Cuando pensamos en fósiles, lo primero que suele venir a nuestra mente son imágenes de esqueletos gigantes de dinosaurios o pequeños huesos de animales prehistóricos. Y si bien esos restos óseos son piezas fundamentales para entender la vida antigua, existe otro tipo de fósil, quizás menos conocido por el público, pero igualmente valioso y, a veces, ¡mucho más revelador! Me refiero a las huellas fósiles, los verdaderos testimonios de los movimientos, hábitos y comportamientos de criaturas que existieron en la Tierra hace millones de años.
Como paleontóloga me especializo en Paleoicnología, que es el estudio de las trazas fósiles. Estas trazas son todos los rastros producidos por la actividad biológica de un organismo, como las huellas, las madrigueras, otras excavaciones o las nidadas fósiles. Imagínense poder “ver” cómo un dinosaurio caminaba, si iba solo o en manada, si corría o si se detenía a buscar alimento. Los huesos nos aproximan a la figura de cómo se veía el animal; las huellas nos muestran un video de su vida. Son, en esencia, los “archivos del comportamiento” en la historia biológica de una especie.
Las huellas fósiles como ventanas al pasado mendocino
Una ventana increíble al pasado: la huella de la mano y el pie de Teratopodus malarguensis, uno de los tipos de huellas (icnotaxones) que se exhiben en el Parque Huellas de Dinosaurios de Malargüe. La excepcional preservación de esta huella de pie permite apreciar ¡hasta las marcas de sus garras!
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¿Cómo se formaron estos “videos” de roca?
La formación de una huella fósil es un proceso fascinante. No se necesita un esqueleto para que quede un registro. Simplemente, un animal debe pisar sobre un sedimento blando, como barro o arena húmeda, que luego es cubierto rápidamente por nuevas capas de sedimento. Con el paso de millones de años, estas capas se compactan y endurecen, transformándose en roca. Si las condiciones son las adecuadas, la huella original se preserva como una “impresión” en la roca. Quienes nos dedicamos a la paleontología, con frecuencia hacemos referencia a la premisa sobre que “no todo lo que existió, se preservó; y no todo lo que se preservó, ha sido aún descubierto”. Esto se conoce como sesgo preservacional, y nos alienta a continuar buscando para ampliar cada vez más lo que conocemos sobre la vida del pasado.
La formación de una huella fósil es un proceso fascinante. No se necesita un esqueleto para que quede un registro. Simplemente, un animal debe pisar sobre un sedimento blando, como barro o arena húmeda, que luego es cubierto rápidamente por nuevas capas de sedimento. Con el paso de millones de años, estas capas se compactan y endurecen, transformándose en roca.
En este contexto, en Malargüe, (Mendoza), hemos tenido la increíble fortuna de hallar una cantidad impresionante de estas huellas. Aquí, hace más de 72 millones de años, durante el Cretácico tardío, un mundo vibrante de dinosaurios habitaba los lugares próximos a los que hoy ocupa la cordillera de los Andes. Nuestro suelo mendocino era en aquel entonces un lugar completamente distinto, y el registro geológico nos permite comprender que en tan solo 11 millones de años pasó de ser tierra firme con antiguos lechos de ríos y lagunas a convertirse en la costa de un mar somero que ingresó desde el océano Atlántico. Por estos ambientes completamente distintos caminaron los dinosaurios, dejando sus huellas, las mismas que hoy, gracias al trabajo científico, podemos desenterrar y estudiar.
A la custodia de un patrimonio invaluable
El hallazgo de estas huellas no es solo un motivo de asombro; es una oportunidad crucial para el desarrollo de diversas líneas de investigación científica. Cada huella nos cuenta una historia y esa historia es única. A través de su forma, tamaño y la distancia entre ellas, podemos inferir qué animal la produjo, su tamaño, su velocidad, e incluso su comportamiento. ¿Era un carnívoro que cazaba en solitario?, ¿eran herbívoros que caminaban en grupo?, ¿la disposición de los individuos en estos grupos, tenía el fin de proteger a sus crías? Estas y otras preguntas pueden ser respondidas gracias a la Paleoicnología. Las huellas nos ofrecen una perspectiva dinámica de la vida de estos animales que los huesos nunca podrían proporcionar.
