8 de julio de 2025 - 20:24

Los discursos de odio y cómo debilitan la democracia, en Aconcagua Radio

En Aconcagua Radio, Ezequiel Ipar, sociólogo, advierte sobre el crecimiento de los discursos de odio en Argentina y su impacto en la convivencia.

"No es una simple discusión: el discurso de odio va más allá del agravio y ataca la identidad del otro", explica el sociólogo Ezequiel Ipar, en diálogo con un medio local. Investigador especializado en temas de política y comunicación, Ipar fue invitado a reflexionar sobre una preocupación creciente: ¿por qué los discursos de odio parecen ocupar hoy tanto espacio en el debate público argentino?

¿No sé si es mi sensación, pero antes no hablábamos de este tema y no es que no existiera, pero tal vez no tenía el protagonismo que hoy tiene en el día a día de los argentinos, no?

—Sí, son las dos cosas —responde Ipar—. Nosotros hemos hecho estudios cuantitativos que confirman que efectivamente los discursos de odio están creciendo. Y al mismo tiempo, son más visibles. Hoy, por cuestiones tecnológicas y por cambios en los modos de comunicarnos, los discursos públicos son más fáciles de visibilizar. Antes quedaban quizás en una charla privada, hoy quedan marcados en un hilo de Twitter, en una historia de Instagram, en un mensaje de WhatsApp. Esa visibilidad, combinada con una mayor frecuencia, hace que el fenómeno esté más presente en el debate público.

Qué es un discurso de odio

Pero, ¿a qué llamamos exactamente discurso de odio? ¿Por qué discurso de odio y no simplemente un insulto al aire o una discusión bien llevada o una descalificación personal? ¿Qué transforma un enunciado en un discurso de odio?

—Muy buena la diferenciación, porque no todo conflicto verbal lo es —aclara el sociólogo—. El discurso de odio tiene ciertas características específicas. En el plano jurídico, hay normativa internacional y también nacional que lo define. Pero incluso en un uso más cotidiano, hay que distinguirlo de una discusión acalorada o una crítica. En una discusión, por más violenta que sea, lo que se ataca es una acción, una decisión o un punto de vista. En cambio, el discurso de odio apunta a lo que la persona es: a su identidad.

Ipar insiste en que estos discursos no sólo critican, sino que deshumanizan. "No es que te dejo en el ring de una discusión, sino que te saco del ring. Te expulso del marco de lo humano, de aquel con quien estoy dispuesto a debatir. Es una forma de cancelar al otro desde la raíz, de no reconocerlo como interlocutor válido".

La violencia física tras los discursos de odio

¿Cuál es el riesgo que representan los discursos de odio? ¿Están incitando a más violencia, no representan nada, no me suman o están poniendo hoy en riesgo las instituciones en una democracia como la nuestra?

—Claramente es lo segundo. Representan un peligro real para la democracia. Si bien no estamos hablando de una amenaza como un golpe militar —aclara—, los discursos de odio socavan los cimientos más profundos del sistema democrático: la confianza pública y, sobre todo, la confianza mutua entre ciudadanos.

Para Ipar, la democracia no es solamente un sistema para elegir representantes cada dos o cuatro años. Es, antes que nada, un espacio simbólico y político donde se construye un “nosotros” colectivo, donde se reconocen las diferencias pero también se apuesta por la convivencia. Cuando los discursos de odio fragmentan ese espacio, erosionan lentamente el pacto social que hace posible la vida en común.

Democracia debilitada

—La democracia se debilita cuando se fractura la idea de que puedo convivir con alguien que piensa distinto —explica—. Y eso es exactamente lo que hacen los discursos de odio: construyen identidades políticas muy cerradas, muy tribales, donde solo hay lugar para un “nosotros” excluyente y no hay posibilidad de diálogo con el “otro”.

El especialista señala que este fenómeno no es exclusivo de Argentina. Lo vemos en Estados Unidos, en Europa, en países vecinos. Y muchas veces, esos discursos no sólo circulan, sino que se instrumentalizan políticamente. Es decir, hay actores —incluso líderes políticos— que los utilizan de manera deliberada para consolidar poder o fidelizar bases electorales, aún a costa del tejido democrático.

—No es que te cierran el Congreso o te intervienen el Poder Judicial —concluye—, pero te dejan un sistema institucional profundamente deteriorado. Donde hay elecciones, sí, pero donde el proceso democrático se vuelve cada vez más vacío, más frágil, más polarizado.

Escucha la nota completa acá y podés escuchar la radio en vivo en www.aconcaguaradio.com

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