Johannes Brahms, el sucesor de Beethoven

El músico hamburgués fue uno de los más notables compositores románticos. La fama lo acompañó en vida.

Se cumplen 190 años del nacimiento de Johannes Brahms, uno de los compositores más importantes del romanticismo. (Web)
Se cumplen 190 años del nacimiento de Johannes Brahms, uno de los compositores más importantes del romanticismo. (Web)

Un 7 de mayo de 1883 nace en Hamburgo, Alemania, Johannes Brahms, un músico considerado, el sucesor de Beethoven en la música clásica.

Con su talento atrajo más a los conocedores de música, que a las multitudes y, caso curioso, pasó a la inmortalidad, no con sus creaciones más profundas como sus Variaciones sobre un tema de Paganini o sus conciertos para violín y orquesta o para piano y orquesta.

Persiste su música a nivel masivo y se hizo popular en su tiempo por sus Danzas húngaras, inspiradas durante su larga permanencia en Hungría, que se basan en los bailes que los gitanos de ese país danzaban permanentemente. Son famosísimas, especialmente las Danzas húngaras Nº 1, 5 y 6.

Pensar que al estrenarse las mismas, tuvieron un total rechazo de público y de crítica. Brahms, que era de pocos recursos económicos, trató de vender la partitura a un editor. Este le dijo: “Señor Brahms, tendría usted que pagarme para que le edite este jeroglífico musical”. Supongo que mucho se habrá arrepentido este editor, porque un año después Brahms era famoso por sus Danzas húngaras.

El compositor tuvo una niñez desdichada. Pobreza extrema y un conflictuado matrimonio de sus progenitores. Su padre fue un mediocre músico y su madre, 17 años mayor que su padre, era una deforme costurera, casi analfabeta.

El niño Johannes mostró enorme precocidad musical. A los 12 años tocaba piano en sórdidas tabernas en los muelles de Hamburgo. Ya adolescente conoce a Liszt, reputado pianista y este, con noble desinterés, le insufla ánimo.

Pero quien más lo gratifica espiritualmente es otro grande de la música clásica: Robert Schumann, con su esposa, también famosa pianista, Clara Schumann.

Se forja entre los tres una sólida amistad que se fortalece con la enfermedad de Robert Schumann ―lo internan en un manicomio― y su posterior muerte.

Brahms siente más que amistad por la viuda de Schumann. Y es correspondido. Este amor duró décadas sin que cristalizara ese sentimiento en una unión legal. Brahms no llegó a casarse. Hay distintas versiones en ese sentido, pero no creo que haga a esta nota. De cualquier manera se quedó a vivir en las afueras de Viena, cerca de ella.

Su carácter huraño y lo desaliñado de su vestimenta lo hacían aparecer como insensible. Pero un músico que crea tanta belleza era sin duda dueño de una exquisita sensibilidad. Pero como amaba la soledad usaba esa coraza espiritual.

Brahms trabajó duramente y produjo obras maestras en todas las formas musicales, excepto la ópera. Y su genio no sólo fue reconocido en Viena sino en toda Europa.

Ganó tanto dinero con las obras que publicó, que a su muerte dejó una fortuna.

La Universidad de Breslau le confirió el grado de Doctor en Filosofía. Asistía al funeral de su amada Clara Schumann, en 1896, cuando tomó excesivo frío. Esta afección agravó la enfermedad que lo aquejaba desde hacía mucho, un cáncer al hígado.

Asistió a un concierto por última vez el 7 de marzo de 1897, cuando Hans Richter dirigió la ejecución de su Cuarta sinfonía. El público comprendió que probablemente estaba contemplando al maestro por última vez. Los miembros de la orquesta se levantaron en su honor cuando lo vieron en el palco y el público hizo lo mismo.

Un aplauso cerrado se escuchó al finalizar el primer movimiento y no se acalló hasta que el compositor asomándose desde el palco de los artistas se mostró al auditorio.

Esta misma demostración de simpatía se renovó en el segundo y tercer movimientos. Al terminar la obra el público seguía aplaudiendo con la mirada fija en la figura erguida en el palco.

Su aspecto enfermizo estaba indicando que el maestro estaba dando a su público el adiós definitivo.

Las lágrimas corrían por la cara de Brahms, mientras se quedaba de pie en el palco, con el cuerpo muy delgado, el rostro surcado de arrugas, la expresión tensa y el blanco cabello que caía lacio. Se oyó nítidamente un sollozo ahogado.

El maestro saludó nuevamente. Y de esta manera Brahms y su Viena se separaron para siempre.

Un mes más tarde, el 3 de abril, moría Johannes Brahms. Tenía 63 años. Toda la Viena musical lo a su tumba.

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