El 18 de mayo pasado la ciudad de Buenos Aires confirmó la tendencia creciente de abstencionismo que se observó en las elecciones celebradas en varias provincias la semana anterior y en Santa Fe el mes pasado.
El gobierno dice que se ha plebiscitado su gestión en Capital, a pesar de obtener sólo el 30%, con un comportamiento electoral bien de casta donde no falta un plan “platita”, con tarifas semi congeladas y dólar planchado a costa de no acumular reservas en un país que las tiene negativas.
El 18 de mayo pasado la ciudad de Buenos Aires confirmó la tendencia creciente de abstencionismo que se observó en las elecciones celebradas en varias provincias la semana anterior y en Santa Fe el mes pasado.
Concurrió a votar solamente un 53 % del padrón porteño, cuando nunca la concurrencia a los comicios había bajado de un 72% con picos superiores al 80%. Agreguemos que otro 2 % votó en blanco, esto significa que el 51% se abstuvo de elegir entre una oferta de diecisiete listas. Ese porcentaje es habitual en los Estados Unidos con picos que apenas superan el 60% pero la diferencia es que en ese país el voto no es obligatorio. Con voto obligatorio una concurrencia tan baja da un claro mensaje de, por lo menos, indiferencia hacia las fuerzas políticas que disputaban la composición de la legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La ciudad de Buenos Aires muestra una vez más que ser oficialismo no garantiza la victoria. Podrán decir que se impuso el oficialismo nacional, pero la historia electoral de la ciudad es que ambos oficialismos, el nacional y el local, pueden perder o ganar alternativamente. No hay caballo del comisario y eso es una larga tradición que la diferencia de provincias donde impera una concepción patrimonialista del poder, que debe decirse, es subsidiada por los impuestos de los que viven en las dos Buenos Aires, la capital y la provincia, fruto de una ley de coparticipación federal que castiga a los que producen y de un régimen electoral que viola el principio de igual valor del voto, sistema que también perjudica a provincias como Mendoza, Córdoba y Santa Fe.
El gobierno dice que se ha plebiscitado su gestión, a pesar de obtener sólo el 30%, con un comportamiento electoral bien de casta donde no falta un plan “platita”, con tarifas semi congeladas y dólar planchado a costa de no acumular reservas en un país que las tiene negativas. A la campaña sucia agrega el cuco del kirchnerismo, que como se observa en todos los distritos donde hubo comicios ya no representa a ninguna mayoría popular, aunque habrá que observar qué sucede en la provincia de Buenos Aires. En la ciudad de Buenos Aires sigue siendo una corriente minoritaria y el maquillaje no le sirvió, como tampoco a Juan Manuel Abal Medina, quien al peronizar bien su campaña le hizo llegar a menos del 2%. A buena parte de la dirigencia le falta entender que ya transitamos un cuarto del siglo XXI.
Es curioso esto de presentarse como la libertad frente al kirchnerismo cuando en el lenguaje y también en acciones no se respeta los valores de la libertad ni la institucionalidad y en los elencos gobernantes no hay uno solo que pueda decir que enfrentó a los gobiernos K, salvo la ministra de seguridad Bullrich, que ahora descubrió que los jueces que ella criticaba pueden ser buenos miembros de la Corte y que los periodistas que elogiaba cuando criticaban al gobierno de la familia Kirchner son mentirosos y ensobrados si critican a los hermanos Milei. Los banderazos republicanos han sido olvidados y no tiene problema en convivir con un ministro de Justicia que dice que Nisman se suicidó y que no hay pruebas en las causas de corrupción de Cristina Fernández.
En realidad, la batalla era contra Macri. Este round sí lo ganó Milei y lo ayudó con sus indefiniciones el propio Macri que no entiende que la política exige dedicación total, hacerla par/ time no es para los que pretenden liderar. Nadie en política está definitivamente vivo o muerto, depende de la disposición para seguir. Hay un antiguo adagio que sostiene: “lo importante no es ganar batallas, lo importante es ganar la guerra”.
Mientras tanto el presidente Milei anuncia muy suelto de cuerpo que los delincuentes como son los narcos, secuestradores, funcionarios corruptos, podrán lavar su dinero y sin costo fiscal. En varios reportajes dice que no le importa de donde viene el dinero. Además de violar las normativas internacionales que tienen el objetivo de combatir el financiamiento del terrorismo, le está dando la posibilidad a las mafias -al mezclar negocios ilícitos con lícitos- de adquirir un poder enorme dentro del Estado. Al poder e influencia que ya tiene el juego en la política nacional, cuestión en la que no hay grietas, estas declaraciones irresponsables en caso de concretarse son un peligro para la salud moral y material de la sociedad argentina que acentuará su degradación.
No está de más recordar que estamos transitando el segundo año de gobierno sin presupuesto, una anomalía institucional grave. Uno de los pretextos para derrocar a Illia fue la demora en 60 días en tratarlo.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.