Nancy Roldán es valiente: da el salto conociendo el riesgo. Quizás porque enfrentó algunas catástrofes inevitables de niña y ahora sabe que hay muchas que pueden evitarse.
Fue elegida como miembro directivo de la Unión Federal de Guardaparques de Argentina representando a Mendoza. Habló con Los Andes sobre la emergencia ambiental, la falta de recursos y su historia de autosuperación.
Nancy Roldán es valiente: da el salto conociendo el riesgo. Quizás porque enfrentó algunas catástrofes inevitables de niña y ahora sabe que hay muchas que pueden evitarse.
Bonaerense de nacimiento y mendocina por adopción desde hace 18 años, hoy es una de las guardaparques referentes de Áreas Naturales Protegidas del Ministerio de Energía y Ambiente. Esta semana fue noticia porque representó a Mendoza en el Primer Congreso Federal de Guardaparques y fue elegida vocal de la Comisión Directiva de la Unión Federal de Guardaparques de Argentina (Ufgua), creada en 2017.
“Se había planificado ese Primer Congreso en 2024, pero por los incendios forestales no se hizo. La idea fue conocernos, entender que debemos defender nuestra profesión como agentes de preservación y conservación del patrimonio natural, que no se nos corra del eje en nuestras funciones, que también es fiscalizar, controlar, cumplir y hacer cumplir las leyes ambientales vigentes. Eso es fundamental”, asegura Roldán.
-¿Creés que hay mucho mito sobre lo que hace un guardaparques?
-Sí, aún persiste la imagen del guardaparques aislado, en medio de la montaña o un bosque, muy solitario. Hay un concepto distorsionado respecto de nuestras funciones. A mí me han preguntado en qué plaza trabajo y eso que estamos en 2025 y con un celular en mano para chequear información. O la gente dice: “Vos no me podés decir qué tengo que hacer”, cuando advertimos sobre alguna conducta que puede dañar el ambiente.
Roldán asegura que su nuevo rol en la Comisión Nacional tendrá varios objetivos, como defender la profesión de quienes conservan el patrimonio natural. “Nos vienen corriendo de nuestro ejercicio. Al disminuir los recursos —económicos y humanos— se corren nuestros objetivos y funciones. En estos años yo tengo una sola fidelidad: hacia la conservación de la pacha, mi madre tierra. Esa es mi misión”.
-¿A qué te referís con ‘nos vienen corriendo’? ¿Cómo están los guardaparques hoy?
-Tenemos una pérdida del capital económico y material de trabajo. Se nos rompen las movilidades, las seccionales se vienen abajo, no alcanzamos la canasta básica. La conservación está dentro de las vulnerabilidades sociales. En la última década hemos perdido más de 40 guardaparques. Somos 110 hoy en Mendoza. Se fue mucha gente con un bagaje profesional altísimo, buscando mejor salario o estabilidad en parques nacionales de otras provincias. Muchos seguimos precarizados: yo estuve 12 años contratada y pasé a planta recién en agosto. Hay compañeros que llevan 15 años así. Vemos de qué manera podemos sostenernos. Somos una especie en peligro de extinción, como me dijo una colega.
-¿Es por la crisis económica o por la crisis cultural?
-Hay mucho negacionismo y una insensibilidad social total sobre temas ambientales, tanto en la ciudadanía como entre quienes nos gobiernan. Hoy hay pequeñas islas que siguen resistiendo, pero no estamos unidos a nivel ambiental. Es difícil congregarnos. Somos seres sociales per se y, por ende, somos el resultado de nuestras interacciones con los demás.
Roldán se entusiasma cuando habla de la Argentina y su historia en materia de conservación de bienes naturales (no dice “recursos”, porque la palabra le suena a saqueo). Asegura que el país estuvo a la vanguardia internacional en creación de parques nacionales y estudios de conservación, y que durante el siglo XX supo estar entre los países más conservacionistas del mundo.
Entre sus deseos, claro está, está que la Argentina vuelva a ser pionera en conservación de su patrimonio natural y su nuevo rol en la esfera nacional sin perder de vista a Mendoza. “Hay que hacer cambios, hacia adentro, pero también hacia afuera; hay que sensibilizar a quienes toman decisiones”, dice.
Nancy advierte que estamos en emergencia ambiental. No es la primera ni la única que lo dice, pero sabe que su principal objetivo es concientizar. Y enumera: la aceleración del cambio climático, la mala gestión de residuos, el extractivismo, el derroche de agua, la falta de preservación de flora y fauna y el consumo desmedido. “No nos damos cuenta del impacto en la salud personal y pública que esto significa”, afirma.
Nancy llegó a Mendoza en 2007, buscando un clima más amable para su salud y la de su familia. “En Buenos Aires no nos va muy bien con la humedad”, sostiene. Aquí se recibió de guardaparques y debutó en un destino de lujo: el Parque Provincial Aconcagua, donde trabajó siete años. Luego pasó por Puente del Inca, el Manzano Histórico, la Laguna del Diamante y la Laguna de Llancanelo, en Malargüe. Desde marzo de 2024 trabaja en la Reserva Bosques Teltecas, en Lavalle. “Ahí me expreso al cien por ciento —señala—. Es un gran equipo de trabajo. En cada espacio hay distintas cosmovisiones, pero aquí todos tenemos un rol y buscamos trabajar en donde uno es bueno, porque uno no es bueno en todo”.
—¿Y en qué sos buena?
—Creo que tengo capacidad para interpretar a la naturaleza y comunicar lo que ella expresa. Trabajamos mucho con escuelas, me gusta divulgar. Soy buena en la comunicación. Me siento una intérprete de la naturaleza.
Nancy nació con una discapacidad física —una malformación congénita (agenesia femoral y acortamiento de tibia y peroné)— y utiliza una prótesis en su pierna derecha por la falta de desarrollo longitudinal del fémur. Sin embargo, eso no le impidió cabalgar, trepar árboles ni practicar deportes desde pequeña. Estudió para ser guía nacional de turismo y desarrolló una destacada trayectoria en la conservación ambiental en Mendoza.
“Mi abuela me enseñó a no tener miedo”, agradece la oriunda de Coronel Dorrego, un pueblito cercano a Tres Arroyos donde creció y se hizo resiliente gracias al amor de su familia y al paisaje, que la inspiraba y la protegía de alguna manera. “Crecí entre girasoles. La naturaleza me llamó toda la vida”, describe.
“Fue una infancia muy contenida y a su vez muy libre. Los traumas que tuve fueron generados después (se ríe). Me operaron por primera vez con 9 años y mi primera prótesis la tuve a los 11. Es una doble adaptación a todo. Siempre las cosas costaron el doble. En mi juventud, la mirada social era difícil, pero hoy, incluso, la gente sigue teniendo una mirada crítica con la discapacidad. Por suerte, hay personas en la misma frecuencia y que han sido un gran sostén en mi vida”, concluye.