Hola (no adiós) mundo cruel

Es difícil entender cómo Trump puede ser tan dócil con un líder ruso aliado de Corea del Norte, de China y de la teocracia chiita persa. Quizá algún día tendrá que responder ante la historia cómo hizo para estar cómodo traicionando a Ucrania y a Europa, para ayudar al bando donde se reúnen los máximos enemigos de Estados Unidos.

En un tiempo normal y no marcado por patologías que dividen sociedades y engendran mesianismos crueles y delirantes, el mundo se alarmaría al escuchar las ideas y razonamientos del presidente de Estados Unidos.

Le parecería alarmante que en Alemania haya quedado como segunda fuerza política un partido neonazi, financiado desde Moscú y también por Elon Musk, además de apoyado públicamente por el vicepresidente JD.Vance.

Ese mundo imaginario que valora la democracia libera observaría perplejo la Argentina, donde el gobierno tiene logros como bajar la inflación y generar crecimiento en algunas áreas, pero su líder comete un error imperdonable en el tema que se supone su especialidad: promocionó una criptomoneda convirtiéndose, por estafador o por negligente, en protagonista de una estafa descomunal. “La mayor estafa con criptomonedas de la historia” según la revista Forbes.

Otros observarían estupefactos que el gobierno de Javier Milei, por decreto, nombra jueces supremos impresentables y establece que a los niños y demás personas con discapacidad se las pueda llamar “idiota”, “imbécil” y “débil mental”. La raíz etimológica de “imbécil” es el latín “imbecillis” que significa in-baculum, o sea, sin bastón: lo que no puede sostenerse y está referido a las afirmaciones que no tienen sustento, usándose principalmente como insulto.

Del mismo modo se usa la palabra idiota, cuyo origen es el griego idiotes, como llamaban los atenienses a quienes se desentendían de los asuntos de polis o actuaban por propio beneficio aún en contra de los intereses de los ciudadanos.

También “débil mental” está más cerca del insulto que de la discapacidad aludida. Por lo tanto sólo un gobierno obtuso y cruel puede habilitar esos términos para referirse a las personas con discapacidades.

Ese ya utópico mundo en el que la razón vale más que la maldad, se espantaría de que un presidente norteamericano proponga apropiarse de Gaza, expulsar a sus habitantes y repoblarla con gente traída de otros países tras haberla convertido en un paraíso de rascacielos, casinos y hoteles siete estrellas para el turismo de alta gama.

Lo que más le extrañaría a ese imaginario mundo razonable es ver al jefe de la Casa Blanca convertido en la carta ganadora de otro líder inmensamente cruel: Vladimir Putin.

El rey Pirro de Epiro tuvo la humildad de reconocer lo gravoso de su triunfo sobre los romanos en la batalla de Ásculo. Perdió tantos guerreros en el campo de batalla que dijo su célebre reflexión: “con otra victoria como ésta estaré perdido”.

El presidente de Rusia debería decir lo mismo, pero no tiene la dignidad de aquel general de la antigua Grecia. Putin sabe que su mayor éxito es haber logrado que un aliado suyo se aposente en el Despacho Oval. Trump mediante, Putin se está acercando a la victoria, pero no por haber sabido ganar la guerra con lucidez estratégica y por haber dotado a Rusia de un poderío militar arrollador. El logro del jefe del Kremlin está en vender como “gran victoria” lo que, en términos de costos económicos, humanos y militares, es para Rusia apenas una victoria pírrica.

Hace tres años lanzó la invasión que apuntó a la totalidad de Ucrania, para poner al menos la mitad dentro del mapa de Rusia y el Oeste ucraniano bajo un régimen títere de Moscú. Una investigación del prestigioso The Economist demostró que, después de haber sido repelido el avance sobre Kiev, en el 2022 controlaba la misma porción de Ucrania que controla ahora, habiendo perdido cerca de un millón de efectivos y una cantidad inmensa de tanques y piezas de artillería.

La única superioridad que Rusia mostró en los campos de batalla es numérica: con una población que triplica a la de Ucrania, Rusia ha enviado oleadas de soldados a morir. También abrió las cárceles para usar reos rusos como carne de cañón. Y tuvo que pedirle a Kim Jong Un que le envíe miles efectivos norcoreanos para que combatan contra los ucranianos en Kursk y en Dombass.

Le pidió, además, ayuda económica a China y armamentos a Irán, sobre todo el envío masivo de drones.

Es difícil entender cómo Trump puede ser tan dócil con un líder ruso aliado de Corea del Norte, de China y de la teocracia chiita persa. Quizá algún día tendrá que responder ante la historia cómo hizo para estar cómodo traicionando a Ucrania y a Europa, para ayudar al bando donde se reúnen los máximos enemigos de Estados Unidos.

También sobre la geopolítica que impulsa (junto a Putin y Xi Jinping) casi idéntica a la distopía orwelliana que describe el capítulo III de la novela 1984.

* El autor es politólogo y periodista.

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