Durante la entrega de los Martín Fierro en el año 2013, Jorge Lanata recibía su premio a Mejor Labor Periodística por su programa Periodismo para Todos (PPT). En esa noche de agosto subía por segunda vez (de cuatro premios que recibiría el programa) y en las palabras de agradecimiento deslizó ese término, la "grieta", que intenta explicar la división política, social, cultural incluso afectiva que enfervoriza a la sociedad. Y si bien, en esa misma intervención argumentaba que no era nueva, y que podía rastrearse en toda la historia del país, resulta que en no toda la construcción política del país podemos encontrarla. En 1982 después de que la Junta Militar renuncia a su proyecto político, una euforia nacional unificó al país detrás del retorno a la democracia. También el juicio a las juntas militares, el alfonsinismo, el plan austral, por nombrar algunos rápidamente. Tenían detractores, correctores e intérpretes que jugaban en la arena de la retórica, del debate político. Acá, hay que marcar un punto. No, no siempre hubo grieta.
El denominador común de esto que llamamos “la grieta”, esta sensación de división irreconciliable tiene en la comunicación un lugar privilegiado que en no pocas ocasiones se pasa por alto. Estas diferencias son expuestas en el espacio público por la comunicación, en las redes sociales, los medios, el periodismo y por supuesto la política. Esto no quiere decir que sea una creación fantástica, innovadora o sin fundamentos, sucede que nuestra especie, desde que alcanzamos la capacidad y el sentido público de argumentar, ordenamos los hechos en el discurso bajo ideas y valores distintos. A esta instancia llegamos, curiosamente, con el acuerdo de que teníamos que subsistir y la evidencia demuestra que esto último fue bastante exitoso.
Saltemos las referencias a la importancia que le dieron los griegos (y el mundo árabe) a la gramática y la retórica para aterrizar en la actualidad. Dominique Wolton, es un reconocido intelectual francés (nacido en Camerún) del campo de la comunicación, especializado en la comunicación política. Wolton propone pensar a la comunicación en el espacio público, como un ámbito simbólico donde confluye la sociedad civil y la sociedad política. Distinguir los tres momentos es fundamental, pero más aún, limitar las temáticas que pueden ingresar al espacio público. No porque piense que la censura sea el camino de la convivencia, sino para mantener la especificidad de la disputa política en las instituciones correspondientes, “…el riesgo es que el vocabulario y las dicotomías políticas invada todo el espacio público y se vuelvan el único modo de aprehensión de la realidad”.
Lo que sigue es afirmar algo incómodo y poco popular. La culpa no la tiene la política, ni los políticos o las políticas, tampoco los medios, ni los periodistas, sino algo que construye la imagen de estos grupos de personas, la comunicación política. Los y las profesionales de este ámbito son quienes en primera instancia organizan la imagen del o la candidata, y tienen que hacerlo en un contexto sacudido por varias crisis que constituyen nuestro presente. La del estado, la familia, la educación, el empleo, sumado a la digitalización de la vida, que agrega su cuota de incertidumbre y dudas sobre los horizontes de la realidad; la centralidad del mercado. Todo esto bajo la pérdida de importancia por los hechos, la verdad o alguna razón o acuerdo en lo que podamos confluir como sociedad. Un sentido en común.
Propaganda y algo más.
Es conocida la sistematización de Jean Marie Domenach, otro francés, sobre las artes de la difusión de ideas. En el reconocido trabajo, La propaganda política, describe cinco reglas que podrían ajustarse perfectamente a las que circulan en el espacio público. Para citar sólo un ejemplo, la primera podemos reconocerla casi renglón a renglón; simplificación y creación del enemigo único. Incluso no parece muy desactualizada la definición de propaganda del mismo Joseph Goebbels: “La esencia de la propaganda consiste en ganar gente para (nuestra) idea. (Y que esto se vea) de una forma tan sincera, tan vital que, al final, sucumba ante ella de tal manera que ya no la pueda abandonar nunca”
Puede parecer una exageración, una sobredimensión de algunos pocos hechos que consideramos para evaluar este fenómeno al que llaman “La grieta”. Pero saliendo de la política, esta idea de simplificar la realidad y crear un enemigo en el opositor también es rentable. En el fútbol profesional es posible de reconocerlo. En la comunicación del fútbol, en el relato futbolístico, reducir un torneo a la rivalidad de dos equipos suele ser muy conveniente para todos los que intervienen. Si bien, se reconoce el escenario de fondo, tener dos equipos grandes, concentra la atención y ahorra esfuerzos en la selección de hinchadas. Simplificación y creación de un enemigo, es efectivo para generar volúmenes estadísticos los cuales se pueden monetizar, en votos o dinero. Pero este ejercicio genera un residuo, un desecho. Participar de uno de los polos de forma pasional genera seguridad, identidad, pertenencia en un tiempo donde todo esto es difícil de encontrar. Participar fervorosamente de la tribuna de River o de Boca (del equipo que sea), habitar solo uno de los espacios dentro de las tribunas, deja afuera al fútbol en su totalidad, en sus variantes y diferencias. El residuo es el fútbol como disciplina deportiva, así como en la política, lo público como espacio que teníamos en común, es el residuo de “la grieta”.
* El autor es licenciado en Comunicación Social y docente.