25 de junio de 2025 - 00:00

Mercado y Gobierno

La percepción que tenemos muchos ciudadanos es que estamos absolutamente indefensos ante la ineficacia (y tal vez desidia) de las autoridades. Esa ausencia nos empuja a sumergirnos en esta selva que cada día se expande e impone sus reglas: todos contra el débil, el menos apto, el que se cae sin red que lo sostenga, el ciudadano de a pie.

El presidente Milei, experto en crecimiento económico, como suele autodefinirse, ha explicado con la “sabiduría” de la que hace gala, que el Mercado es el gran ordenador social, así como la garantía del crecimiento económico y la distribución del ingreso. También ha expresado reiteradamente que su tarea como presidente es la “destrucción del Estado desde adentro”, tarea en la que, sin duda, puede mostrar éxitos indudables.

En esta dirección, el gobierno de Mendoza apoya sin retaceos, con militancia explícita (la vicegobernadora) y casi silente (el gobernador), esos pensamientos y acciones presidenciales.

Resulta indudable que estamos en presencia de un “círculo virtuoso de crecimiento”, sin ninguna participación del Estado en cualquiera de sus niveles. En lo que expondremos a continuación todo se reduce a una “cuestión entre privados”, como ha dicho el jefe de gabinete nacional Guillermo Francos sobre la estafa de $LIBRA, empleando la misma frase de otro “gran estadista”, Néstor Kirchner, cuando en 2005 salió a la luz el primer gran escándalo de corrupción de su gobierno (Skanska), que hoy, ¡veinte años después!, nuestra maculada justicia federal está juzgando.

El caso que nos ocupa es un simple ejemplo en un mar de hechos similares sobre reiteradísimos casos de robos de objetos que están de cara a la vía pública o sobre ella, en la amplia geografía del Gran Mendoza. Nos centraremos sólo en los caños de cobre arrancados de gabinetes domiciliarios de gas. Dejamos de lado placas de bronce y otros objetos similares, así como los reguladores de gas. En este pequeño ejemplo funciona el “dios Mercado”:

1 Un chatarrero delincuente se conecta con otro delincuente y le promete un pago sustancioso si le provee de un material estratégico (que no se entere Donald Trump) cada vez más requerido: el cobre. Ante la demanda, el ladrón pone su mano de obra y roba entre las 2,30 y las 6 de la mañana aproximadamente; horario difícil y sacrificado, que no implica cobrar ningún plus por el esfuerzo, pero recibe su “premio” por cada quilogramo que aporta al chatarrero, generando la oferta en el Mercado. El ladrón comenta con colegas y pronto se forman legiones (no romanas) de ladrones que rastrillan barrios enteros en busca del preciado metal.

2 - Con el aumento de la Oferta baja el precio del bien en cuestión, de modo que hay que robar más para conservar los ingresos iniciales. El acopiador, feliz.

3 – El chatarrero vende entonces el cobre con extraordinarias ganancias a las fundidoras y éstas a las fábricas de caños. Se incrementa el número de empleos. Crece el sector.

4 – Las fábricas entregan su producto con amplio valor agregado a comercios especializados o, directamente, a las empresas distribuidoras de gas. En nuestro caso, Ecogas.

5 – Finalmente, el producto vuelve a su origen, las casas de las víctimas del robo, veloz y eficientemente atendidas por le empresa distribuidora, claro que, pagando por el daño recibido, incrementado porque, además, debe correr con gastos extras en “blindar” su gabinete de gas para prevenir nuevos robos.

Esta maravillosa circulación, milagrosamente, la ha hecho El Mercado, los “privados”. El dinero circuló y, en la cadena de valor, todos ganaron, desde el ladrón hasta el herrero que blindó el gabinete violentado. Eso se llama crecimiento económico para un sector. Pero siempre hay perdedores, en nuestro caso, la víctima.

Esos acuerdos “entre varios privados”, con un solo perdedor, es tan viejo como la humanidad, pero naturalizado e incrementado en nuestros tiempos.

Dejando de lado las ironías, es sorprendente que el Gobierno/Estado no haya intervenido para erradicar la “demanda” ilegal ni para proteger a las víctimas. Ni siquiera se asomó, casi ratificando las ideas del promotor de la destrucción del aparato creado para que cualquier sociedad moderna viva civilizadamente. La percepción que tenemos muchos ciudadanos es que estamos absolutamente indefensos ante la ineficacia (y tal vez desidia) de las autoridades. Esa ausencia nos empuja a sumergirnos en esta selva que cada día se expande e impone sus reglas: todos contra el débil, el menos apto, el que se cae sin red que lo sostenga, el ciudadano de a pie.

* El autor es Doctor en Geografía. Investigador del CONICET.

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