28 de febrero de 2025 - 00:00

Palabras, testimonios e interpretaciones

Lejos de reclamar mesura a los excesos, Milei hace del wokismo la suma de todas las amenazas, adoptando un talante profético y una voluntad de regeneración moral que intimida.

Leo el libro del historiador italiano Carlo Guinzburg, “La letra mata”. Una serie de ensayos: exhortaciones eruditas, sutiles sobre la complejidad que entraña la lectura de textos y testimonios históricos. El título del libro evoca un pasaje de la Segunda Carta de Pablo a los Corintios, en el cual el apóstol de los gentiles cuestiona la ley judaica diciendo a los cristianos: “la letra mata, el espíritu vivifica”. Una nueva incitación del italiano a superar las lecturas literales de los textos históricos y a practicar una interpretación que se percate del específico contexto en que las palabras son pronunciadas, tomando nota de la distancia de significado interpuesta por el paso del tiempo y por el hábito cultural que domina la percepción de quien lee. Y aún más, el ánimo a tomar el riesgo de pensar y elaborar conjeturas a partir de las “revelaciones involuntarias” que todo texto supone. Al decir de Marc Bloch -quien teorizara sobre ese procedimiento- aquella información que entrega casi todo enunciado sin que quien lo pronuncia se lo proponga, y que el lector o la lectora- inquieto y sagaz puede capturar a modo psicoanalítico.

Me tienta seguir discurriendo sobre el brillante ejercicio de Guinzburg. Pero, intento pensar, si algunos de los procedimientos que recomienda para sumergirnos en la comprensión de escritos, costumbres, creencias, relatos o fábulas del pasado, puede inspirar una lectura de la coyuntura cotidiana que me resulta ciertamente enigmática.

Comparto el estupor que me despiertan los enunciados del presidente Javier Milei. Al tiempo, me pregunto: ¿cómo intentar un procedimiento de lectura que traspase la literalidad y ensaye interpretaciones que se distancien de mi exclusiva perspectiva? Esa intención de leer “entrelíneas” a contrapelo de lo que parece explícito, pareciera ser una vana empresa frente a los juicios implacables con que se despacha a diario Javier Milei. Tan reproducidos en el espacio mediático que no hace falta repetirlos, ni conviene. Habilitan un grado de violencia verbal que hiere hasta la sensibilidad más impasible. Aunque, tal vez haya quienes lo asimilen a una franqueza purificadora de cierta hipocresía a la que, en ocasiones, vivimos expuestos. Propongo, no obstante, echarle un vistazo al discurso de Javier Milei en Davos. La palabra presidencial ante un público especial: la élite de la política y las finanzas mundiales reunidos para dar forma a agendas globales de cooperación entre empresas y gobiernos. Una audiencia poderosa y notoriamente más plural que el universo de sus devotos locales o internacionales.

Los ecos disparados por el discurso no se hicieron esperar, y seguirán. No voy a referirme porque están a mano de todo el mundo en la red y dan cuenta de una sociedad civil y de una esfera intelectual y política sensible e informada. El debate esperable en las próximas semanas circulará en torno a, si la audaz diatriba puede enajenarle algo de la confianza que concita en el conjunto ciudadano. También, sobre el éxito de los esfuerzos de sus fieles de “las fuerzas del cielo” para morigerar las interpretaciones adversas ante lo que el mismo Javier Milei quiso presentar -según sus propias palabras- “sin eufemismos”.

El reciente discurso coincide en parte con el que pronunciara allí el año pasado: denunciar a los responsables -en su particular diagnóstico- de la decadencia y la pérdida de la vitalidad del occidente capitalista. Pero, si en el 2024, la imputación recaía sobre los regímenes políticos que habían propiciado el avance del estado sobre el mercado – enfatizando la dimensión económica del análisis - en 2025 el dedo acusador gira hacia progresismo “woke”, enfocado ampliar los derechos de las minorías excluidas por el etnocentrismo blanco y patriarcal. Más allá o más acá de los énfasis elegidos-que han dado lugar a distintas conjeturas sobre el cariz que el presidente quiere imprimir a la batalla ideológica que intenta librar - ambos discursos se asemejan en el grado de rusticidad para establecer el lado de los “bienaventurados” y de los “réprobos” -y elijo estos adjetivos en consonancia con el talante maniqueo que impregna el discurso. En 2024 la invectiva embestía contra la economía neoclásica acusándola -nada menos- de resultar funcional al intervencionismo keynesiano y a la justicia social. Y sin matices, extendía su reprobación unánime a las experiencias de gobierno del último medio siglo, ya fueran socialdemócratas, socialcristianas, populistas, nacionalistas o globalistas, etiquetándolas como “colectivismos” poco distantes de las prácticas del socialismo soviético. En el discurso de 2025 la amenaza global la encarna una cultura que ha invertido los valores de occidente. Su prédica se abate sobre la indignidad moral de quienes practican o empatizan con esa cultura.

La crítica a los desbordes del wokismo y la cultura de la cancelación no es novedad. Circula profusamente. Pero no es el objeto del presidente contribuir a ese debate. Su denuncia resulta por demás inquietante: lejos de reclamar mesura a los excesos, hace del wokismo la suma de todas las amenazas, adoptando un talante profético y una voluntad de regeneración moral que intimida.

Milei dijo lo que dijo. Sus dichos y tono parecieran no representar novedades en las cuales buscar “revelaciones involuntarias”. No obstante, y en tren de no simplificar propongo algunas preguntas. ¿Por qué eligió ese escenario para desplegar su diatriba antiwokista? No reúne exactamente un público afín a sus dichos. ¿Hay algo para desentrañar allí? ¿Qué usos estratégicos movilizan ese discurso? ¿Se excedió, transgredió reglas? ¿Cuánta disponibilidad existe al estilo de argumentación del presidente argentino? ¿Hacia dónde va el mundo? ¿Podemos hacer algo?

* Historiadora y docente de la UNCuyo.

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