¿Por qué Francisco nunca visitó la Argentina?

Bergoglio siempre quiso jugar a la política nacional. Quizá si hubiera concebido su relación con la Argentina a partir de su pontificado como pastor y no como político profesional, toda la especulación en torno a la oportunidad, a las manipulaciones posibles, al impacto en el público, hubieran pesado menos en su deliberación sobre la visita al país.

Parece existir una especie de enigma sobre las razones por las que el Papa Francisco, que se prodigó en declaraciones de amor al país que lo vio nacer, no regresara a él después de haber sido electo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. ¿Es posible indagar en los motivos que lo alejaron definitivamente -al menos en el plano espacial- de la Argentina?

Fue Paulo VI quien empezó a realizar viajes apostólicos a otros países, en razón de la expansión planetaria de la Fe católica. Esos viajes usualmente se hicieron en calidad de visitas de Estado.

Por su propio carácter institucional, la Iglesia Católica entró con demora a la era de la comunicación de masas. Quien lo entendió mejor fue Juan Pablo ll, que dio a los viajes pontificios una auténtica dimensión apostólica, a través del contacto directo con los fieles.

Esa forma novedosa se apoyó en el arrollador carisma del Papa polaco, que llenaba auditorios, estadios y explanadas a voluntad. A través de ese instrumento también hizo política activa, en Polonia, Cuba, EEUU, Nicaragua, Argentina y Chile, entre otros países.

En algún caso no le fue tan bien. Pero era Juan Pablo lI y los viajes eran su forma de hacer apostolado y también política. Benedicto XVI, desprovisto de ese carisma y con graves problemas en el frente interno, desactivó las giras apostólicas, limitándose a los compromisos ineludibles.

El Papa Francisco intentó recuperar el modo de Wojtyla. No poseía similar carisma, no lo acompañaba la novedad disruptiva de su antecesor y además tuvo que enfrentar un clima creciente de desinterés por la Fe y de secularización. Pero se ajustaba a su modo de entender la relación con los fieles, además de adaptarse a sus intereses políticos.

Recordemos brevemente su trayectoria antes de ser Papa. Jorge Bergoglio nació en un humilde hogar de inmigrantes y recibió su formación en una escuela técnica. El peronismo atrajo sus simpatías juveniles. Ingresó a la Compañía de Jesús en tiempos en que la institución se debatía en una grave crisis. Después se interesó por la llamada Teología del Pueblo, de contenido esencialmente político, cultural y social.

Como arzobispo de Buenos Aires empezó a chocar con los Kirchner, a los que despreciaba por brutos y corruptos. Horacio Verbitsky, uno de los principales operadores mediáticos al servicio de los Kirchner, se jacta haber armado una campaña sucia que evitó su elección como Sumo Pontífice en 2005, al difundir una implícita colaboración del prelado en casos de desaparición forzosa de sacerdotes.

En 2006 el Cardenal Bergoglio apoyó al exobispo Piña en las elecciones de convencionales para la reforma de la constitución de la provincia de Misiones, que frustró el proyecto de reforma de los Kirchner con el objeto de obtener la reelección indefinida. El gobierno reaccionó con una nueva campaña de desprestigio en el Vaticano, organizada por Sergio Massa, entonces Jefe de Gabinete, para conseguir su destitución como arzobispo. No lo consiguió, pero se vengó de la Iglesia con la ley de matrimonio igualitario, sancionada en 2010.

La primera reacción oficialista a su elección como Papa fue tan inmediata como fallida. Guionados con la narrativa impuesta por Verbitsky, los medios afines al gobierno lo trataron con una hostilidad abierta y directa. Rápidamente los K se dieron cuenta (según buenas versiones, gracias a Guillermo Moreno) de que era una pelea que no podían ganar y en la que tenían mucho para perder. El gobierno pasó del ataque frontal al apoyo jubiloso. Francisco, cauteloso, prefirió postergar su visita al país.

Ese mismo año de 2013, Massa, el enemigo personal de Bergoglio, ya enfrentado al gobierno, lo venció en las elecciones legislativas, sepultando definitivamente el proyecto K de reelección indefinida. Francisco por su parte se fue posicionando lentamente como referente de sus antiguos enemigos. Recibió en repetidas ocasiones a la entonces presidente Cristina Fernández de Kirchner. Advirtió que en su posición podía hacer la política nacional que más le gustaba y en la que más cómodo se encontraba.

2015 fue año electoral, vale decir una mala época para viajar a la Argentina. Francisco intuyó que lo iban a querer manipular. Todavía no aparecía posicionado claramente en el escenario político local, lo que aumentaba el riesgo. En las PASO de la provincia de Buenos Aires los curas párrocos pidieron votar contra Aníbal Fernández, el candidato peronista que se presumía tenía vínculos con el narcotráfico. Era razonable pensar que se trató de una campaña inspirada por el Papa. Eso causaría la derrota peronista en la provincia, lo que contribuyó directamente al triunfo de Macri en la elección presidencial.

El nuevo presidente le cae mal. Es un cheto hijo de empresario prebendario que viene con la idea de hacer un ajuste en las cuentas públicas. Había mucha gente cercana a Francisco que trabaja para Macri, pero no era peronista y no parecía tener ni cercanía popular ni sensibilidad social. ¿Hubiera sido razonable viajar en estas circunstancias, lo que podía interpretarse como un apoyo indirecto a Macri, teniendo en cuenta que no lo había hecho durante un gobierno peronista?

