23 de noviembre de 2025 - 00:25

¿Sepultada viva? La verdad oculta detrás de la muerte más inquietante de la Recoleta

La joven que murió dos veces —enterrada viva según las leyendas— en el cementerio más famoso del país, donde su historia aún parece respirarse entre mármoles.

Esta es una nueva entrega de nuestras historias funerarias, donde el mito y la tragedia se entrelazan. La leyenda de una joven enterrada viva vuelve a resonar entre los pasillos silenciosos del Cementerio de la Recoleta, un escenario donde los ecos del pasado nunca terminan de descansar.

Espíritus que vagan y una historia que nunca muere

La idea de que ciertas almas quedan suspendidas entre este mundo y el otro se transmite de generación en generación. Y si hay un escenario donde esos espíritus encuentran un refugio natural, son los cementerios. Allí, entre mármoles silenciosos y bronces oxidados, las leyendas se mezclan con la Fe. En ese cruce nace la historia de Rufina Cambaceres, la joven cuyo destino trágico –y profundamente misterioso– vuelve a recordarse hoy.

Un origen parisino y un romance que agitó a la sociedad

Aunque muchos aseguran que nació en Buenos Aires, Rufina llegó al mundo en París el 31 de mayo de 1883. Así figura también en el Censo Nacional de 1895, donde aparece registrada como francesa. Su nacimiento fue el fruto inesperado del romance clandestino entre el escritor Eugenio Cambaceres y la bailarina Luisa Bacichi. Él, famoso por sus escándalos amorosos; ella, un remanso dentro del caos sentimental del escritor.

Los primeros años transcurrieron entre París y Buenos Aires. En 1887 sus padres se casaron, pero la tuberculosis que aquejaba a Eugenio recrudeció. Tras redactar un testamento que revelaba una situación económica desastrosa, regresó a Argentina, donde murió en 1889 acompañado por Luisa, en la casa de Carlos Pellegrini.

El testamento dejó atónita a la sociedad: propiedades hipotecadas hasta dos veces y una viuda joven enfrentando la ruina. Fue entonces cuando apareció en escena Hipólito Yrigoyen. En 1893, al arrendar la estancia El Quemado, surgió entre ellos una amistad profunda que con el tiempo se convirtió en amor. De esa unión nació Luis Herman, el 7 de marzo de 1897. Para Rufina, el líder radical se transformó en una figura paterna más que en un mito romántico.

Una muerte súbita y un velorio que abrió la puerta al espanto

Nada hacía prever lo que ocurriría en 1902. El día de su cumpleaños número diecinueve, Rufina se desplomó repentinamente. Al día siguiente, el diario de Mitre escribió:

“Después de despedir a sus amigas, la Señorita de Cambaceres pasó a sus habitaciones a fin de vestirse para ir a la Ópera y, cuando todavía vibraba en el ambiente el eco de sus risas casi infantiles, una afección fulminante la derribó, rígida y yerta entre las galas con que se disponía a ataviarse.”

El golpe fue tan brutal que pronto comenzaron a surgir versiones inquietantes. La más persistente fue la del entierro prematuro: que Rufina había sido sepultada viva, víctima de catalepsia. Y no era un temor infundado en la época: la literatura, la prensa e incluso la legislación reflejaban ese miedo.

Pero la normativa vigente desde 1868 era clara: ante muertes repentinas, el cuerpo debía permanecer treinta horas en observación, con la tapa del ataúd abierta. Rufina fue velada veinte horas. No hay documentos oficiales que registren movimientos posteriores o anomalías en el sepulcro.

Profanación, mitos y una figura que aún recorre la Recoleta

Las dudas, sin embargo, nunca se evaporaron. Osvaldo Raffo, uno de los forenses más prestigiosos del país, escribió:

“Las versiones de lo ocurrido son variables: al día siguiente del ingreso al cementerio, el féretro se halló ladeado; otras versiones aseguran que la tapa estaba rota, o que el cuerpo se hallaba en la puerta de la bóveda. Yo pienso que no se trató de un caso de catalepsia, sino de profanación del cadáver, con fines de robo o, lo más probable, de necrofilia.”

Incluso descartando las versiones de epilepsia, lo que rodea la muerte de Rufina sigue siendo tremendamente perturbador. Por eso, algunos visitantes del Cementerio de la Recoleta juran verla deslizarse entre mausoleos, como si aún buscara explicaciones que nadie pudo darle.

Una vida breve. Una muerte inexplicable. Un mito que, igual que los espíritus que vagan sin descanso, continúa caminando entre el mármol y el bronce.

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