Una lección de Mayo

Crónica de un desfile recordando un nuevo aniversario de mayo en el año 1905 en que jóvenes de familias proletarias manifestaron con sus expresiones las protestas sociales de la época.

Durante los festejos por el aniversario de 1810, alumnos de escuelas primarias de la Capital Federal desfilaron por Avenida de Mayo. Corría el año 1905 cuando una importante cantidad de escolares se presentó públicamente con grandes moños colorados, prenda de tono poco común en actos oficiales. Se presumía que durante la exhibición marcharían disciplinadamente al son del himno nacional.

- “Oíd mortales, el grito sagrado”

Y las inocentes criaturas se hicieron sentir.

- ¿¡Oíd el ruido de rotas cadenas!?

Durante el acto tuvieron la osadía de transformar aquella afirmación en un interrogante colectivo. El público quedó estupefacto cuando la marcha fue trastocada y los portadores de los moños rojos comenzaron a entonar las estrofas de otro himno, uno muy emblemático, proletario y revolucionario. Exaltados a toda gola espetaron que las “cadenas” aún condenaban, oprimían y esclavizaban, y ante ello era mejor luchar hasta morir. Las tres reiteraciones del himno patrio: “libertad, libertad, liberad” permanecían latentes como deseo de emancipación por conquistar. Y, aunque difícil de dimensionar, aquellos estudiantes rompieron el protocolo patriótico coreando al unísono una de las canciones más irreverentes, y combativas de la época, “Hijos del pueblo”. Aquella fue cantada por hijos e hijas del pueblo ante autoridades gubernamentales, funcionarios y una muchedumbre expectante, en cuyo primer verso expresa: Hijo del pueblo, te oprimen cadenas.

Y esa injusticia no puede seguir

si tu existencia es un mundo de penas.

Antes que esclavo prefiero morir.

Sus maestros recomendaron a los gritos que parasen. Fue en vano. Los protagonistas momentáneamente se llamaron al silencio, solo para tomar unas bocanadas de aire y recomenzar con más ahínco las estrofas proletarias que, para mayor sorpresa , lograron que la banda de música se plegara. Por aquel entonces conformada fundamentalmente por instrumentistas del viento, la melodía se potenció cuando a las voces infantiles se acoplaron el trombón, la tuba y la trompeta.

Aquel evento debió hacer vivir, dividir y subdividir a la tribuna. La crónica publicada en el periódico La Vanguardia nos permite inferir que la acción coral tendió a expandirse entre parte de la masa que conocía con creces aquel himno, mientras que a otros debió causar ofuscación e indignación -¡un liso y llano atropello a la moral patriótica!- y, por qué no, a unos cuantos que tal vez, sin saber muy bien que hacer, comenzaron a tararearlo.

Ante aquella pública interpelación, cabe preguntarse: ¿se trató de una picardía infantil? Es probable. ¿Un acto de rebeldía? Posiblemente. ¿Un evento oficial devenido en protesta pública? Sin lugar a dudas.

Los primeros de mayo tradicionalmente mancomunaban a las familias proletarias en tanto celebración y conmemoración, pero en aquel año de 1905 no había tenido lugar aquel encuentro anual en que la clase trabajadora pujaba por su anhelo de libertad y exigía mejorías en sus condiciones de existencia (Véase la fotografía de un desfile de 1903, fuente Caras y Caretas, 1903). Un nuevo estado de sitio había sido dictaminado por el ejecutivo nacional ante los alzamientos radicales, que, bajo las órdenes de Hipólito Yrigoyen, se habían pronunciado en varias provincias contra el gobierno oligárquico. A la derrota de aquel levantamiento se sumaría la prohibición de todo tipo de manifestación pública ya fuese verbal, escrita y, mucho menos, callejera, dado que las pocas garantías constitucionales existentes hasta ese momento se encontraban completamente obturadas.

Fue así que la clase trabajadora tuvo que esperar hasta el levantamiento de aquella medida para poder realizar la protesta internacionalista que tuvo lugar el 21 de mayo. Bajo una férrea vigilancia estatal y varias restricciones fue llevado adelante el evento proletario. Una de ellas prohibía el izamiento de banderas rojas, insignias con la que los y las trabajadoras sentían una profunda identificación. Aquel día, acudieron al mitin alrededor de 40.000 personas, según informó la prensa. Reunidos en Plaza Lavalle, mientras uno de los oradores se encontraba dando un discurso, un obrero desplegó su bandera color carmín y la policía arremetió sin previo aviso contra la multitud. El acontecimiento, una vez más, culminó con obreros muertos y heridos de gravedad, entre ellos niños (Pedro Oliveski de tan solo 9 años de edad) y ancianos.

Apenas tres días después de aquel luctuoso evento, aquellos escolares entonaron en pleno acto patriótico una arenga internacionalista en el que alzaron sus voces reivindicando uno de los símbolos que días antes había sido prohibido y severamente reprimido. Así versa, en su estribillo, aquel himno entonado por juveniles voces: Rojo pendón, no más sufrir. La explotación ha de sucumbir.

Levántate, pueblo leal.

Al grito de revolución social.

Esta breve reconstrucción histórica, enlaza el puente trazado entre ambos acontecimientos y dispara varios interrogantes ¿se trató de una acción espontánea? O acaso ¿fue organizada previamente por un par de pícaros rebeldes decididos a incomodar? O más bien ¿se trató de activaciones infantiles en el que convergieron mancomunadamente los deseos propios de vindicación en conjunción con los de sus familias? S i bien, son preguntas de muy difícil resolución, no podríamos dejar de reconocer la audacia desplegada por aquellos infantes, en un contexto amenazante, al denunciar públicamente una de las más aberrantes injusticias perpetrada por la policía, a horas de oficiarse los sepelios de tres obreros caídos.

Por último, la fotografía que acompaña al escrito es de las pocas encontradas en la que puede observarse a una banda musical marchando junto a mujeres, niños y varones obreros. Detenernos en ella nos permite dar cuenta de un último acontecimiento de resistencia acaecido aquel 24 de mayo. Luego del desfile patriótico, los músicos de la banda “como protesta contra los brutales atropellos llevados a cabo por la Policía el domingo 21, no quisieron ir a tocar el Himno Nacional delante de la comisaría 20, como habían hecho en los años anteriores” (LV, 3-6-1905).

Las infancias y los músicos hicieron patente la irreverencia de aquellos que no se doblegan ante las injusticias del sistema. Frente a la búsqueda de la libertad y de la reivindicación de la independencia de clase pudieron expresar sus condiciones de opresión y su capacidad humana para solidarizarse y denunciar las injusticias. Aquellos escolares ese día dieron cátedra. Nos queda a nosotros aprender.

* El autor forma parte del Incihusa-Conicet, UNCuyo.

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