En estos dos años. el tema del superávit fiscal alcanza niveles de deidad a colocar en los altares. Se recuerda que desde 1900 hubo solo 11 años con superávit fiscal. En efecto los tuvimos en algunos años de la primera década del siglo pasado, en 1920, durante el primer gobierno de Yrigoyen. En los primeros años de la presidencia de Menem fueron el resultado del ingreso de las privatizaciones, no un superávit genuino. Y en los gobiernos de Néstor Kirchner, aunque en este caso hay que recordar que no se pagaban los servicios de la deuda.
En igual lapso de tiempo, los Estados Unidos tuvo superávit fiscal solamente 15 años. En la década del XX, durante el gobierno de Carter y en la segunda presidencia de Bill Clinton. Esto nos indica, teniendo en cuenta el desenvolvimiento de nuestra economía y la de los Estados Unidos, que no es solamente la cuestión del déficit fiscal la clave para que la economía crezca. Porque decir, como lo vociferan con sus modales de albañal algunos integrantes del oficialismo, que el país lleva un siglo de decadencia es una falacia ya que los datos objetivos muestran etapas importantes de crecimiento y desarrollo.
En realidad, sin que sea la única causa, la historia económica del país muestra que nuestro principal problema es el de la balanza de pagos. Que entren más divisas que las que salen para decirlo en lenguaje claro. El país concluye un ciclo de crecimiento de 15 años consecutivos en 1948, a pesar de la gran depresión que afectó el comercio internacional y la recaudación fiscal, y hasta 1963 tiene un “serrucho”, un año se crece y al siguiente hay recesión, porque se estancan las exportaciones, pero crecen las importaciones y hay limitaciones para obtener financiamiento externo que solo se superan en el gobierno de Frondizi.
Desde 1963, la Argentina tendrá 11 años consecutivos de incremento del PBI hasta la crisis de 1974, entre otros factores la guerra de Yom Kipur nos afecta. Esos once años son el resultado de una mejora substancial en las exportaciones, es decir la obtención de ´dólares genuinos. Además, el financiamiento externo que se gestiona para obras de energía. por ejemplo, es sólo para cubrir los equipos que se importan. Como ejemplo perverso en el segundo gobierno de Menem nos endeudamos en el exterior en dólares para cubrir el déficit previsional. Un disparate.
En este siglo la política económica, salvo durante el gobierno de Cambiemos, tuvo un sesgo anti exportador como lo demuestran las retenciones a las exportaciones. El desenvolvimiento de la producción y exportaciones brasileñas muestran el contraste. En 20 años Brasil triplicó la producción de soja mientras nosotros estamos en el mismo nivel. El argumento es fiscal, pero si incrementamos la producción y las exportaciones habrá ingresos fiscales con el impuesto a las ganancias y se desarrollará la economía del interior expandiendo las fronteras agrícolas con nuevas tierras o incorporando millones de hectáreas al riego, disminuyendo así el riesgo climático.
La falta de dólares se refleja en las reservas negativas del Banco Central como en las restricciones externas pues “el cepo” a las empresas sigue vigente. En vez de promover exportaciones. el gobierno primero restó importancia a contar con reservas positivas, que por otra parte se comprometió a lograr al recibir la nueva asistencia del Fondo Monetario.
Ahora el ministro Caputo dice que va a obtener reservas, pero en vez de ser genuinas es con nuevo endeudamiento a tasas grotescas. Parece que es la especialidad del ministro que más que un hombre de estado es un trader.
Los sectores productivos, además de la carga impositiva, las retenciones a la exportación, la legislación laboral anacrónica, con su industria del juicio afrontan los problemas de competitividad derivados de las falencias de la infraestructura. No se trata solamente de las autopistas que faltan sino del deterioro de las rutas existentes en más de la mitad de la red nacional y de la ausencia de planes de rehabilitación y modernización ferroviaria, indispensables para la explotación minera de la cordillera de los Andes.
La disminución del empleo público, a pesar de aplicar la “motosierra” en vez del bisturí que permite seleccionar lo que debe ser suprimido, es de solo 58 mil empleos, alcanzando los 102.231 agregando el pequeño ajuste en provincias y municipios que es donde se dio el desmesurado incremento de personal desde 2003 cuando saltamos de pocos más de dos millones doscientos mil agentes a casi cuatro millones.
Por otra parte, se han perdido 101.231 empleos en el sector formal de la economía y agregando autónomos, monotributistas, empleos en casas de familia. Gastronomía, hoteles y construcción son los sectores más afectados; la cifra ascienda a 539.039 puestos de trabajo.
La inflación ha bajado, pero seguimos con problemas estructurales serios que no se han abordado, entre ellos un programa a largo plazo que logre acuerdos básicos evitando el riesgo político.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.