El 4 de julio de 1776 los representantes de las trece colonias de Norteamérica firmaron el acta de independencia que dio origen a la primera república federal en el mundo. Con ello se cerraba el ciclo abierto con las medidas fiscales impuestas por la Corona británica para solventar los gastos de guerra por el predominio imperial frente a Francia y España que habían sido rechazadas por las elites nativas con el argumento que la decisión del Parlamento no había sido consultada ni aprobada por sus propias asambleas electas con lo cual se hacía patente la crisis de la monarquía compuesta inglesa.
El conflicto escaló entre 1765 y 1773 para cuando los súbditos de Jorge III se organizaron y observaron que lo resuelto en Londres atentaba contra la libertad británica y americana, y los derechos exclusivos de los colonos a establecer impuestos.
Ante la ausencia de respuesta favorable al reclamo y la recesión económica, los comerciantes, tenderos y artesanos de la ciudad de Boston, uno de los epicentros del comercio intercolonial, protagonizaron actos de pillaje y violencia callejera que incluyeron saqueos a oficinas de la Aduana como muestra de una “guerra de nivelación entre ricos y pobres”, tal como atestiguó el gobernador Bernard. Los sucesos de Boston liderados por quienes se definieron como “los Hijos de la libertad”, se difundieron como reguero de pólvora en las otras colonias mientras la prensa popular echaba furia contra los impuestos regulados desde Londres, y reactivaba lazos de solidaridad y el sentido de identidad americana frente a los británicos. John Adams, uno de los padres fundadores, expresó su impacto del siguiente modo: “Tal unión no se había visto nunca antes en América”.
A los disturbios en las ciudades costeras, les siguió el boicot a los productos procedentes del centro imperial con lo cual se afectaba el grueso de las exportaciones británicas, en especial de los textiles y manufacturas de metal que dinamizaban el giro industrial y abarrotaban los mercados mundiales. Y aunque la ley que disparó el malestar quedó en suspenso, el Motín del té que tuvo lugar en Boston en 1773 se convirtió en preludio de la guerra revolucionaria librada entre la fuerza militar enviada desde la metrópoli y las estrategias de lucha de los patriotas que se combinó con la asistencia o cooperación de España y Francia, las grandes monarquías rivalesde Gran Bretaña. Entretanto, cada colonia organizó asambleas locales que dieron lugar al primer Congreso Continental en Filadelfia en 1774 anticipando el realizado el año siguiente que puso sobre el tapete que la idea de independencia era una decisión ya tomada.
Por delegación de los representantes de las trece ciudades un comité integrado por Thomas Jefferson, John Adams y Benjamín Franklin, entre otros conspicuos, redactaron el acta fundacional de la nueva nación. El texto que fue votado por los miembros del II Congreso, se hizo eco del panfleto recién publicado por Thomas Paine, El sentido común, en el que abogaba por la independencia de las colonias, y recogió derechos inalienables entre los que sobresalían la igualdad de los hombres, “la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”, aunque no condenó la esclavitud por el peso que tenía en las economías del sur. A su vez, destacó que los gobiernos eran creados por los hombres para garantizar tales derechos y debían contar con el consentimiento de los gobernados. En caso de que los actos de gobierno desviaran su cometido, el “pueblo” tenía derecho a reformarlos o instituir otro en su remplazo. Semejante iniciativa prolongó la guerra hasta 1781 cuando Gran Bretaña se vio obligada a firmar la paz y reconocer la independencia de los Estados Unidos en 1783.
La revolución angloamericana gravitó al otro lado del océano y se proyectó en todo el continente. Se iniciaba así un nuevo tiempo histórico y político en ambas orillas del Atlántico que estuvo vigorizado por preceptos liberales, congresos, constituciones escritas y la entronización del gobierno limitado y la soberanía popular como artefacto seminal del poder político contemporáneo. Un tiempo convulso, creativo y violento a la vez que hizo pie en la Francia absolutista de Luis XVI donde la convocatoria a las Cortes abrió las puertas al debate público sobre los límites a la soberanía real y proclamó la célebre Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. También disparó una serie de revueltas populares urbanas y campesinas que terminaron con la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789.
Para entonces, el rey tenía los días contados en tanto los enrolados en la facción más radical del cambio político se alzaron contra los partidarios de la moderación dejando como saldo jornadas cargadas de terror contra los enemigos de la Revolución, la formación de una efímera república constitucional y la posterior concentración del poder en manos de Napoleón Bonaparte quien se erigió en Emperador y “Mandón de Europa” hasta 1815.
En ese lapso, la América española mostraría la estela revolucionaria gracias a la circulación de ideas y operaciones políticas pergeñadas por los disconformes del sistema colonial esparcidos en las principales capitales europeas y americanas. En 1804 la isla de Haití se convirtió en escenario de un movimiento liderado por negros libres y esclavos que alarmó a las elites hispanoamericanas sobre una eventual “guerra de castas”. Pero sería la crisis que afectó la médula de la Monarquía española en 1808 la que arrojaría novedades en sus colonias americanas ante la novedad instalada en la península con la ocupación francesa y la erección de un nuevo rey, José I Bonaparte, que galvanizó las tensiones acumuladas en las décadas precedentes cuando Carlos III y sus ministros habían impulsado reformas que habían indignado a las elites criollas y propiciado rebeliones urbanas y campesinas que fueron reprimidas.
Con la abdicación al trono de los Borbones y la formación de instituciones que aspiraron a integrar las posesiones americanas en el esqueleto de la monarquía española, se abrió un frágil equilibro que sobrevivió hasta 1810 para cuando el éxito de las tropas napoleónicas en España dejó a la vista que había llegado la hora de destituir a los funcionarios coloniales y remplazarlos por Juntas provisorias de gobierno. Las pretensiones de autogobierno afloraron en la mayoría de las capitales de los virreinatos, audiencias o capitanías generales, pero fueron rechazadas por los férreos custodios de la legitimidad real por lo que la guerra se instaló en el horizonteprecipitando la derrota de los bastiones patrióticos, a excepción de la revolución rioplatense que logró a duras penas mantenerse en pie, y declarar la independencia de las Provincias Unidas de Sud-América en 1816.
* La autora es historiadora del INCIHUSA-CONICET.