comienza a toser. Las otras, rápidas de reflejos, atentas, la miran, se miran.
Día 6, tarde
Desde la cama, escucha que la tos de la hermana no cesa. Ve que afuera comienza a nevar. Pronto, las ramas de los árboles se manchan de puntos blancos: parecen bronquios inflamados cubiertos de pus. Escucha, a través de la puerta de la habitación, que las hermanas discuten: la que tiene tos no quiere salir a buscar leña. Escucha un golpe y después gritos. Después silencio. Ve por la ventana que algo se mueve. Es la hermana con tos. Avanza con dificultad, llevándose un pañuelo a la boca. No se ven perros ni gallinas ni otros animales que acostumbran a poblar el patio: solo algunas huellas sobre la nieve, que hacen pensar en otro tipo de animales o cosas. De pronto resbala, trata de mantener el equilibrio, pero cae de boca en la nieve. La hermana en la habitación piensa en salir de la cama y acercarse a la ventana para ver. Es solo levantarse, con cuidado para no ser escuchada, para no delatarse, para descubrir a través de la ventana si las otras salen de la casa, si rompen el ritual. Pero sabe que nadie saldrá. Sabe que no habrá nada para ver. Sabe que sus hermanas pueden estar escuchándola detrás de la puerta.
Día 10, mañana, tarde, noche
Padre ausente que estás en los cielos, maldito sea tu nombre. La hermana se levanta y detiene el rezo corrupto de la cinta. Un día más que ha resistido. Una lluvia mañanera, repentina, moja las ventanas, aguando la nieve. Entre todas cambian las sábanas. No se tocan las manos. Otra hermana se desviste y se acuesta. La que tiene tos camina hacia el reloj. Unas ojeras violetas le sombrean los ojos. Las otras adivinan la enfermedad. Es cuestión de tiempo: un lento declive, un progresivo debilitamiento. Con dificultad da vueltas y vueltas las agujas del reloj. La lluvia se acelera, mojando el mediodía, chorreando el atardecer como una hemorragia anómala. A través de la ventana el paisaje se estira, lechoso, como en un espejo deforme, como una película reproducida en cámara rápida, hasta que de pronto se detiene y se instala la noche. La cinta reproduce ahora el grito desesperado de un anciano, pidiendo medicinas, implorando ayuda. Déjanos afuera de tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. De pronto una tos violenta hace que la hermana caiga arrodillada al piso. Se tapa la boca con el pañuelo. La tela se humedece y transparenta una flema verde con unos hilos de sangre.
Día 11, mañana
Desde la cama escucha que las hermanas están rezando detrás de la puerta. Padre ausente que estás en la nada, santificada sea tu nada. Sabe por quién rezan: lo saben todas, las que quedan y las anteriores, las que no están, las que no lograron resistir. ¿Cuántas eran? No saben el número exacto, pero sí que es múltiple, quizás infinito. Una cifra insensible a las hermanas que quedan, a las hermanas que no están. Venga a nosotros tu nada, hágase tu nada, tanto en la tierra como en la nada. ¿Cuántas quedarán? Danos nuestra nada cotidiana. De pronto siente una puntada en el pecho. Le falta el aire, abre la boca buscando aspirar, tratando de no hacer ruido. Escucha un golpe seco al otro lado de la puerta. Como nosotras devolvemos la nada a nuestro... Entre el ahogo y la puntada en el pecho que no cesa, se da cuenta que las hermanas han dejado de rezar. Y al instante escucha el ruido de la llave que abre la puerta. Trata de aguantarse el dolor, se gira en la cama para ponerse de espaldas a la puerta, así no pueden ver la arcada que prolonga su asfixia. Con dificultad logra controlar su ahogo y aspira profundamente, a intervalos, para silenciar su pecho desbocado. Le dicen que se levante. Le dicen que la tos completó su trabajo. Le dicen que hay que enterrar a la hermana.
Día 12, otro día, otra noche
Mientras se desvisten, con movimientos pausados y precisos los dedos tironean botones de nácar, las uñas raspan telas apelmazadas, las manos sostienen prendas arrancadas del cuerpo, piensan en las fallas inesperadas, en el momento en que el corazón, sano hasta hace pocos segundos, de pronto delata un golpeteo anómalo, fuera de ritmo, peligroso. Mientras cuelgan sus vestidos funerarios en placares con olor a encierro, mientras se visten con delantales grises los dedos maltratan botones con ojales, las manos tironean prendas contra el cuerpo, cruzan entre ellas miradas furtivas, no se hablan. Sus movimientos son mecánicos. Los han repetido muchas veces. Una camina hacia la mesa de la cocina para dejar el rosario. La otra ingresa en una de las habitaciones de la casa y cierra la puerta con llave. De pronto la llave cae al suelo y la hermana se agarra el pecho tratando de apaciguar un dolor que se propaga por sus costillas, que no puede disimular. Las otras se quedan quietas, escuchando a través de la puerta, esperando. Después, una a una, múltiples, besan la cruz del rosario y empiezan a rezar. Déjanos caer en la tentación y libéranos de la nada. Amén.
“Las hermanas múltiples” contiene reversiones de la parodia del padrenuestro de Ernest Hemingway.
Fabricio Capelli nació en San Rafael en 1972. Es autor de La belleza del mal (2005), Manifiesto de la Neovendimia (2010, en coautoría con Paco Sabio y Melchor Montoya), Los perros mecánicos (2013) y Cuentos artificiales (Factotum, 2018). Recibió el primer premio del Fondo Nacional de las Artes por su libro de cuentos El múltiple Tubalcaín (Factotum, 2024).