Pero el rol de la paleontología no termina en la investigación. Una parte fundamental de nuestro quehacer científico es la preservación del patrimonio paleontológico. Estos fósiles, ya sean huesos o huellas, son tesoros irremplazables que nos conectan con la historia profunda de nuestro planeta y con la evolución de la vida. Es nuestra responsabilidad como científicos asegurarnos de que estas evidencias se conserven para las futuras generaciones, tanto para el estudio como para el disfrute y la educación de la sociedad.
En este sentido, la colaboración con las autoridades locales y la comunidad es fundamental. En Malargüe, la pasión por la ciencia y la riqueza de nuestro patrimonio natural unieron muchas visiones. Tras años de investigación y de gestión para socializar la importancia de estos descubrimientos, logramos un hito invaluable para nuestra provincia y para el país: la creación del Parque Cretácico Huellas de Dinosaurios de Malargüe.
Viaje al Cretácico mendocino
El Parque Cretácico Huellas de Dinosaurios no es solo un museo a cielo abierto; es un espacio donde la ciencia se vuelve accesible, donde cada visitante puede sentirse un explorador del pasado. Gracias a la articulación entre nuestras investigaciones, el municipio de Malargüe y el compromiso de la comunidad, hemos logrado crear un lugar único en Argentina. Aquí, no solo se exhiben las huellas in situ, es decir, en el mismo lugar donde fueron encontradas, sino que se ofrece una experiencia inmersiva para comprender cómo era la vida hace más de 72 millones de años en esta región.
Las huellas fósiles como ventanas al pasado mendocino
Tras 18 largos años de un incansable trabajo ad honorem para preservar y exhibir un tesoro paleontológico, el equipo de investigación del Laboratorio y Museo de Dinosaurios celebra la concreción del Parque Cretácico Huellas de Dinosaurios de Malargüe. En esta foto, la Dra. María Belén Tomaselli, el Dr. Leonardo Ortiz David, el Lic. Juan Pedro Coria y el Téc. Germán Sánchez Tiviroli, junto a Maximiliano Praderio (Coordinador del Parque), Laura Nuldeman (Coordinadora de la Tecnicatura en Conservación de la Naturaleza, TE.CO.NA. Sede Malargüe) y estudiantes avanzados de la TE.CO.NA., festejan la culminación de los trabajos de preservación y exhibición que permitieron la esperada inauguración del museo a cielo abierto.
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Este parque es el resultado de un esfuerzo conjunto por proteger y difundir nuestro patrimonio. Es una invitación a niños y adultos a adentrarse en un mundo fascinante, a caminar por los mismos senderos que alguna vez recorrieron gigantes, y a entender que la ciencia no es algo lejano. Al contrario, la investigación científica, la que llevamos a cabo día a día en lugares como este, es una herramienta fundamental no solo para descifrar nuestro pasado y conocer nuestro origen, sino también para generar bienestar y valor para nuestra sociedad.
Cada huella que estudiamos, cada descubrimiento que hacemos, no solo enriquece nuestro conocimiento, sino que también puede inspirar vocaciones, fomentar el turismo, crear puestos de trabajo directos e indirectos, y fortalecer el sentido de identidad y pertenencia de una comunidad. Es el incansable trabajo de paleontólogas y paleontólogos, y de toda la comunidad científica, el que permite que estos tesoros emerjan de la tierra y se transformen en espacios vivos que conectan a las personas con la maravilla de la historia natural.
Visiten Malargüe, descubran las huellas, maravíllense con el pasado y comprendan así la profunda huella que la investigación científica deja en el presente y futuro de nuestra sociedad.
Este fascinante viaje al pasado, y el valioso trabajo detrás de la Paleontología de dinosaurios en Mendoza, son posibles gracias al incansable compromiso y la pasión de todo el equipo del Laboratorio y Museo de Dinosaurios (FCEN-UNCuyo), del cual tengo el privilegio de formar parte junto a los doctores Bernardo González Riga, Leonardo Ortiz David, el licenciado Juan Pedro Coria, el técnico Germán Sánchez Tiviroli y el licenciado Claudio Mercado.
*La doctora Tomaselli es paleontóloga del Laboratorio y Museo de Dinosaurios (FCEN-UNCuyo) y el Instituto Interdisciplinario de Ciencias Básicas (ICB Conicet-UNCuyo).
Producción y edición: Miguel Títiro - [email protected]