Mientras tanto Francisco recibía a los políticos peronistas, a los dirigentes de las organizaciones sociales y los sindicalistas. También mandaba rosarios a los procesados del anterior gobierno. Se iba convirtiendo en una especie de Perón en Puerta de Hierro. Era consciente de ello. Castigaba con pequeños pero evidentes desaires al gobierno. Estableció una diplomacia de la recepción papal, administraba diferentes tratos a los visitantes. Concedía entrevistas en las que se refería a la situación argentina, pero de modo indirecto (sus defensores dicen que es mirar sus declaraciones con una lente pueblerina). Sin embargo , no tenía objetivos políticos precisos, ni fácilmente identificables. Más bien parecía conducirse por simpatías personales y motivos vagos.

Los fieles empezaron a ver un sesgo cada vez más marcado en el Papa respecto del gobierno. Por otro lado, el ambiente eclesiástico no era el mejor, dadas las decisiones que tomó en lo que hace al clero y el episcopado, como la destitución de Rogelio Livières, obispo de Ciudad del Este, en 2014, que agregaron mucho ruido al frente interno.

En 2018 Francisco realizó una visita pastoral a Chile. Parecía ser un globo de ensayo para testear una posible visita al país. El resultado de la convocatoria fue mediocre tirando a malo. Los chilenos respondieron con indiferencia, quizá como efecto del mal ambiente generado por el escándalo Karadima (se produjeron incidentes durante la visita). Además de eso, la esperada avalancha de fieles argentinos hacia Chile no se produjo.

Mala señal para el Papa de los gestos, un modo de actuación pública específicamente narcisista de Francisco. ¿El Padre de los humildes y los pobres, de los olvidados de la Tierra no era acompañado ni aclamado por los suyos? Mejor no arriesgarse. Ese año se cerraría con el tratamiento infructuoso de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, que el gobierno no se esforzó por evitar pero que tampoco mereció un posicionamiento claro de Francisco.

En 2019 el gobierno de Macri terminaba a las boqueadas. Nueva campaña electoral, mala época para un viaje apostólico. Los hombres del Papa (auténticos o autopercibidos) se movían en torno a la candidatura presidencial del peronismo. Eduardo Valdés aproximaba posiciones entre Cristina y Alberto Fernández, futuro candidato a presidente. Gustavo Beliz ya trabajaba en su equipo, lo mismo que Santiago Cafiero, miembro de una dinastía que ha combinado militancia peronista y proximidad con la Iglesia. Ese año el peronismo recuperaría el poder.

2020 fue el año de la pandemia. Imposible plantearse una reunión de masas en esas condiciones. A fines de ese año se aprobaba, en el segundo intento, la ley del aborto, promovida por el gobierno del peronista Alberto Fernández. Francisco, muy crítico con el gobierno anterior, guardaría silencio, limitándose a hacer declaraciones.

En las legislativas de 2021 el gobierno recibió un merecido castigo en las urnas a causa de la desastrosa gestión de la pandemia. Ganaban otra vez los adversarios ideológicos de Bergoglio. En noviembre de ese año Martín Guzmán, el ministro de Economía (que estaba públicamente a favor del aborto) sería nombrado miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales.

Ese mismo año empezaron las complicaciones de salud del Papa. Una intervención quirúrgica por divertículos, otra por una hernia. Contrae neumonía en 2023, cuadro complicado para un paciente con capacidades pulmonares reducidas. Tiene problemas en la rodilla, lo que lo obliga a usar silla de ruedas.

En 2022 estallaría una crisis interna en el gobierno. Por un lado salían Guzmán y Beliz, entre otros. Por el otro asumía Massa, enemigo personal de Bergoglio, con la suma del poder, como superministro y con el objetivo final de ser candidato presidencial por el oficialismo.

2023 fue año electoral, y por tanto mala época para visitas apostólicas. Massa conseguía disciplinar hasta a Juan Grabois, el protegido del Papa, que lo detesta. En la oposición se alistaban Patricia Bullrich, con la que se profesaban una antipatía mutua, y el emergente Javier Milei, que en una oportunidad calificaría al Papa como el representante del maligno en la Tierra e impulsor del comunismo.

A partir del inesperado triunfo de Milei y su proyecto de desarbolar al Estado y liquidar los aparatos clientelares y asistencialistas, el Papa dio entrevistas con un evidente sentido crítico contra el gobierno, de manera cada vez más explícita. Seguía diciendo que le gustaría viajar a la Argentina, pero sabía que era un proyecto irrealizable. El tiempo del regreso había pasado. Le flaqueaban las fuerzas, el gobierno le resultaba hostil, no sabía si podría haber un verdadero reencuentro con los fieles. Una cosa no podía permitirse: resultar indiferente a los argentinos. Arriesgarse a que lo ignoraran.

Bergoglio siempre quiso intervenir en la política nacional. Por su pasado peronista y su formación jesuítica. En los primeros años se posicionó en el papel de opositor. Una vez elegido Papa estuvo en condiciones de jugar a un nivel superior, como guía e inspirador de gobiernos afines, cosa que hizo de forma deliberada. Pero ese juego político lo obligó a operar de forma remota, como Perón en el exilio, a través de emisarios y audiencias, sin posibilidades de acercarse o tomar contacto directo, porque se exponía a quedar atascado en el barro de la política local.

El instrumento de intervención que eligiera lo obligó a resignar la reunión con su pueblo. Al principio fue cautela, después no tuvo alternativa. Fin del misterio. Quizá si hubiera concebido su relación con la Argentina a partir de su pontificado como pastor y no como político profesional, toda la especulación en torno a la oportunidad, a las manipulaciones posibles, al impacto en el público hubieran pesado menos en su deliberación sobre la visita al país. Tampoco parece que tanta preocupación política haya tenido efectos duraderos, o al menos un legado que deba preservarse.

* El autor es profesor universitario.

LAS MAS LEIDAS