7 de junio de 2025 - 11:32

Entre lágrimas y ovaciones: así vibró Mendoza con Abel Pintos y su show con entradas agotadas

El viernes por la noche, el Arena Maipú fue testigo de una de esas experiencias que no se olvidan fácilmente. Abel Pintos inauguró su gira Cordillera & Mar con un show que no solo agotó localidades —más de 4 mil personas colmaron el estadio—, sino que dejó una estela de emoción, conexión y agradecimiento difícil de poner en palabras. Aunque muchos ya lo han catalogado como “inolvidable”, lo que ocurrió en Mendoza fue aún más: fue un viaje musical donde se celebró la vida, el amor, los sueños y la resiliencia.

El viernes por la noche, el Arena Maipú fue escenario de una noche cargada de emoción. Con entradas agotadas y más de 4 mil personas presentes, Abel Pintos dio inicio a su gira Cordillera & Mar con un espectáculo que combinó sensibilidad, potencia vocal y conexión genuina con el público, que lo ovacionó hasta el final de su presentación.

Desde temprano, el movimiento en las inmediaciones del Arena Maipú anticipaba lo que vendría. Eran las 21.30 y las calles, colapsadas de fans que, entre risas, termos de gaseosa y celulares en mano, buscaban su ingreso al predio. A pesar del frío —unos 12 grados—, el clima era cálido en otro sentido: la energía del público, cargada de expectativa, convertía la espera en una fiesta colectiva.

A las 21.40, el estadio ya estaba prácticamente lleno. La puntualidad esta vez decía presente. A las 22.03, los aplausos y silbidos crecían. Abel Pintos estaba a punto de salir y la vibración del público era un preludio de lo que sería una noche intensa.

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Una entrada soñada y un repertorio generoso

Finalmente, a las 22.19, comenzaron a sonar los primeros acordes de Sueño Dorado. Desde ese momento, Abel Pintos no bajó la intensidad ni por un segundo. Durante más de dos horas, interpretó al menos 27 canciones que navegaron entre lo melódico, lo romántico, lo folclórico y lo popular.

Con temas como La llave de mi corazón, No me olvides y Gracias a la vida, Abel desplegó una versatilidad vocal que sigue sorprendiendo incluso a quienes lo siguen hace años. En particular, Gracias a la vida, interpretada con la solemnidad que merece y con una percusión impecable, fue uno de los puntos más altos del show. “Gracias a Dios, gracias a la vida y gracias a ustedes por estar acá esta noche”, expresó segundos antes de comenzar esta canción. La interpretación, con tambores, cuerdas y una voz firme y emocional, fue ovacionada de pie. Cabe recordar que esta canción es de la cantautora y folclorista chilena Violeta Parra, pero inmortalizada en Argentina por Mercedes Sosa.

Más allá de lo musical, lo que distingue a Abel Pintos de otros artistas de su generación es su capacidad de conectar con su público desde lo humano. “Recuerdo la primera vez que soñé con pisar este escenario. Me costaba concebirlo. Hoy es una noche de mucha emoción para mí y mis compañeros. Ustedes lo hacen posible”, dijo en un momento, visiblemente conmovido.

Sus palabras no fueron parte de un guion prefabricado. Se sintieron sinceras, como si hablar con la gente fuera tan esencial como cantarles. Es esa humanidad la que convierte cada recital suyo en una especie de ceremonia.

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Durante el show, se vivieron escenas que hablan por sí solas: familias enteras cantando al unísono, madres jóvenes con bebés en brazos tarareando Sueño que despierta hoy, personas llorando mientras Abel interpretaba El Mar, y hasta un espontáneo grito desde el público: “¡Sos inmenso, Abel!”. Cada reacción fue una respuesta genuina a la entrega del artista.

Las luces, los arreglos musicales, la disposición escénica y el cuidado del sonido mostraron un nivel de producción de primera línea, sin opacar lo esencial: la voz de Abel y su interacción directa con el público. “Muchas gracias, Mendoza”, fueron sus sentidas palabras tras terminar una de sus primeras canciones, y continuó diciendo: “Me siento agradecido de poder estar en esta gira con mis compañeros”.

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Un final que no quiso serlo

Con Motivos, Un rato de luz y Revolución, el show comenzó a despedirse, aunque nadie —ni él ni el público— quería que terminara. Hubo un momento en que Abel, entre risas, anunciaba que se iba, pero claramente nadie le creía. Y con razón: siguió cantando.

Cada tema parecía una excusa para prolongar el encuentro. Incluso con El Alcatraz, donde algunos fans lanzaban spray al aire como parte del festejo, la noche parecía más una celebración compartida que un simple espectáculo. “Olé, olé, olé… Abel, Abel”, al unísono se escuchaba el grito del público, acompañado de infinitos aplausos.

“Hay compañeros que están detrás del escenario. Gracias. Son años de soñar esto. No saben lo que significa para nosotros que ustedes vengan a cada concierto”, fueron sus últimas palabras casi al cierre de su inolvidable presentación.

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Lo que queda después del show

Al terminar el concierto la gente comenzó a desconcentrarse, una sensación de gratitud quedó flotando en el aire. Gratitud de los fans hacia un artista que no escatimó nada. Gratitud del artista hacia un público que lo acompaña con una devoción poco común.

Abel Pintos no solo ofreció un show musical. Regaló un testimonio de vida, de crecimiento, de entrega. Demostró, una vez más, por qué no necesita más que su voz, su guitarra y su autenticidad para llenar estadios. En Mendoza, dejó una marca. Y quienes estuvieron ahí, seguramente no la olvidarán jamás.

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Un momento del show de Abel Pintos en el Arena Maipú / Foto: Delfina Álvarez / Los Andes

Un momento del show de Abel Pintos en el Arena Maipú / Foto: Delfina Álvarez / Los Andes

Fotografías: Delfina Álvarez / Los Andes

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