El periodismo de calidad y los nuevos formatos, más poderosos que las ‘fake news’

Son los medios tradicionales, con su experiencia y credibilidad, los que vienen desenmascarando esa enfermedad de los nuevos tiempos.

El periodismo de calidad y los nuevos formatos, más poderosos que las ‘fake news’
El periodismo de calidad y los nuevos formatos, más poderosos que las ‘fake news’

El 3 de mayo pasado, los diarios y portales más importantes del país - entre ellos Los Andes- encabezaron sus páginas web con la siguiente leyenda: "Este medio tiene editor responsable. No a las noticias falsas en las redes sociales y otras plataformas digitales". La fecha no fue casual. Ese jueves se celebró el Día Mundial de la Libertad de Prensa. La consigna, en tanto, resignificó el creciente valor del periodismo profesional y honesto en el océano de informaciones, datos, imágenes, sonidos, emociones, altruismo y desechos humanos que nos rodea. Y pensándolo bien, el universo digital puede ser todo lo virtual que creamos, pero es parte de nuestra vida real, concreta y cotidiana. No tendría sentido explicar su asombroso avance si no fuera porque refleja los extremos de las virtudes y también de las bajezas humanas.

Impulsadas con disimulo por intereses políticos y económicos, las fake news (noticias falsas en su traducción del inglés) vienen ganando espacio en la agenda política y social de todo el planeta, y son los medios tradicionales, con su experiencia y grados de credibilidad, los que han desenmascarado contenidos, formas, intenciones y autores intelectuales de mentiras y engaños. Asoma así en ese horizonte un nuevo fenómeno entre los desafíos que la responsabilidad cívica impone a los periodistas y editores. Los teóricos ya encontraron hasta un neologismo para explicarlo: "la posverdad", dicen.

El término fake news describe, según el centenario diccionario Collins (para el cual fue la expresión del año 2017), a cualquier "información falsa, a menudo sensacionalista, diseminada bajo la apariencia de un reportaje de noticias". Algunos de los ejemplos más resonantes a nivel mundial se han vinculado con el presidente norteamericano Donald Trump, a quien se adjudicó el origen y promoción de noticias falsas en redes sociales masivas como Facebook, que terminaron orientando la opinión de los ciudadanos a la hora de votarlo o apoyar sus iniciativas de gobierno.

Sin embargo, no hace falta ir tan lejos. Diariamente en cualquier rincón de Mendoza vemos cómo por las redes y los servicios de mensajería instantánea como WhatsApp circulan, casi a modo de chismes o despechos, versiones maliciosas sobre personas que nadie puede ni se anima a demostrar. María, Juan, Pedro o cualquiera de nosotros, sin ser famosos ni celebridades, pueden ser difamados o culpados de un delito que no cometieron. ¿Se puede ignorar esa realidad? Por supuesto que no. Pero le falta un largo recorrido para convertirse en noticia apta para publicar.

La sala de redacción puede aportar antídotos si redobla su apuesta al periodismo y los contenidos de calidad, cuyo ejercicio lejos está de un hobby o un arrebato del momento. Una noticia dada como corresponde es el resultado de la indagación, el chequeo, el contraste, la contextualización, la proyección, el enfoque correcto, la profundización y otros tratamientos de los datos revelados de la realidad. Y aun así pueden cometerse errores.

Pero siempre será una construcción que requiere recursos humanos y técnicos mínimos. Exige tiempo. Tiene altos costos. Necesita el respaldo de una organización compleja que garantice la sustentabilidad económica, social y ambiental. Por eso los medios de comunicación leales a su público buscan diversificar sus fuentes de financiamiento, apalancados en la fortaleza de marcas arraigadas y reconocidas. Y, a juzgar por el incremento de audiencia, usuarios únicos, páginas web vistas y otras métricas, la gente parece valorar y se muestra cada vez más dispuesta a reconocerlo, como se paga por un servicio al que se le adjudica el valor de una necesidad.

Hace 135 años, Adolfo Calle puso en marcha un proyecto editorial visionario e instaló una imprenta en la ciudad de Mendoza para salir a publicar un periódico en épocas de fuertes rivalidades políticas. Si viviera ahora, seguramente habría pensado además en cómo seducir a los mendocinos desde las distintas plataformas y formatos que empiezan a dominar nuestro tiempo. En eso estamos. La ventaja actual es que, con el apoyo y empuje de la tecnología, podemos construir ese camino dialogando de cerca, par a par y en tiempo real, con nuestras audiencias y comunidades.

Los Andes hoy es una publicación que sigue apostando con énfasis a la lectura, como medio para la formación e información de nuestra sociedad. Se lee, pero también se escucha y se mira. Se despliega tanto sobre el papel (diario, suplementos, productos coleccionables) como en la pantalla de la computadora, la tablet o el celular. Sus editores, periodistas y fotógrafos se animan a explorar nuevos lenguajes y experiencias narrativas que quizás no imaginaron cuando años atrás abrazaron el oficio. De ese estímulo surgen las nuevas propuestas audiovisuales (videos de columnas, presentaciones, resúmenes, anticipos y entrevistas) y la incursión en Spotify, por citar sólo algunos ejemplos de innovación.

Y sí... son tiempos fundacionales. Pero más que nunca de noticias que no se publican hasta que se puedan demostrar.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA