Hay dos formas burdas de actuar frente a la prepotencia patotera de Donald Trump con sus vecinos en las Américas. Una es con obsecuencia caricaturesca y la otra está en las antípodas pero también es burda: enfrentarlo con poses ideológicas y sin haber calculado bien las consecuencias.
Javier Milei parece un ejemplo nítido del primer caso y Gustavo Petro la más clara representación del segundo.
Desde la admiración eufórica que el presidente argentino le expresa cada vez que se cruza con el norteamericano, hasta sus sobreactuaciones ultraconservadoras, como la que hizo en el Foro Económico de Davos, donde en lugar de hablar de economía, descerrajó una carga de aborrecimiento sobre la homosexualidad, el feminismo, los que advierten sobre los males el cambio climático, los ecologistas, la agenda woke y, en definitiva, todo lo que exprese en mayor y menor grado la cultura liberal-demócrata occidental forjada en el siglo 20.
En esa línea parece estar también la decisión de separar con un alambrado los territorios limítrofes con Bolivia. Suena a broma que, a esta altura de la experiencia histórica, se pretenda luchar de ese modo contra el narcotráfico y el contrabando. También que esa sea la mejor manera de impedir que ingresen ciudadanos bolivianos a cobrar planes sociales argentinos. El alambrado de Milei y Bullrich parece más bien una imitación caricaturesca de lo que hace Trump en la frontera con México.
En las antípodas, aunque también patético y caricaturesco, está Gustavo Petro. El mandatario colombiano se trenzó en una trifulca y recibió una “trumpada” que le dejó un ojo en compota.
El jefe de la Casa Blanca ganó el primer choque. Quien tuvo que dar marcha atrás es el presidente caribeño por envalentonarse sin haber hecho bien los cálculos sobre cuál de los países perdía más con la escalada de sanciones comerciales que había comenzado. Y no hacía falta muchas sumas y restas, porque Estados Unidos es el principal comercial de Colombia mientras que Colombia es el socio comercial número 23 de USA.
Horas después de comenzar la pulseada, funcionarios de la economía y de la diplomacia le explicaron a Petro que Colombia perdía mucho más con la subida de aranceles y la suspensión de visas. Y al presidente no le quedó más alternativa que retroceder incómodamente y con una abolladura en su imagen pública.
No fue un error exigir que los deportados no sean maltratados ni enviados en aviones militares que ya volaban hacia Colombia. El error de Petro fue desconocer la balanza comercial entre ambos países y haber publicado un largo mensaje procurando convertir esa crisis en un escenario donde posar de líder insumiso que no se deja atropellar por un matón imperial. Lo que sentenció la derrota de Petro fue ese mensaje divagante en el que habló con tono canchero de Noam Chomsky, de Walt Whitman, de Sacco y Vanzetti, del golpe contra Allende y de “tomarse un whisky juntos” para hablar de igual a igual, además de asegurar que “yo muero en mi ley, resistí la tortura y lo resisto a usted”.
Hubiera salido intacto de la trifulca si se limitaba a exigir algo tan lógico como un buen trato a los deportados y vuelos civiles en lugar de aviones militares.
No es bueno para las Américas que triunfe el matonismo de Trump. El magnate que dispensa un trato humillante nada menos que a ese vecino democrático, desarrollado y miembro de la OTAN que es Canadá, ahora maltrató al mayor aliado latinoamericano de Washington, sólo para posar de todopoderoso al que no le tiembla el pulso para poner de rodillas a un desafiante, actuando con Colombia y con Petro como no actuaría con Rusia y con Putin.
Trump ostentó poder con prepotencia. Actuó como un maltratador que disfruta humillando. Colombia es el aliado extra OTAN de Washington más importante de toda América, relación que benefició a Bogotá en la obtención de recursos para, en su momento, combatir a los cárteles de Medellín y Cali, liderados por Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela. También para lanzar la mayor ofensiva militar contra las guerrillas de “Tirofijo” Marulanda, logrando el final de las FARC.
El grave error de Gustavo Petro es una lección para la izquierda democrática de América latina. El ex guerrillero no perdió la pulseada con Trump por haber permitido finalmente que los aviones militares aterricen en Bogotá con 160 deportados. La perdió por el divagante mensaje que puso en evidencia la prioridad de sus veleidades políticas y poses de líder antiimperialista por sobre su responsabilidad como mandatario en una democracia.
El mismo error que, en el polo opuesto, comete Javier Milei para adular a Trump y a Musk, posando como caricatura de un arrogante líder ultraconservador que es, de por sí, caricaturesco.
* El autor es politólogo y periodista.